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Columnista - 12 enero, 2014

La diosa de los vencidos

Un día te despertará la aurora y te encontrarás con que no existe olvido posible. Ni felicidad inalcanzable. Después de la última guerra quedamos dispersos en la inmensidad del desierto. Habíamos vencido pero estaba herido, con varios de mis hombres moribundos y la situación era realmente difícil. Entonces apareció ella, con ropajes níveos y turbante […]

Un día te despertará la aurora y te encontrarás con que no existe olvido posible. Ni felicidad inalcanzable.

Después de la última guerra quedamos dispersos en la inmensidad del desierto. Habíamos vencido pero estaba herido, con varios de mis hombres moribundos y la situación era realmente difícil. Entonces apareció ella, con ropajes níveos y turbante inmaculado, con sus propias manos cambió mis ropas, lavó mis heridas, perfumó mis sienes con hierbas sagradas y también curó a mis hombres.

Venía todos los días a aliviarme, mientras los hacía, me contaba historias de su pueblo y de sus dioses, me consolaba, sonreía y acariciaba mis cabellos con tanta ternura que se parecía bastante al amor, aunque yo realmente no sabía si aquello era amor. Ella era muy linda, a veces se quedaba mirándome tan dulcemente que yo no podía imaginarme el mundo sin ella, despertó en mi una emoción distinta, desconocida y absolutamente exquisita, pero cierto día el encanto terminó.

Vino a verme, noté su mirada ausente muy lejos de mí destino y no estaba esa sonrisa plácida que tantas veces alivió mis heridas, en su último gesto de nobleza me trajo aceitunas moradas y me ofreció dátiles del desierto, pero esta vez fue definitivamente despiadada. También me trajo su olvido.

Me enteré después que era una diosa, al encontrarnos sedientos y moribundos nos brindó alivio y protección creyendo que habíamos sido derrotados, por eso nos abandonaba a nuestra suerte. No me perdonó ser un impostor, ella era la diosa de los vencidos.

Mi irrevocable vocación de guerrero la encontró en la senda que oscurecieron mis laureles, ahora estoy aquí muriendo con la tarde, intento cruzar de regreso este desierto sin nombre, derrotado por mi suerte después de haberme imaginado la felicidad, avanzamos sin rumbo, el viento golpea muy fuerte mis delirios de victoria, la niebla del polvo oscurece mi triunfo postrero.

¡Oh, dioses del Olimpo!

¡Mil victorias desfilaron ante mis ojos!

La prisa de esta derrota no esperó el regreso de la dicha. ¡Ojalá volvieras!… ¡ojalá volvieras! retumba mi grito desesperado en agonías de muerte, camino hacia tus brazos, levanto la mirada al cielo y suplico a los dioses que envíen de regreso a la diosa de los vencidos o quizás que envíen por mí a la diosa de los que han de morir mordiendo el polvo de la derrota.

[email protected]

Columnista
12 enero, 2014

La diosa de los vencidos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Un día te despertará la aurora y te encontrarás con que no existe olvido posible. Ni felicidad inalcanzable. Después de la última guerra quedamos dispersos en la inmensidad del desierto. Habíamos vencido pero estaba herido, con varios de mis hombres moribundos y la situación era realmente difícil. Entonces apareció ella, con ropajes níveos y turbante […]


Un día te despertará la aurora y te encontrarás con que no existe olvido posible. Ni felicidad inalcanzable.

Después de la última guerra quedamos dispersos en la inmensidad del desierto. Habíamos vencido pero estaba herido, con varios de mis hombres moribundos y la situación era realmente difícil. Entonces apareció ella, con ropajes níveos y turbante inmaculado, con sus propias manos cambió mis ropas, lavó mis heridas, perfumó mis sienes con hierbas sagradas y también curó a mis hombres.

Venía todos los días a aliviarme, mientras los hacía, me contaba historias de su pueblo y de sus dioses, me consolaba, sonreía y acariciaba mis cabellos con tanta ternura que se parecía bastante al amor, aunque yo realmente no sabía si aquello era amor. Ella era muy linda, a veces se quedaba mirándome tan dulcemente que yo no podía imaginarme el mundo sin ella, despertó en mi una emoción distinta, desconocida y absolutamente exquisita, pero cierto día el encanto terminó.

Vino a verme, noté su mirada ausente muy lejos de mí destino y no estaba esa sonrisa plácida que tantas veces alivió mis heridas, en su último gesto de nobleza me trajo aceitunas moradas y me ofreció dátiles del desierto, pero esta vez fue definitivamente despiadada. También me trajo su olvido.

Me enteré después que era una diosa, al encontrarnos sedientos y moribundos nos brindó alivio y protección creyendo que habíamos sido derrotados, por eso nos abandonaba a nuestra suerte. No me perdonó ser un impostor, ella era la diosa de los vencidos.

Mi irrevocable vocación de guerrero la encontró en la senda que oscurecieron mis laureles, ahora estoy aquí muriendo con la tarde, intento cruzar de regreso este desierto sin nombre, derrotado por mi suerte después de haberme imaginado la felicidad, avanzamos sin rumbo, el viento golpea muy fuerte mis delirios de victoria, la niebla del polvo oscurece mi triunfo postrero.

¡Oh, dioses del Olimpo!

¡Mil victorias desfilaron ante mis ojos!

La prisa de esta derrota no esperó el regreso de la dicha. ¡Ojalá volvieras!… ¡ojalá volvieras! retumba mi grito desesperado en agonías de muerte, camino hacia tus brazos, levanto la mirada al cielo y suplico a los dioses que envíen de regreso a la diosa de los vencidos o quizás que envíen por mí a la diosa de los que han de morir mordiendo el polvo de la derrota.

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