Vuelve y juega. Incendios incontrolables en las montañas del norte de Valledupar, que hacen ‘correr’ a las autoridades a apagar, como sea, las hectáreas afectadas. EL PILÓN consultó con expertos que consideran que este tipo de eventos que se dan durante los intensos veranos...
Vuelve y juega. Incendios incontrolables en las montañas del norte de Valledupar, que hacen ‘correr’ a las autoridades a apagar, como sea, las hectáreas afectadas. EL PILÓN consultó con expertos que consideran que este tipo de eventos que se dan durante los intensos veranos o lo contrario las inundaciones en los intensos inviernos, son previsibles. Por ello, las Oficinas de Gestión del Riesgo u Oficinas de Prevención y Desastres de los niveles departamental y municipal deberían convertirse en una Secretaría que administren los recursos necesarios para cubrir los ciclos anuales y las eventualidades que surgen tanto en verano como en invierno. En este caso, el asunto no es de riesgo sino de certeza, porque sucede lo mismo todos los años, claro está, con algunas excepciones que si podrían catalogarse como un evento de alto riesgo; por ejemplo, un aumento excesivo de los niveles de agua del río Guatapurí, más no una creciente normal como ocurre anualmente que inunda las comunidades asentadas y permitidas por las autoridades en zonas donde no deberían haber asentamientos humanos.
Lo mismo ocurre con las quemas, que la historia narra como una tradición ancestral de los indígenas para el cultivo de la tierra, desde 50 años atrás, lo cual sucede todos los años, lo cual se convierte en previsible. Ahora la noticia no es la quema, sino que trajeron el helicóptero tipo Bambi, que se ha convertido en un símbolo de eficiencia y de precisión administrativa de la administración departamental y municipal para sofocar las llamas, que según expertos ambientalistas no es la mejor manera de sofocarlas, debido a que se requiere un plan para contrarrestar el avance de las llamas para quitarle oxigeno al fuego, definir los límites del avance y establecer cuáles son las zonas donde están los cultivos, la ganadería o las viviendas que podrían sufrir deteriores o afectaciones.
Aunque hay que aplaudir y resaltar la labor del Ejército Nacional, esta sofisticación de traer un helicóptero, con pilotos que no conocen el territorio como bomberos para contrarestar el efecto del incendio, no tendría sentido cada año. Lo que se requiere es que haya un verdadero Plan de Gestión del Riesgo a nivel municipal y en lo posible a nivel veredal, porque los incendios no son municipales sino veredales, donde debería establecerse cuáles son las rutas de evacuación, los puntos de encuentro de las instituciones encargadas y la comunidad afectada, los sitios de abastecimiento de agua, de conducción de insumos, las funciones del Comité que administra la emergencia, los recursos del Fondo de Gestión del Riesgo a nivel municipal y las alianzas que deben activarse en el momento en que la emergencia supere la capacidad local de respuesta.
Este panorama termina convirtiéndose en un problema de gerencia del territorio, del recurso, es una combinación de saber cómo se solucionan los problemas y cómo se utilizan los recursos de manera eficiente y efectivamente. Ser proactivo, más no reactivo.
EL PILÓN reconoce la labor que realizan las entidades involucradas: Corpocesar y las administraciones departamental y municipal, que son las que tienen los tres niveles de gestión del riesgo, que entre otras cosas han trabajado prácticamente con las ‘uñas’ y con los ojos vendados porque no conocen la situación al detalle, por no contar con los elementos mínimos para que los funcionarios realicen la tarea encomendada. Por eso la invitación es a tener las herramientas que permitan tener el conocimiento acertado, sobre el territorio (cartografía, sistemas de información geográficos, mapas de detalles de zonas de frecuentes eventos de riesgos) y tener la organización y los instrumentos que permitan hacer la gestión que la comunidad vallenata y cesarense se merece.
El costo de lo que está sucediendo es que sitios de alto valor de los cuales estamos orgullosos, como la región de Los Besotes, termine afectada de manera permanente y habría que esperar 30 o 40 años para que se restituyan las condiciones, si en el peor de los casos no se registra el próximo año un nuevo incendio inmanejable.
Vuelve y juega. Incendios incontrolables en las montañas del norte de Valledupar, que hacen ‘correr’ a las autoridades a apagar, como sea, las hectáreas afectadas. EL PILÓN consultó con expertos que consideran que este tipo de eventos que se dan durante los intensos veranos...
Vuelve y juega. Incendios incontrolables en las montañas del norte de Valledupar, que hacen ‘correr’ a las autoridades a apagar, como sea, las hectáreas afectadas. EL PILÓN consultó con expertos que consideran que este tipo de eventos que se dan durante los intensos veranos o lo contrario las inundaciones en los intensos inviernos, son previsibles. Por ello, las Oficinas de Gestión del Riesgo u Oficinas de Prevención y Desastres de los niveles departamental y municipal deberían convertirse en una Secretaría que administren los recursos necesarios para cubrir los ciclos anuales y las eventualidades que surgen tanto en verano como en invierno. En este caso, el asunto no es de riesgo sino de certeza, porque sucede lo mismo todos los años, claro está, con algunas excepciones que si podrían catalogarse como un evento de alto riesgo; por ejemplo, un aumento excesivo de los niveles de agua del río Guatapurí, más no una creciente normal como ocurre anualmente que inunda las comunidades asentadas y permitidas por las autoridades en zonas donde no deberían haber asentamientos humanos.
Lo mismo ocurre con las quemas, que la historia narra como una tradición ancestral de los indígenas para el cultivo de la tierra, desde 50 años atrás, lo cual sucede todos los años, lo cual se convierte en previsible. Ahora la noticia no es la quema, sino que trajeron el helicóptero tipo Bambi, que se ha convertido en un símbolo de eficiencia y de precisión administrativa de la administración departamental y municipal para sofocar las llamas, que según expertos ambientalistas no es la mejor manera de sofocarlas, debido a que se requiere un plan para contrarrestar el avance de las llamas para quitarle oxigeno al fuego, definir los límites del avance y establecer cuáles son las zonas donde están los cultivos, la ganadería o las viviendas que podrían sufrir deteriores o afectaciones.
Aunque hay que aplaudir y resaltar la labor del Ejército Nacional, esta sofisticación de traer un helicóptero, con pilotos que no conocen el territorio como bomberos para contrarestar el efecto del incendio, no tendría sentido cada año. Lo que se requiere es que haya un verdadero Plan de Gestión del Riesgo a nivel municipal y en lo posible a nivel veredal, porque los incendios no son municipales sino veredales, donde debería establecerse cuáles son las rutas de evacuación, los puntos de encuentro de las instituciones encargadas y la comunidad afectada, los sitios de abastecimiento de agua, de conducción de insumos, las funciones del Comité que administra la emergencia, los recursos del Fondo de Gestión del Riesgo a nivel municipal y las alianzas que deben activarse en el momento en que la emergencia supere la capacidad local de respuesta.
Este panorama termina convirtiéndose en un problema de gerencia del territorio, del recurso, es una combinación de saber cómo se solucionan los problemas y cómo se utilizan los recursos de manera eficiente y efectivamente. Ser proactivo, más no reactivo.
EL PILÓN reconoce la labor que realizan las entidades involucradas: Corpocesar y las administraciones departamental y municipal, que son las que tienen los tres niveles de gestión del riesgo, que entre otras cosas han trabajado prácticamente con las ‘uñas’ y con los ojos vendados porque no conocen la situación al detalle, por no contar con los elementos mínimos para que los funcionarios realicen la tarea encomendada. Por eso la invitación es a tener las herramientas que permitan tener el conocimiento acertado, sobre el territorio (cartografía, sistemas de información geográficos, mapas de detalles de zonas de frecuentes eventos de riesgos) y tener la organización y los instrumentos que permitan hacer la gestión que la comunidad vallenata y cesarense se merece.
El costo de lo que está sucediendo es que sitios de alto valor de los cuales estamos orgullosos, como la región de Los Besotes, termine afectada de manera permanente y habría que esperar 30 o 40 años para que se restituyan las condiciones, si en el peor de los casos no se registra el próximo año un nuevo incendio inmanejable.