Innegablemente en toda democracia que se respete, la existencia de los partidos políticos es la base fundamental para el sostenimiento de la democracia representativa dentro de un Estado social de derechos y de obligaciones. No cabe dudas que ellos deben ser los principales articuladores y canalizadores de esa enorme problemática social que reclama toda su […]
Innegablemente en toda democracia que se respete, la existencia de los partidos políticos es la base fundamental para el sostenimiento de la democracia representativa dentro de un Estado social de derechos y de obligaciones. No cabe dudas que ellos deben ser los principales articuladores y canalizadores de esa enorme problemática social que reclama toda su atención, dedicación y espíritu comunitario.
Desde sus inicios en la antigua Grecia (para muchos, cuna de la democracia), la gente sintió la necesidad de agruparse, de asociarse y buscar puntos de convergencia ideológica, filosófica y programática que los condujera a plasmar programas y propuestas que con el tiempo se tradujeran en bienestar, desarrollo y progreso para las comunidades. Ese ha sido por siempre el anhelo y el deseo de los pueblos cuando han depositado su confianza y sus esperanzas en los partidos políticos legalmente constituidos, que les permite elegir a unos representantes que se supone van a defender sus intereses y a propender por el mejoramiento de la calidad de vida de todos sus representados.
Se dice que el surgimiento de los partidos políticos se dio a finales del siglo XVIII o a principios del XIX en Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo nacimiento está intrínsecamente ligado al perfeccionamiento de los mecanismos de participación de la sociedad dentro de una democracia cada vez más exigente.
Los partidos políticos deben ser el enlace, el puente, el vehículo capaz de transportar hasta el palacio de gobierno las inquietudes y necesidades de los pueblos en busca de soluciones y de esta manera se encargarán de mantener una relación armónica y fluida entre la sociedad civil y el Estado.
Sin embargo, en Colombia con el paso del tiempo, la imagen de los partidos se ha ido desdibujando en la medida que estos, poco a poco, se han alejado de sus principios ideológicos y filosóficos, dejando de lado la tarea del adoctrinamiento político necesario para afianzar la ideología, el amor y la devoción partidista que existió en otras épocas, cuando los partidos se convirtieron en canalizadores de grandes pasiones y exacerbaban los ánimos.
Hoy por hoy, los partidos existen más por la necesidad de otorgar un aval para poder aspirar a un cargo de elección popular, mantener una personería jurídica que les permita obtener la financiación estatal y recibir prebendas burocráticas y contractuales, que por el principio fundamental de luchar por imponer unos postulados que logren perdurar en el tiempo, despertando el fervor de las masas ansiosas de liderazgo.
Aquellos partidos de masa, ideologizados hasta la muerte han ido desapareciendo para dar paso a expresiones de conveniencia meramente estomacales y transitorias, ya que es común ver candidatos camaleónicos que en cada campaña cambian el color de los partidos. Es difícil ver a los directores de los partidos en los barrios marginados llevando solución a los problemas de la gente, solo lo hacen en cada debate cuando van a buscar los votos.
Al no existir las grandes ideologías que buscaban penetrar el colectivo popular, los electores han ido perdiéndole el entusiasmo y la pasión desbordante que provocaban los partidos de otras épocas, ya que sus jefes y muchos de sus candidatos han preferido dedicarse a buscar plata para comprar votos, en detrimento de la enseñanza que conduzca al elector a ese enamoramiento partidista tan necesario para levantar los ánimos y los deseos de agitar las banderas de sus partidos.
Todos estos aspectos hacen que la política y los partidos políticos pierdan su capacidad de atracción frente a un electorado cada vez más incrédulo, inconforme y decepcionado, al cual sin consultarlo lo hacen cambiar de partido cada cuatro años, muchos de ellos, partidos de garaje, vendedores de avales que no le aportan ni una camiseta o afiche a sus candidatos pero que sí están atentos para reclamar la reposición que da el Estado por cada voto. En síntesis, podemos decir que la decadencia de los partidos es notoria y nefasta para la democracia que necesita de partidos fuertes y empoderados para subsistir, aun cuando cada vez se observe en el horizonte el fortalecimiento de las expresiones populares a través de los movimientos sociales que cada día se asoman con mayor fortaleza.
Innegablemente en toda democracia que se respete, la existencia de los partidos políticos es la base fundamental para el sostenimiento de la democracia representativa dentro de un Estado social de derechos y de obligaciones. No cabe dudas que ellos deben ser los principales articuladores y canalizadores de esa enorme problemática social que reclama toda su […]
Innegablemente en toda democracia que se respete, la existencia de los partidos políticos es la base fundamental para el sostenimiento de la democracia representativa dentro de un Estado social de derechos y de obligaciones. No cabe dudas que ellos deben ser los principales articuladores y canalizadores de esa enorme problemática social que reclama toda su atención, dedicación y espíritu comunitario.
Desde sus inicios en la antigua Grecia (para muchos, cuna de la democracia), la gente sintió la necesidad de agruparse, de asociarse y buscar puntos de convergencia ideológica, filosófica y programática que los condujera a plasmar programas y propuestas que con el tiempo se tradujeran en bienestar, desarrollo y progreso para las comunidades. Ese ha sido por siempre el anhelo y el deseo de los pueblos cuando han depositado su confianza y sus esperanzas en los partidos políticos legalmente constituidos, que les permite elegir a unos representantes que se supone van a defender sus intereses y a propender por el mejoramiento de la calidad de vida de todos sus representados.
Se dice que el surgimiento de los partidos políticos se dio a finales del siglo XVIII o a principios del XIX en Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo nacimiento está intrínsecamente ligado al perfeccionamiento de los mecanismos de participación de la sociedad dentro de una democracia cada vez más exigente.
Los partidos políticos deben ser el enlace, el puente, el vehículo capaz de transportar hasta el palacio de gobierno las inquietudes y necesidades de los pueblos en busca de soluciones y de esta manera se encargarán de mantener una relación armónica y fluida entre la sociedad civil y el Estado.
Sin embargo, en Colombia con el paso del tiempo, la imagen de los partidos se ha ido desdibujando en la medida que estos, poco a poco, se han alejado de sus principios ideológicos y filosóficos, dejando de lado la tarea del adoctrinamiento político necesario para afianzar la ideología, el amor y la devoción partidista que existió en otras épocas, cuando los partidos se convirtieron en canalizadores de grandes pasiones y exacerbaban los ánimos.
Hoy por hoy, los partidos existen más por la necesidad de otorgar un aval para poder aspirar a un cargo de elección popular, mantener una personería jurídica que les permita obtener la financiación estatal y recibir prebendas burocráticas y contractuales, que por el principio fundamental de luchar por imponer unos postulados que logren perdurar en el tiempo, despertando el fervor de las masas ansiosas de liderazgo.
Aquellos partidos de masa, ideologizados hasta la muerte han ido desapareciendo para dar paso a expresiones de conveniencia meramente estomacales y transitorias, ya que es común ver candidatos camaleónicos que en cada campaña cambian el color de los partidos. Es difícil ver a los directores de los partidos en los barrios marginados llevando solución a los problemas de la gente, solo lo hacen en cada debate cuando van a buscar los votos.
Al no existir las grandes ideologías que buscaban penetrar el colectivo popular, los electores han ido perdiéndole el entusiasmo y la pasión desbordante que provocaban los partidos de otras épocas, ya que sus jefes y muchos de sus candidatos han preferido dedicarse a buscar plata para comprar votos, en detrimento de la enseñanza que conduzca al elector a ese enamoramiento partidista tan necesario para levantar los ánimos y los deseos de agitar las banderas de sus partidos.
Todos estos aspectos hacen que la política y los partidos políticos pierdan su capacidad de atracción frente a un electorado cada vez más incrédulo, inconforme y decepcionado, al cual sin consultarlo lo hacen cambiar de partido cada cuatro años, muchos de ellos, partidos de garaje, vendedores de avales que no le aportan ni una camiseta o afiche a sus candidatos pero que sí están atentos para reclamar la reposición que da el Estado por cada voto. En síntesis, podemos decir que la decadencia de los partidos es notoria y nefasta para la democracia que necesita de partidos fuertes y empoderados para subsistir, aun cuando cada vez se observe en el horizonte el fortalecimiento de las expresiones populares a través de los movimientos sociales que cada día se asoman con mayor fortaleza.