Hace 30 años Colombia experimentó el desagradable sabor del racionamiento. Ciudades enteras estuvieron sin agua y sin luz durante largas jornadas. Fue entonces cuando llegó Electricaribe a esta región. Operó durante más de 20 años y, tras pírricos resultados, fue expulsada hace dos. Llegó Afinia y de guatemala pasamos a guatepeor. Mientras tanto, en el […]
Hace 30 años Colombia experimentó el desagradable sabor del racionamiento. Ciudades enteras estuvieron sin agua y sin luz durante largas jornadas. Fue entonces cuando llegó Electricaribe a esta región. Operó durante más de 20 años y, tras pírricos resultados, fue expulsada hace dos. Llegó Afinia y de guatemala pasamos a guatepeor. Mientras tanto, en el resto del mundo, la ONU y 173 países se propusieron transitar hacia una energía asequible y no contaminante para el 2030; ya en poco menos de 8 años.
Estas realidades nos permiten concluir, de modo inequívoco, que seguimos más cerca del pasado que del futuro. Nos mantenemos mirando de forma miope cómo resolver lo que no nos ha funcionado. La respuesta a la crisis energética del Caribe ya está escrita hace varios años, pero sigue en el papel. Mientras tanto y como siempre, a juzgar por el tono de sorpresa de nuestros dirigentes y los medios nacionales, al resto del país le suena a novedad este problema de décadas.
El desarrollo exige más energía. No lo duden: la energía de la que disponemos hoy es una fracción de la que se requiere para la ciudad del mañana. Y es ese precisamente el gran reto: una solución responsable que nos garantice la abundancia en 10 años y por los próximos 100. Desafortunadamente, cuando la discusión está en su punto más candente, la misma crisis de siempre se piensa únicamente desde la inmediatez. De hecho, acaba de anunciar con bombos y platillos la Ministra de Minas que las tarifas de energía bajarían entre 4% y 8% para final de año (cinco mil pesos para estratos 2 y 3, quince mil pesos para estratos 4 y 5). Paños de agua tibia sobre un sistema que no ha funcionado, pero queremos ver que sí. Se ve como sinónimo de perseverancia, cuando realmente lo es de estupidez.
La solución a este problema ya está inventada y produce energía muchos más económica que la que pagamos hoy los vallenatos: los paneles solares. Hoy en Valledupar, un hogar estrato 3 que consuma 320 Kwh, debe pagar al mes cerca de $280.000 por luz (sin contar alumbrado público, aseo, etc.). Seis paneles solares en un techo de 15 m2 podrían abastecer ese hogar y tendrían un costo aproximado de 21 millones de pesos. Si el hogar pidiera un crédito por el 100% de ese valor, le tomaría cerca de 6 años recuperar su inversión y en adelante, tener un ahorro neto (considerando tasa de interés y el incremento promedio histórico de las tarifas de luz). Como la vida útil de un sistema de paneles solares es de aproximadamente 30 años, este mismo hogar terminaría pagando mensualmente recibos de luz por aproximadamente el 20% de lo que pagan hoy en día, por los siguientes 25 años.
Por supuesto, no se trata de endeudar a los hogares. Si es rentable para un hogar, es rentable como política pública. Sumemos economías de escala, apalancamiento crediticio, incentivos a la energía alternativa y el apoyo del sector privado y del Fondo Nacional de Garantías. ¡Claro que el Gobierno Nacional y los Territoriales pueden diseñar un inigualable programa de inversión para estimular la migración masiva a la energía alternativa y aliviar las precarias finanzas de los hogares colombianos! ¿No fue ésta acaso una de las principales banderas del Gobierno Nacional? Entre la nación, las entidades territoriales, las cajas de compensación, los fondos de empleados, entre otros, podría financiarse gran parte de la inversión inicial y que los mismos hogares beneficiarios terminen de hacer el cierre financiero. ¡¡ Y sí que lo harían con gusto!!
Es justo y necesario pensar en alternativas diferentes. Llevamos años en un círculo vicioso de desfinanciación: mejorar el servicio implica enormes inversiones, pero por las altas tarifas, muchos ciudadanos desesperados acuden al servicio fraudulento. El propio Estado los lanza a las garras del fraude. Tan inatajable les ha parecido el problema a nuestros dirigentes, en su visión estúpida, que la conclusión de hoy es: el consumo que no paguen quienes engañan al sistema, lo deben asumir los que sí pagan.
¿Tenemos más radiación solar en Valledupar y en la región caribe que el promedio mundial? Sí. ¿Se requieren grandes centros de producción como sucede hoy con la energía eléctrica? No, lo cual reduce los costos de distribución. ¿Tenemos cómo pagarlo? Sí, con el apoyo del gobierno nacional y del sector privado, con toda la riqueza que van a producir los hogares en los próximos años si reducimos significativamente ese impuesto regresivo (incremento tarifario) que está carcomiendo nuestro futuro y si reclamamos como colectivo la evolución hacia las nuevas alternativas: energía más económica y saludable.
¡Menos estupideces, señores!
Hace 30 años Colombia experimentó el desagradable sabor del racionamiento. Ciudades enteras estuvieron sin agua y sin luz durante largas jornadas. Fue entonces cuando llegó Electricaribe a esta región. Operó durante más de 20 años y, tras pírricos resultados, fue expulsada hace dos. Llegó Afinia y de guatemala pasamos a guatepeor. Mientras tanto, en el […]
Hace 30 años Colombia experimentó el desagradable sabor del racionamiento. Ciudades enteras estuvieron sin agua y sin luz durante largas jornadas. Fue entonces cuando llegó Electricaribe a esta región. Operó durante más de 20 años y, tras pírricos resultados, fue expulsada hace dos. Llegó Afinia y de guatemala pasamos a guatepeor. Mientras tanto, en el resto del mundo, la ONU y 173 países se propusieron transitar hacia una energía asequible y no contaminante para el 2030; ya en poco menos de 8 años.
Estas realidades nos permiten concluir, de modo inequívoco, que seguimos más cerca del pasado que del futuro. Nos mantenemos mirando de forma miope cómo resolver lo que no nos ha funcionado. La respuesta a la crisis energética del Caribe ya está escrita hace varios años, pero sigue en el papel. Mientras tanto y como siempre, a juzgar por el tono de sorpresa de nuestros dirigentes y los medios nacionales, al resto del país le suena a novedad este problema de décadas.
El desarrollo exige más energía. No lo duden: la energía de la que disponemos hoy es una fracción de la que se requiere para la ciudad del mañana. Y es ese precisamente el gran reto: una solución responsable que nos garantice la abundancia en 10 años y por los próximos 100. Desafortunadamente, cuando la discusión está en su punto más candente, la misma crisis de siempre se piensa únicamente desde la inmediatez. De hecho, acaba de anunciar con bombos y platillos la Ministra de Minas que las tarifas de energía bajarían entre 4% y 8% para final de año (cinco mil pesos para estratos 2 y 3, quince mil pesos para estratos 4 y 5). Paños de agua tibia sobre un sistema que no ha funcionado, pero queremos ver que sí. Se ve como sinónimo de perseverancia, cuando realmente lo es de estupidez.
La solución a este problema ya está inventada y produce energía muchos más económica que la que pagamos hoy los vallenatos: los paneles solares. Hoy en Valledupar, un hogar estrato 3 que consuma 320 Kwh, debe pagar al mes cerca de $280.000 por luz (sin contar alumbrado público, aseo, etc.). Seis paneles solares en un techo de 15 m2 podrían abastecer ese hogar y tendrían un costo aproximado de 21 millones de pesos. Si el hogar pidiera un crédito por el 100% de ese valor, le tomaría cerca de 6 años recuperar su inversión y en adelante, tener un ahorro neto (considerando tasa de interés y el incremento promedio histórico de las tarifas de luz). Como la vida útil de un sistema de paneles solares es de aproximadamente 30 años, este mismo hogar terminaría pagando mensualmente recibos de luz por aproximadamente el 20% de lo que pagan hoy en día, por los siguientes 25 años.
Por supuesto, no se trata de endeudar a los hogares. Si es rentable para un hogar, es rentable como política pública. Sumemos economías de escala, apalancamiento crediticio, incentivos a la energía alternativa y el apoyo del sector privado y del Fondo Nacional de Garantías. ¡Claro que el Gobierno Nacional y los Territoriales pueden diseñar un inigualable programa de inversión para estimular la migración masiva a la energía alternativa y aliviar las precarias finanzas de los hogares colombianos! ¿No fue ésta acaso una de las principales banderas del Gobierno Nacional? Entre la nación, las entidades territoriales, las cajas de compensación, los fondos de empleados, entre otros, podría financiarse gran parte de la inversión inicial y que los mismos hogares beneficiarios terminen de hacer el cierre financiero. ¡¡ Y sí que lo harían con gusto!!
Es justo y necesario pensar en alternativas diferentes. Llevamos años en un círculo vicioso de desfinanciación: mejorar el servicio implica enormes inversiones, pero por las altas tarifas, muchos ciudadanos desesperados acuden al servicio fraudulento. El propio Estado los lanza a las garras del fraude. Tan inatajable les ha parecido el problema a nuestros dirigentes, en su visión estúpida, que la conclusión de hoy es: el consumo que no paguen quienes engañan al sistema, lo deben asumir los que sí pagan.
¿Tenemos más radiación solar en Valledupar y en la región caribe que el promedio mundial? Sí. ¿Se requieren grandes centros de producción como sucede hoy con la energía eléctrica? No, lo cual reduce los costos de distribución. ¿Tenemos cómo pagarlo? Sí, con el apoyo del gobierno nacional y del sector privado, con toda la riqueza que van a producir los hogares en los próximos años si reducimos significativamente ese impuesto regresivo (incremento tarifario) que está carcomiendo nuestro futuro y si reclamamos como colectivo la evolución hacia las nuevas alternativas: energía más económica y saludable.
¡Menos estupideces, señores!