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Columnista - 8 marzo, 2022

La economía subterránea

Valledupar no fue la excepción, en una muy cuestionada decisión del gobierno de Andrés Pastrana y el entonces alcalde Johny Pérez Oñate, se les ocurrió que la ciudad necesitaba una cárcel de mediana y alta seguridad trayendo con ella a los más peligrosos capos capturados hasta ese momento y detrás de ellos parte de sus estructuras delincuenciales las cuales se radicaron en la ciudad estableciendo una nueva dinámica económica que llegó para quedarse después de más de dos décadas.

De acuerdo a un informe publicado en noviembre de 2018 por la oficina de drogas y crímenes de las Naciones Unidas, el mercado de drogas ilícitas recibe utilidades anuales por US 650.000 millones que en términos comparativos es mucho más que lo que reciben los diez clubes más grandes de fútbol quienes solo alcanzan US 16.000 millones, esto de por sí muestra una innegable realidad de lo que significan las drogas ilícitas en términos de su poder.

Para hacer un poco de historia, entre los años setentas y ochentas la “bonanza marimbera” tuvo una influencia directa en la aparición de nuevas riquezas especialmente en la zona norte del país, particularmente Riohacha, Maicao y posteriormente Barranquilla y así sucesivamente hasta alcanzar las demás ciudades; el hecho es que el dinero que se movía a montones en la economía de la época fue responsable que muchas fortunas se legalizaran generando una nueva dinámica económica en la región.

Pero la verdadera revolución se presentó con la hoja de coca, la rentabilidad de este nuevo negocio quintuplicaba las ganancias de la marihuana; la internacionalización del mercado de la heroína y la cocaína dieron lugar a uno de los negocios más lucrativos desde la historia del legendario Al Capone en la década de los 20s en Estados Unidos con sus negocios de tabaco y alcohol, pero esta nueva droga superó cualquier antecedente.

La conformación de los carteles en el país los cuales alcanzaron fortunas incalculables en la década de los ochenta y parte de los noventa, no solo inyectaron a la economía cuantiosas sumas de dinero que se irrigaron en múltiples sectores tales como equipos de fútbol, bienes raíces, haciendas, cadenas de droguería, hoteles, discotecas, casinos y hasta reinados de belleza; y podríamos decir que fue una época dorada en términos económicos para muchas regiones del país particularmente Medellín y el Valle de Aburrá, Cali, Tuluá, Barranquilla y Santa Marta en la Costa Caribe por mencionar las más representativas.

Para entonces las cifras de violencia se triplicaron, la proliferación de oficinas de cobro y escuadrones de sicarios al servicio de los capos sembraban la muerte por doquier y los enfrentamientos entre cárteles y los ajustes de cuentas eran el pan de cada dia; lo grave es que la sociedad empezó a acostumbrarse a la suntuosidad, al derroche de dinero y de lujos por parte de los nuevos ricos imponiendo una nueva moda y una nueva cultura que llegó para quedarse pues con los carteles llegaron los traquetos y toda su escandaloso estilo de vida, impusieron su música, sus gustos y por supuesto la ley del “corone” y con ello influenciaron a toda  una generación que solo aspira a tener dinero sin esfuerzo y vivir como vive la farándula. 

Valledupar no fue la excepción, en una muy cuestionada decisión del gobierno de Andrés Pastrana y el entonces alcalde Johny Pérez Oñate, se les ocurrió que la ciudad necesitaba una cárcel de mediana y alta seguridad trayendo con ella a los más peligrosos capos capturados hasta ese momento y detrás de ellos parte de sus estructuras delincuenciales las cuales se radicaron en la ciudad estableciendo una nueva dinámica económica que llegó para quedarse después de más de dos décadas.

Esta nueva cultura delincuencial llegó a corromperlo todo a su paso, la proliferación de nuevos negocios fachada, la multiplicación exponencial de las redes del “gota a gota”, el sicariato y la extorsión entre otras muchas formas delictivas  amenazan a la sociedad desde sus cimientos pues penetraron y corrompieron escenarios donde era impensable que pudieran entrar, desde patrocinar cantantes sin ningún talento, campañas políticas, la justicia y el estado mismo; lo que sí es claro es que esto terminará por implosionar la sociedad misma si aceptamos el delito como forma de vida.

Pero algo es muy cierto, o seguimos en una guerra inútil contra un negocio que deja miles de millones en ganancias y que lo corrompió todo a su paso, o nos ponemos de acuerdo en las formas de legalización imponiendo altos impuestos a su distribución y consumo tal como se hizo con el alcohol y el tabaco; porque de lo contrario el vicio siempre se impondrá sobre la razón.

Por Eloy Gutiérrez Anaya

Columnista
8 marzo, 2022

La economía subterránea

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eloy Gutiérrez Anaya

Valledupar no fue la excepción, en una muy cuestionada decisión del gobierno de Andrés Pastrana y el entonces alcalde Johny Pérez Oñate, se les ocurrió que la ciudad necesitaba una cárcel de mediana y alta seguridad trayendo con ella a los más peligrosos capos capturados hasta ese momento y detrás de ellos parte de sus estructuras delincuenciales las cuales se radicaron en la ciudad estableciendo una nueva dinámica económica que llegó para quedarse después de más de dos décadas.


De acuerdo a un informe publicado en noviembre de 2018 por la oficina de drogas y crímenes de las Naciones Unidas, el mercado de drogas ilícitas recibe utilidades anuales por US 650.000 millones que en términos comparativos es mucho más que lo que reciben los diez clubes más grandes de fútbol quienes solo alcanzan US 16.000 millones, esto de por sí muestra una innegable realidad de lo que significan las drogas ilícitas en términos de su poder.

Para hacer un poco de historia, entre los años setentas y ochentas la “bonanza marimbera” tuvo una influencia directa en la aparición de nuevas riquezas especialmente en la zona norte del país, particularmente Riohacha, Maicao y posteriormente Barranquilla y así sucesivamente hasta alcanzar las demás ciudades; el hecho es que el dinero que se movía a montones en la economía de la época fue responsable que muchas fortunas se legalizaran generando una nueva dinámica económica en la región.

Pero la verdadera revolución se presentó con la hoja de coca, la rentabilidad de este nuevo negocio quintuplicaba las ganancias de la marihuana; la internacionalización del mercado de la heroína y la cocaína dieron lugar a uno de los negocios más lucrativos desde la historia del legendario Al Capone en la década de los 20s en Estados Unidos con sus negocios de tabaco y alcohol, pero esta nueva droga superó cualquier antecedente.

La conformación de los carteles en el país los cuales alcanzaron fortunas incalculables en la década de los ochenta y parte de los noventa, no solo inyectaron a la economía cuantiosas sumas de dinero que se irrigaron en múltiples sectores tales como equipos de fútbol, bienes raíces, haciendas, cadenas de droguería, hoteles, discotecas, casinos y hasta reinados de belleza; y podríamos decir que fue una época dorada en términos económicos para muchas regiones del país particularmente Medellín y el Valle de Aburrá, Cali, Tuluá, Barranquilla y Santa Marta en la Costa Caribe por mencionar las más representativas.

Para entonces las cifras de violencia se triplicaron, la proliferación de oficinas de cobro y escuadrones de sicarios al servicio de los capos sembraban la muerte por doquier y los enfrentamientos entre cárteles y los ajustes de cuentas eran el pan de cada dia; lo grave es que la sociedad empezó a acostumbrarse a la suntuosidad, al derroche de dinero y de lujos por parte de los nuevos ricos imponiendo una nueva moda y una nueva cultura que llegó para quedarse pues con los carteles llegaron los traquetos y toda su escandaloso estilo de vida, impusieron su música, sus gustos y por supuesto la ley del “corone” y con ello influenciaron a toda  una generación que solo aspira a tener dinero sin esfuerzo y vivir como vive la farándula. 

Valledupar no fue la excepción, en una muy cuestionada decisión del gobierno de Andrés Pastrana y el entonces alcalde Johny Pérez Oñate, se les ocurrió que la ciudad necesitaba una cárcel de mediana y alta seguridad trayendo con ella a los más peligrosos capos capturados hasta ese momento y detrás de ellos parte de sus estructuras delincuenciales las cuales se radicaron en la ciudad estableciendo una nueva dinámica económica que llegó para quedarse después de más de dos décadas.

Esta nueva cultura delincuencial llegó a corromperlo todo a su paso, la proliferación de nuevos negocios fachada, la multiplicación exponencial de las redes del “gota a gota”, el sicariato y la extorsión entre otras muchas formas delictivas  amenazan a la sociedad desde sus cimientos pues penetraron y corrompieron escenarios donde era impensable que pudieran entrar, desde patrocinar cantantes sin ningún talento, campañas políticas, la justicia y el estado mismo; lo que sí es claro es que esto terminará por implosionar la sociedad misma si aceptamos el delito como forma de vida.

Pero algo es muy cierto, o seguimos en una guerra inútil contra un negocio que deja miles de millones en ganancias y que lo corrompió todo a su paso, o nos ponemos de acuerdo en las formas de legalización imponiendo altos impuestos a su distribución y consumo tal como se hizo con el alcohol y el tabaco; porque de lo contrario el vicio siempre se impondrá sobre la razón.

Por Eloy Gutiérrez Anaya