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Columnista - 28 octubre, 2024

La dignidad de un apellido. (Reencuentro de una familia)

Hago esta especie de parangón para destruir el pesimismo entre las condiciones políticas, económicas y sociales presentes, que parecieran trastornar las relaciones afectivas interpersonales y con el entorno. 

Boton Wpp

Hace muchos años atrás en que apenas comenzaba mis estudios académicos en el conocimiento básico, de allá a acá, he notado con satisfacción una especie de optimismo irreversible por el deseo inmenso que nos posee a muchos de los de antes, vernos las caras con el pasado, sobre todo con los familiares y amigos queridos para poner a saltar los corazones y darnos un abrazo profundo, queriéndonos expresar muchos sentimientos y atrapar con facilidad pasmosa hasta el fantasma de los recuerdos. Discusiones, malos momentos, agravios y otros temas normales de la vida han podido darse con frecuencia, pero que hoy analizados a tiempo romperán algunos nudos y espinas en el camino, que son usuales bajo la libertad consentida de todas y cada una de nuestras opiniones.

Mi padre un emotivo educador, amante de la literatura, filántropo, compositor de música vallenata, decía en uno de sus versos: “nunca ambicioné el dinero porque no me interesó, pero sí he gozado yo con las cosas que más quiero…” y terminaba haciendo referencia a la familiaridad y amistad como valor humano y como el símbolo de las sociedades en busca de los momentos felices, que es lo que necesita el ser humano como medio de paz y entendimiento para que la sensibilidad social nazca. A mí me decía con mucha frecuencia, procura estar al tanto con tu familia, es lo único que nos inspira una necesidad de vida, visítala con frecuencia y quiérela, nos puede salvar de la soledad. 

Hago esta especie de parangón para destruir el pesimismo entre las condiciones políticas, económicas y sociales presentes, que parecieran trastornar las relaciones afectivas interpersonales y con el entorno. 

El dinero solo es determinante para quien lo tiene, significativo para quien no lo tiene, y manejable para los despreocupados. Solo la cantidad de dinero que satisface las necesidades básicas nos conducen a la felicidad; más de allí, difiere con la lógica matemática de la escala de los números y su valor absoluto en comparación de que a más dinero mayor felicidad. ¡No es posible!

Algunas veces hay que cambiar algo de esas cosas materiales que  traen unas condiciones económicas aceptables y sacrificar lo que se pueda aunque falta nos haga después, pero por el simple hecho de poder estrechar la mano de cada uno de los que aún participamos de una vida activa y darles un abrazo profundo con una pequeña lágrima en los ojos que nos permita luego enjuagar los sentimientos, lo haríamos solo para decirles a cada uno, “cuánto  les queremos”, y luego exclamar de rodillas sobre el piso sagrado de nuestro terruño que nos dio lo mucho o poco que logramos, “gracias Dios mío por la vida con respeto y cultura lograda y por la honra eterna de mi apellido”; que puede ser Cotes de los presos de Cayena, o de una hermosa provincia española o de aquellos descendientes de un Jorge Cotes asistente de Isaac Newton, pero siempre metido dentro de las normas de la dignidad.

Reencontrarnos con los amigos y familiares, aunque el destino muchas veces lo impida con sus teorías de la incertidumbre, lo hacemos convencidos que vamos a regresar repletos de emociones profundas, solo por el simple hecho de tocar la mano de cada uno de nuestros familiares entrañables, aunque sea la última vez que podamos disfrutar del mundo de las realidades y del afecto, aunque sea la última vez que recemos una oración.

Los seres humanos existimos de la mano de la esperanza, como aliados de las ilusiones, pero no existiríamos mientras la ausencia de la realidad esté presente por la inventiva de un mundo moderno donde la inteligencia artificial podría superar la realidad física, pero nunca podrá superar los sentimientos de afecto que se acrecientan con la presencia real de los que ha mucho tiempo no nos vemos. 

De la ciencia física aprendí que las imágenes virtuales como aquellas simples de los espejos, nos pueden llevar a fórmulas innovadoras en el campo de las ciencias y la tecnología, y así es como permanecemos ahora en contacto frecuente por retratos y por espejos, pero también, fácilmente nos puede llevar a la nada por la fórmula también simple de la falta de aprecio y afecto por la ausencia del contacto real con los seres que amamos. Antes lo hacíamos a través de cartas, hoy apolilladas, y pálidos documentos estacionados en los baúles de los recuerdos, donde al destaparlos, solo la esperanza encontrábamos en su interior.

Mis palabras que en estos momentos van más allá de las emociones y los sentimientos, la familiaridad y el apego a ella, no deben tomarse como un compromiso social, sino como un compromiso racional de esos que deben hacer parte de la vida y del mundo del afecto, que como sentimiento enlaza al hombre con la felicidad, y, con la felicidad en las manos el futuro será mejor.

Gracias a los organizadores de este gran encuentro para dar espacio a las emociones y sentimientos, que nos permiten continuar el pacto con nuestras raíces; ¡gloria a ellos! Los seres humanos entendemos bastante bien, que solo estamos más cerca sobre la igualdad, en el plano emocional y este se genera en la familia.

La familia no es algo importante para quien la tiene. ¡Lo es todo! Quien no la tiene estará siempre expuesto a la soledad y al olvido. Vive triste y vive solo, muere de vejez y de frio, ya lo dice Leandro Díaz en sus versos sentidos.

Fausto Cotes N.

Columnista
28 octubre, 2024

La dignidad de un apellido. (Reencuentro de una familia)

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Fausto Cotes

Hago esta especie de parangón para destruir el pesimismo entre las condiciones políticas, económicas y sociales presentes, que parecieran trastornar las relaciones afectivas interpersonales y con el entorno. 


Hace muchos años atrás en que apenas comenzaba mis estudios académicos en el conocimiento básico, de allá a acá, he notado con satisfacción una especie de optimismo irreversible por el deseo inmenso que nos posee a muchos de los de antes, vernos las caras con el pasado, sobre todo con los familiares y amigos queridos para poner a saltar los corazones y darnos un abrazo profundo, queriéndonos expresar muchos sentimientos y atrapar con facilidad pasmosa hasta el fantasma de los recuerdos. Discusiones, malos momentos, agravios y otros temas normales de la vida han podido darse con frecuencia, pero que hoy analizados a tiempo romperán algunos nudos y espinas en el camino, que son usuales bajo la libertad consentida de todas y cada una de nuestras opiniones.

Mi padre un emotivo educador, amante de la literatura, filántropo, compositor de música vallenata, decía en uno de sus versos: “nunca ambicioné el dinero porque no me interesó, pero sí he gozado yo con las cosas que más quiero…” y terminaba haciendo referencia a la familiaridad y amistad como valor humano y como el símbolo de las sociedades en busca de los momentos felices, que es lo que necesita el ser humano como medio de paz y entendimiento para que la sensibilidad social nazca. A mí me decía con mucha frecuencia, procura estar al tanto con tu familia, es lo único que nos inspira una necesidad de vida, visítala con frecuencia y quiérela, nos puede salvar de la soledad. 

Hago esta especie de parangón para destruir el pesimismo entre las condiciones políticas, económicas y sociales presentes, que parecieran trastornar las relaciones afectivas interpersonales y con el entorno. 

El dinero solo es determinante para quien lo tiene, significativo para quien no lo tiene, y manejable para los despreocupados. Solo la cantidad de dinero que satisface las necesidades básicas nos conducen a la felicidad; más de allí, difiere con la lógica matemática de la escala de los números y su valor absoluto en comparación de que a más dinero mayor felicidad. ¡No es posible!

Algunas veces hay que cambiar algo de esas cosas materiales que  traen unas condiciones económicas aceptables y sacrificar lo que se pueda aunque falta nos haga después, pero por el simple hecho de poder estrechar la mano de cada uno de los que aún participamos de una vida activa y darles un abrazo profundo con una pequeña lágrima en los ojos que nos permita luego enjuagar los sentimientos, lo haríamos solo para decirles a cada uno, “cuánto  les queremos”, y luego exclamar de rodillas sobre el piso sagrado de nuestro terruño que nos dio lo mucho o poco que logramos, “gracias Dios mío por la vida con respeto y cultura lograda y por la honra eterna de mi apellido”; que puede ser Cotes de los presos de Cayena, o de una hermosa provincia española o de aquellos descendientes de un Jorge Cotes asistente de Isaac Newton, pero siempre metido dentro de las normas de la dignidad.

Reencontrarnos con los amigos y familiares, aunque el destino muchas veces lo impida con sus teorías de la incertidumbre, lo hacemos convencidos que vamos a regresar repletos de emociones profundas, solo por el simple hecho de tocar la mano de cada uno de nuestros familiares entrañables, aunque sea la última vez que podamos disfrutar del mundo de las realidades y del afecto, aunque sea la última vez que recemos una oración.

Los seres humanos existimos de la mano de la esperanza, como aliados de las ilusiones, pero no existiríamos mientras la ausencia de la realidad esté presente por la inventiva de un mundo moderno donde la inteligencia artificial podría superar la realidad física, pero nunca podrá superar los sentimientos de afecto que se acrecientan con la presencia real de los que ha mucho tiempo no nos vemos. 

De la ciencia física aprendí que las imágenes virtuales como aquellas simples de los espejos, nos pueden llevar a fórmulas innovadoras en el campo de las ciencias y la tecnología, y así es como permanecemos ahora en contacto frecuente por retratos y por espejos, pero también, fácilmente nos puede llevar a la nada por la fórmula también simple de la falta de aprecio y afecto por la ausencia del contacto real con los seres que amamos. Antes lo hacíamos a través de cartas, hoy apolilladas, y pálidos documentos estacionados en los baúles de los recuerdos, donde al destaparlos, solo la esperanza encontrábamos en su interior.

Mis palabras que en estos momentos van más allá de las emociones y los sentimientos, la familiaridad y el apego a ella, no deben tomarse como un compromiso social, sino como un compromiso racional de esos que deben hacer parte de la vida y del mundo del afecto, que como sentimiento enlaza al hombre con la felicidad, y, con la felicidad en las manos el futuro será mejor.

Gracias a los organizadores de este gran encuentro para dar espacio a las emociones y sentimientos, que nos permiten continuar el pacto con nuestras raíces; ¡gloria a ellos! Los seres humanos entendemos bastante bien, que solo estamos más cerca sobre la igualdad, en el plano emocional y este se genera en la familia.

La familia no es algo importante para quien la tiene. ¡Lo es todo! Quien no la tiene estará siempre expuesto a la soledad y al olvido. Vive triste y vive solo, muere de vejez y de frio, ya lo dice Leandro Díaz en sus versos sentidos.

Fausto Cotes N.