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Columnista - 30 junio, 2010

La fatalidad de los ingenieros

ESCALPELO Por: Dickson E. Quiroz T. Confieso que tanta quejadera del gremio de ingenieros me tenía hasta la coronilla; qué mamón ese lloriqueo por una presunta victimización a que los sometía los gobiernos seccionales, los que dizque estructuraban licitaciones prácticamente prohibitivas para los constructores locales y sólo al alcance de algunas pocas microempresas de la […]

ESCALPELO

Por: Dickson E. Quiroz T.

Confieso que tanta quejadera del gremio de ingenieros me tenía hasta la coronilla; qué mamón ese lloriqueo por una presunta victimización a que los sometía los gobiernos seccionales, los que dizque estructuraban licitaciones prácticamente prohibitivas para los constructores locales y sólo al alcance de algunas pocas microempresas de la órbita nacional.

Los requiebros se sucedían a diario; donde quiera tropezara a un ingeniero o a un arquitecto, seguro la misma cantaleta: la displicencia de los mandatarios seccionales para apoyar a la ingeniería civil asentada en la región. Como elemento persuasivo, el lloriqueo se me antojaba una táctica de quinta que a mi juicio fotografiaba de cuerpo entero la poca competitividad del gremio, apreciación reforzada por la desconfianza que generan los constantes incumplimientos de contratos y las obras civiles inconclusas.

Muchos eran mis prejuicios, para qué negarlo. Sin embargo, los términos de la licitación convocada por Fomvisocial me abrió un poco los ojos para esculcar en los entresijos de esas contrataciones, y si: a nuestros ingenieros les asiste la razón, al menos parcialmente, sólo que aún no tienen músculo suficientemente robusto para hacer oír sus reclamos y lograr el reconocimiento ganado: al fin y al cabo, Valledupar es lo que es en buena parte por la profesionalidad de nuestros ingenieros.

Independiente de que se haya caído, la licitación convocada por Fomvisocial ascendía a un presupuesto de 115 mil millones de pesos para hacer 11 tramos distintos de vías. Todo para una sola licitación, para un solo contratista. Perfectamente, y sin que ello constituya fraccionamiento, podía dividirse en 11 licitaciones distintas, favoreciéndose el mayor número de ingenieros locales y la economía de la región al garantizar el circulante y la demanda de sus bienes y servicios.
Como ese, sobran otros ejemplos de premeditada exclusión. Exigencias sobredimensionadas para la obra a contratar; experiencias sólo de los últimos años despreciándose muchos anteriores; visitas intempestivas como para que los no avisados no asistan, criterios de calificación subjetivos, patrimonios y capitales de trabajo exagerados, todo lo cual deja a nuestros ingenieros viendo un chispero al no reunir ninguno las condiciones para participar y disputar una licitación con los grandes carcamanes  nacionales.
Definitivamente los ingenieros cesarenses van de ‘culis rodandis’, y no hay barranco que los atranque. Para rematar, el boom en Valledupar  es concesionar todos los servicios, negocio jurídico que suele también excluir la ingeniería local, prefiriéndose su importación. Y aquí se alimenta la suspicacia criolla al creerse que la búsqueda de contratistas foráneos obedece a lograr una mayor discreción para facilitar los negociados subrepticios.
Qué fatalidad. Es tenaz la lucha librada por los ingenieros para poder sobreaguar; cuántas ilusiones abatidas, cuántas empresas fracasadas, cuántos trabajadores en el pavimento, cuántas familias en la inopia…y sobre todo, cuánta frustración por el desplazamiento y desconocimiento a que los somete el sector público de su propia región.

Ese vía crucis lo padecen hace rato, y en vez de avizorarse correctivos, por el contrario las trazas son de empeoramiento, pretextándose cualquier pendejada. Reitero: a los profesionales de la ingeniería cesarenses cada día les escamotean más las oportunidades para participar y contribuir en la ejecución de obras civiles contratadas por el sector público. Éste sabe apañárselas – y me da miedo constatar la razón – para fijar exorbitantes condiciones en los pliegos que hacen prácticamente prohibitiva la concurrencia de nuestros ingenieros a las licitaciones públicas.

El problema macho, sin embargo, es la poca formación humanística de nuestros dirigentes, o la poca aplicación de esa formación. No toman conciencia de la importancia de construir futuro a través del capital humano y la formación de empresa. Un pueblo empresario es un pueblo desarrollado, con buena oferta de trabajo y circulante que dinamiza la economía, para a su vez fomentar  empresa. Pero eso no se da por generación espontánea: hay que enseñarlo; por mandato político, por deber constitucional y por condiciones financieras, los responsables de fomentarlo son en esencia los gobernantes, más en pueblos opacados como el nuestro.

[email protected]

Columnista
30 junio, 2010

La fatalidad de los ingenieros

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Dickson E. Quiroz Torres

ESCALPELO Por: Dickson E. Quiroz T. Confieso que tanta quejadera del gremio de ingenieros me tenía hasta la coronilla; qué mamón ese lloriqueo por una presunta victimización a que los sometía los gobiernos seccionales, los que dizque estructuraban licitaciones prácticamente prohibitivas para los constructores locales y sólo al alcance de algunas pocas microempresas de la […]


ESCALPELO

Por: Dickson E. Quiroz T.

Confieso que tanta quejadera del gremio de ingenieros me tenía hasta la coronilla; qué mamón ese lloriqueo por una presunta victimización a que los sometía los gobiernos seccionales, los que dizque estructuraban licitaciones prácticamente prohibitivas para los constructores locales y sólo al alcance de algunas pocas microempresas de la órbita nacional.

Los requiebros se sucedían a diario; donde quiera tropezara a un ingeniero o a un arquitecto, seguro la misma cantaleta: la displicencia de los mandatarios seccionales para apoyar a la ingeniería civil asentada en la región. Como elemento persuasivo, el lloriqueo se me antojaba una táctica de quinta que a mi juicio fotografiaba de cuerpo entero la poca competitividad del gremio, apreciación reforzada por la desconfianza que generan los constantes incumplimientos de contratos y las obras civiles inconclusas.

Muchos eran mis prejuicios, para qué negarlo. Sin embargo, los términos de la licitación convocada por Fomvisocial me abrió un poco los ojos para esculcar en los entresijos de esas contrataciones, y si: a nuestros ingenieros les asiste la razón, al menos parcialmente, sólo que aún no tienen músculo suficientemente robusto para hacer oír sus reclamos y lograr el reconocimiento ganado: al fin y al cabo, Valledupar es lo que es en buena parte por la profesionalidad de nuestros ingenieros.

Independiente de que se haya caído, la licitación convocada por Fomvisocial ascendía a un presupuesto de 115 mil millones de pesos para hacer 11 tramos distintos de vías. Todo para una sola licitación, para un solo contratista. Perfectamente, y sin que ello constituya fraccionamiento, podía dividirse en 11 licitaciones distintas, favoreciéndose el mayor número de ingenieros locales y la economía de la región al garantizar el circulante y la demanda de sus bienes y servicios.
Como ese, sobran otros ejemplos de premeditada exclusión. Exigencias sobredimensionadas para la obra a contratar; experiencias sólo de los últimos años despreciándose muchos anteriores; visitas intempestivas como para que los no avisados no asistan, criterios de calificación subjetivos, patrimonios y capitales de trabajo exagerados, todo lo cual deja a nuestros ingenieros viendo un chispero al no reunir ninguno las condiciones para participar y disputar una licitación con los grandes carcamanes  nacionales.
Definitivamente los ingenieros cesarenses van de ‘culis rodandis’, y no hay barranco que los atranque. Para rematar, el boom en Valledupar  es concesionar todos los servicios, negocio jurídico que suele también excluir la ingeniería local, prefiriéndose su importación. Y aquí se alimenta la suspicacia criolla al creerse que la búsqueda de contratistas foráneos obedece a lograr una mayor discreción para facilitar los negociados subrepticios.
Qué fatalidad. Es tenaz la lucha librada por los ingenieros para poder sobreaguar; cuántas ilusiones abatidas, cuántas empresas fracasadas, cuántos trabajadores en el pavimento, cuántas familias en la inopia…y sobre todo, cuánta frustración por el desplazamiento y desconocimiento a que los somete el sector público de su propia región.

Ese vía crucis lo padecen hace rato, y en vez de avizorarse correctivos, por el contrario las trazas son de empeoramiento, pretextándose cualquier pendejada. Reitero: a los profesionales de la ingeniería cesarenses cada día les escamotean más las oportunidades para participar y contribuir en la ejecución de obras civiles contratadas por el sector público. Éste sabe apañárselas – y me da miedo constatar la razón – para fijar exorbitantes condiciones en los pliegos que hacen prácticamente prohibitiva la concurrencia de nuestros ingenieros a las licitaciones públicas.

El problema macho, sin embargo, es la poca formación humanística de nuestros dirigentes, o la poca aplicación de esa formación. No toman conciencia de la importancia de construir futuro a través del capital humano y la formación de empresa. Un pueblo empresario es un pueblo desarrollado, con buena oferta de trabajo y circulante que dinamiza la economía, para a su vez fomentar  empresa. Pero eso no se da por generación espontánea: hay que enseñarlo; por mandato político, por deber constitucional y por condiciones financieras, los responsables de fomentarlo son en esencia los gobernantes, más en pueblos opacados como el nuestro.

[email protected]