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Columnista - 18 enero, 2018

La enseñanza de la historia

La enseñanza de la historia es parte de la memoria de una sociedad, pero no cualquier historia, no la que escriben los vencedores sino la que realmente ocurrió, fenómeno repetitivo en todo el mundo. No más miremos algo de la historia romana; a Catilina nos lo presentan como villano y a Cicerón como héroe. Pero […]

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La enseñanza de la historia es parte de la memoria de una sociedad, pero no cualquier historia, no la que escriben los vencedores sino la que realmente ocurrió, fenómeno repetitivo en todo el mundo. No más miremos algo de la historia romana; a Catilina nos lo presentan como villano y a Cicerón como héroe. Pero hay otra mirada, para Vargas Vila, historiador y literato, es todo lo contrario; en “La República Romana”, reivindica a Catilina. Claro, V.V. era anti Establecimiento y por eso su versión fue sepultada. Recuerdo los manuales de Henao y Arrubla y otras bagatelas, cuyos profesores eran analfabetas repitentes de esas historietas.

Era una enseñanza conductista centrada en sus héroes, en fechas y lugares, orientada hacia el patrioterismo, sin una lectura crítica sobre causas y consecuencias de esos hechos. La historia debe ir más allá del mito, que es un aglutinador social. Enseñarle a la gente que América fue descubierta en 1942 es una falacia si otras migraciones habían ocurrido hace 15.000 años. Pese a la inocuidad de este tipo de enseñanza, con la Ley 115/1994 de Gaviria, se le anula, llevándola al currículo como un relleno bajo el título de Ciencias Sociales, diluyendo y mezclando temas como Geografía, Constitución Política y Democracia. Mediante el proyecto de Ley 166/2016 se trata de recobrar la enseñanza de la historia; pero si es para lo mismo de antes, no vale la pena.

Hemos aprendido la historia que no es y por eso volvemos a cometer los mismos errores. Si la vamos a enseñar, lo primero por hacer es reescribirla de una manera multidisciplinaria, multiétnica y multicultural, haciendo un análisis crítico de los hechos. Hay que entender que la historia es a la sociedad lo que el espacio es al físico. Lo importante de la historia es comprender los fenómenos políticos, sociales y culturales. La historia no debe ser un conjunto de anécdotas; p.ej., Bolívar, dentro de su grandeza, era proclive a inventar hechos para animar a sus tropas que, desde lo estratégico era válido, pero que estas iniciativas queden como verdades es otra cosa. El sacrificio de Ricaurte en San Mateo, p. ej., no tiene mucha lógica y bien vale la pena analizar su veracidad. Igual, lo del florero de Llorente es un cuento infantil; tan así es que la fecha de la independencia solo se vino a fijar el 08/05/1873 después de una confrontación entre Miguel Antonio Caro y sus adversarios; eso significa que no tenían claro qué pasó ese día. Y, ¿qué ha dicho la arqueología, notaria de la historia, de la batalla de Boyacá? Es difícil creer que cuatro harapientos lanceros del coronel Rendón la definieran. Aquí hay muchos atajos.

Cada momento de la historia está inmerso en un mundo religioso, económico, político y social y desde cada una de estas perspectivas se debería analizar su impacto en la sociedad, los hechos no son tan simples como nos los presentan. Bien vale la pena analizar por qué los derechos de los afros, indígenas y minorías se han venido perdiendo. En la historia moderna colombiana habría que analizar qué ha pasado con los campesinos y desplazados, con los movimientos insurgentes y las guerras civiles. P. ej., la guerra de los mil días debe ser estudiada en sus verdaderas causas e implicaciones, allí le torcieron el destino a Colombia. La historia debe ser como un cristal donde todo se pueda ver. Los asesinatos de Uribe Uribe, Gaitán y otros líderes sociales, merecen un profundo debate histórico que no se ha dado. Si la historia crece en espiral, sin memoria histórica, ¿cómo se puede interpretar la sociedad? Una vez escrita la nueva historia, no deben ser los empíricos ni los licenciados en historia quienes deben enseñarla sino historiadores en grupos interdisciplinarios; esto debe ser un debate abierto en clases, un foro que suscite interés, donde se confronten verdades y mentiras. Incluso, esta enseñanza debería ser simultánea con la de religión, saturada de mitos y leyendas; estas dos asignaturas están inmersas en la cultura de un pueblo y suelen ser interdependientes.

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Columnista
18 enero, 2018

La enseñanza de la historia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

La enseñanza de la historia es parte de la memoria de una sociedad, pero no cualquier historia, no la que escriben los vencedores sino la que realmente ocurrió, fenómeno repetitivo en todo el mundo. No más miremos algo de la historia romana; a Catilina nos lo presentan como villano y a Cicerón como héroe. Pero […]


La enseñanza de la historia es parte de la memoria de una sociedad, pero no cualquier historia, no la que escriben los vencedores sino la que realmente ocurrió, fenómeno repetitivo en todo el mundo. No más miremos algo de la historia romana; a Catilina nos lo presentan como villano y a Cicerón como héroe. Pero hay otra mirada, para Vargas Vila, historiador y literato, es todo lo contrario; en “La República Romana”, reivindica a Catilina. Claro, V.V. era anti Establecimiento y por eso su versión fue sepultada. Recuerdo los manuales de Henao y Arrubla y otras bagatelas, cuyos profesores eran analfabetas repitentes de esas historietas.

Era una enseñanza conductista centrada en sus héroes, en fechas y lugares, orientada hacia el patrioterismo, sin una lectura crítica sobre causas y consecuencias de esos hechos. La historia debe ir más allá del mito, que es un aglutinador social. Enseñarle a la gente que América fue descubierta en 1942 es una falacia si otras migraciones habían ocurrido hace 15.000 años. Pese a la inocuidad de este tipo de enseñanza, con la Ley 115/1994 de Gaviria, se le anula, llevándola al currículo como un relleno bajo el título de Ciencias Sociales, diluyendo y mezclando temas como Geografía, Constitución Política y Democracia. Mediante el proyecto de Ley 166/2016 se trata de recobrar la enseñanza de la historia; pero si es para lo mismo de antes, no vale la pena.

Hemos aprendido la historia que no es y por eso volvemos a cometer los mismos errores. Si la vamos a enseñar, lo primero por hacer es reescribirla de una manera multidisciplinaria, multiétnica y multicultural, haciendo un análisis crítico de los hechos. Hay que entender que la historia es a la sociedad lo que el espacio es al físico. Lo importante de la historia es comprender los fenómenos políticos, sociales y culturales. La historia no debe ser un conjunto de anécdotas; p.ej., Bolívar, dentro de su grandeza, era proclive a inventar hechos para animar a sus tropas que, desde lo estratégico era válido, pero que estas iniciativas queden como verdades es otra cosa. El sacrificio de Ricaurte en San Mateo, p. ej., no tiene mucha lógica y bien vale la pena analizar su veracidad. Igual, lo del florero de Llorente es un cuento infantil; tan así es que la fecha de la independencia solo se vino a fijar el 08/05/1873 después de una confrontación entre Miguel Antonio Caro y sus adversarios; eso significa que no tenían claro qué pasó ese día. Y, ¿qué ha dicho la arqueología, notaria de la historia, de la batalla de Boyacá? Es difícil creer que cuatro harapientos lanceros del coronel Rendón la definieran. Aquí hay muchos atajos.

Cada momento de la historia está inmerso en un mundo religioso, económico, político y social y desde cada una de estas perspectivas se debería analizar su impacto en la sociedad, los hechos no son tan simples como nos los presentan. Bien vale la pena analizar por qué los derechos de los afros, indígenas y minorías se han venido perdiendo. En la historia moderna colombiana habría que analizar qué ha pasado con los campesinos y desplazados, con los movimientos insurgentes y las guerras civiles. P. ej., la guerra de los mil días debe ser estudiada en sus verdaderas causas e implicaciones, allí le torcieron el destino a Colombia. La historia debe ser como un cristal donde todo se pueda ver. Los asesinatos de Uribe Uribe, Gaitán y otros líderes sociales, merecen un profundo debate histórico que no se ha dado. Si la historia crece en espiral, sin memoria histórica, ¿cómo se puede interpretar la sociedad? Una vez escrita la nueva historia, no deben ser los empíricos ni los licenciados en historia quienes deben enseñarla sino historiadores en grupos interdisciplinarios; esto debe ser un debate abierto en clases, un foro que suscite interés, donde se confronten verdades y mentiras. Incluso, esta enseñanza debería ser simultánea con la de religión, saturada de mitos y leyendas; estas dos asignaturas están inmersas en la cultura de un pueblo y suelen ser interdependientes.

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