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Columnista - 13 septiembre, 2015

La enseñanza final

Acabábamos de cerrar el restaurante cuando empecé a oír la inconfundible voz tenor de mi primo Eduardito Martínez, llamándome en la puerta. Era temprano, apenas como las once de la noche, pero un concierto de vallenato con mejor factura de la que se iba a presentar en el próximo festival hizo que la mayoría de […]

Acabábamos de cerrar el restaurante cuando empecé a oír la inconfundible voz tenor de mi primo Eduardito Martínez, llamándome en la puerta. Era temprano, apenas como las once de la noche, pero un concierto de vallenato con mejor factura de la que se iba a presentar en el próximo festival hizo que la mayoría de la gente se dirigiera al espectáculo que se ofrecía gratuito en la plaza municipal como parte de la celebración de apertura de campaña del candidato a la alcaldía impulsado por el establishment. Eduardito estaba con más de media botella de güisqui en la mano y dos y medio litros en la cabeza.

Debido a que nuestros últimos encuentros se habían realizado a plena luz del día y estaban relacionados con mis queridos problemas, me sorprendió inicialmente la visita; sin embargo, me pareció grato poder hacerle una atencioncita a este primo mío tan querido, solidario y solitario como todo artista, incluso entre la muchedumbre.

Rápidamente llené dos vasos de hielo y güisqui, y empezamos, a beber y a hablar (aunque realmente Eduardito ya había empezado antes, pero ajá, ustedes entienden). Entre mi primo y yo siempre ha existido un lazo que ha ido más allá de lo sanguíneo, algo casi cósmico que se ha impuesto ante distancias y diferencias que no han podido mermar un vínculo que ha ido más allá de las charlas entre güisquis, por supuesto, porque ha estado presente como ninguno en alegrías y dificultades, ofreciendo con generosidad una nobleza que casi nadie ostenta y que sobrepasa, en peso y volumen, a su figura de cantante lírico.

La charla iba sobre la importancia de mantenerse uno firme incluso en las peores circunstancias, por respeto a uno mismo y a quienes lo que uno hace les importa. (En días anteriores, a mi lista de asuntos pendientes se sumó uno que había dejado en remojo pero al que le salió una nueva mancha luego de haberlo el tiempo despercudido, y Eduardito, quien ese día llegó por casualidad frente a mi casa, salió de inmediato a respaldarme).

-Tío Pundo fue el hombre más grande que conocí- me dijo Eduardito- siempre estuvo comprometido con la vida y su arte. En su lecho de muerte, luego de pedir el favor a todo el mundo que saliera de su habitación me hizo pasar a mí. “Te hice pasar porque sé que eres a quien más le va a costar asumir mi muerte- me dijo- pero no quiero que sea así, así que toma nota de esto que te voy a decir- Agarré un papel y con un lapicero me dispuse a escribir lo que me dictara, entonces empezó a narrarme una historia; con la voz que le quedaba, me dijo: Un hombre zarpó en un barco…” Y murió. Esa fue la última enseñanza que me dio Tío Pundo, la más grande, y que ahora te trasmito a ti.

A nadie se la había contado porque creo en que luego de con él solo contigo puedo hablar de estas cosas…
Ya para ese momento la botella había fenecido y el ánimo de Eduardito exigía otra, otro tema, y su conciencia sumergirse hasta mezclarse con la de los espectadores del jolgorio exterior. Así que apagamos todo, cerramos el restaurante y salimos, él hacia la plaza y yo para mi casa, a descansar. A la mañana siguiente me esperarían sagradamente varias de mis entrañables actividades para que las realizara, una por una, en una impaciente orgía amorosa.

Columnista
13 septiembre, 2015

La enseñanza final

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Acabábamos de cerrar el restaurante cuando empecé a oír la inconfundible voz tenor de mi primo Eduardito Martínez, llamándome en la puerta. Era temprano, apenas como las once de la noche, pero un concierto de vallenato con mejor factura de la que se iba a presentar en el próximo festival hizo que la mayoría de […]


Acabábamos de cerrar el restaurante cuando empecé a oír la inconfundible voz tenor de mi primo Eduardito Martínez, llamándome en la puerta. Era temprano, apenas como las once de la noche, pero un concierto de vallenato con mejor factura de la que se iba a presentar en el próximo festival hizo que la mayoría de la gente se dirigiera al espectáculo que se ofrecía gratuito en la plaza municipal como parte de la celebración de apertura de campaña del candidato a la alcaldía impulsado por el establishment. Eduardito estaba con más de media botella de güisqui en la mano y dos y medio litros en la cabeza.

Debido a que nuestros últimos encuentros se habían realizado a plena luz del día y estaban relacionados con mis queridos problemas, me sorprendió inicialmente la visita; sin embargo, me pareció grato poder hacerle una atencioncita a este primo mío tan querido, solidario y solitario como todo artista, incluso entre la muchedumbre.

Rápidamente llené dos vasos de hielo y güisqui, y empezamos, a beber y a hablar (aunque realmente Eduardito ya había empezado antes, pero ajá, ustedes entienden). Entre mi primo y yo siempre ha existido un lazo que ha ido más allá de lo sanguíneo, algo casi cósmico que se ha impuesto ante distancias y diferencias que no han podido mermar un vínculo que ha ido más allá de las charlas entre güisquis, por supuesto, porque ha estado presente como ninguno en alegrías y dificultades, ofreciendo con generosidad una nobleza que casi nadie ostenta y que sobrepasa, en peso y volumen, a su figura de cantante lírico.

La charla iba sobre la importancia de mantenerse uno firme incluso en las peores circunstancias, por respeto a uno mismo y a quienes lo que uno hace les importa. (En días anteriores, a mi lista de asuntos pendientes se sumó uno que había dejado en remojo pero al que le salió una nueva mancha luego de haberlo el tiempo despercudido, y Eduardito, quien ese día llegó por casualidad frente a mi casa, salió de inmediato a respaldarme).

-Tío Pundo fue el hombre más grande que conocí- me dijo Eduardito- siempre estuvo comprometido con la vida y su arte. En su lecho de muerte, luego de pedir el favor a todo el mundo que saliera de su habitación me hizo pasar a mí. “Te hice pasar porque sé que eres a quien más le va a costar asumir mi muerte- me dijo- pero no quiero que sea así, así que toma nota de esto que te voy a decir- Agarré un papel y con un lapicero me dispuse a escribir lo que me dictara, entonces empezó a narrarme una historia; con la voz que le quedaba, me dijo: Un hombre zarpó en un barco…” Y murió. Esa fue la última enseñanza que me dio Tío Pundo, la más grande, y que ahora te trasmito a ti.

A nadie se la había contado porque creo en que luego de con él solo contigo puedo hablar de estas cosas…
Ya para ese momento la botella había fenecido y el ánimo de Eduardito exigía otra, otro tema, y su conciencia sumergirse hasta mezclarse con la de los espectadores del jolgorio exterior. Así que apagamos todo, cerramos el restaurante y salimos, él hacia la plaza y yo para mi casa, a descansar. A la mañana siguiente me esperarían sagradamente varias de mis entrañables actividades para que las realizara, una por una, en una impaciente orgía amorosa.