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Columnista - 26 octubre, 2021

La culpa no es de la vaca

En una improvisada reunión, haciendo gala a un maravilloso espacio de recíproca amistad y famélicas diferencias políticas, las lamentaciones de yerros administrativos del Gobierno nacional, regional y local reemplazaron a la música, en una muy armónica sinfonía de inconformidades y desilusiones, las cuales aparte de decorar el homenaje a un gran amigo, no lograron estructurar […]

En una improvisada reunión, haciendo gala a un maravilloso espacio de recíproca amistad y famélicas diferencias políticas, las lamentaciones de yerros administrativos del Gobierno nacional, regional y local reemplazaron a la música, en una muy armónica sinfonía de inconformidades y desilusiones, las cuales aparte de decorar el homenaje a un gran amigo, no lograron estructurar en el corto plazo una alternativa política frente al desprestigio de este noble ejercicio.     

En el encuentro todos éramos, de alguna manera, líderes que en su momento planteamos bien intencionadas fórmulas de desarrollo al departamento y sus municipios, algunas de reconocimiento público, pero condenadas al naufragio en el torbellino de la desesperanza. Triste sentimiento que, detrás de una seductora máscara, ha degradado la inteligencia, la sensibilidad social y la capacidad de servicio de muchos talentos cesarenses, para entregar la victoria en las urnas a los dueños de la inercia política que engaña al elector.

Muy seguramente por esto poco importa que los escándalos del Gobierno nacional concluyan con el voluntario exilio del funcionario de turno o con el vencimiento de términos del amangualado organismo de investigación estatal. De la sangre derramada no hablemos. O que los recursos recibidos por el departamento del Cesar como compensación por la explotación del carbón los sigan gastando en la satisfacción de faraónicos caprichos, con las consabidas malas prácticas en la ejecución contractual, en vez de aliviar las necesidades básicas de un pueblo que solo heredará la enfermedad y la crisis social alimentada desde los estériles socavones.

El conformismo anestesió nuestra sensibilidad. Las vías con sus cráteres son solo pistas para la violación de cualquier código; el hampa escoge calles para atracos en serie y perderse en la impunidad; ahora los centros comerciales, que para algunos eran guarida de desocupados, dejaron de serlo para convertirse en zonas de alto riesgo ante la mirada impasible de un sistema de vigilancia ineficiente; nuestra empresa bandera, Emdupar, que había sobrevivido a tantos intentos de privatización, se pierde en el eufemismo de una leonina tercerización. Etc., etc., etc.    

Terminamos aceptando todo en nombre de la comodidad del mínimo esfuerzo, de las sobras de la mesa de los poderosos o de la esperanza de un guiño para entrar a hacer parte del primer anillo de la caterva de desalmados que prefieren sus jugosos saldos bancarios a honrar el servicio público.

Por esto el verdadero daño que hoy padece el colectivo no es ni siquiera los recursos que presuntamente hayan podido haber sido desviados a inversiones particulares, lo grave radica en la inducida equivocación con que las comunidades evalúan a los funcionarios públicos, quienes logran reconocimiento de acuerdo a sus chequeras personales y no al impacto que sus obras alcanzan en el bienestar de sus gobernados.  

Entonces, ante el manipulable marasmo político de las comunidades, surge la necesidad de valientes líderes que estimulen la agudeza electoral generalizada, capaz de guiarnos como sociedad por el sendero del desarrollo. No necesitamos supermanes, esos no existen, en estos momentos de tribulación requerimos solo hombres y mujeres decididas a sembrar posibilidades a un pueblo que hoy rinde tributo a su victimario, renovando la esperanza, como alternativa democrática capaz de absolvernos del destierro al que hemos sido condenados. ¿Qué tanta culpa tienes en lo que está pasando? ¡Piénsalo! Un abrazo. 

@antoniomariaA

Columnista
26 octubre, 2021

La culpa no es de la vaca

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Antonio María Araujo

En una improvisada reunión, haciendo gala a un maravilloso espacio de recíproca amistad y famélicas diferencias políticas, las lamentaciones de yerros administrativos del Gobierno nacional, regional y local reemplazaron a la música, en una muy armónica sinfonía de inconformidades y desilusiones, las cuales aparte de decorar el homenaje a un gran amigo, no lograron estructurar […]


En una improvisada reunión, haciendo gala a un maravilloso espacio de recíproca amistad y famélicas diferencias políticas, las lamentaciones de yerros administrativos del Gobierno nacional, regional y local reemplazaron a la música, en una muy armónica sinfonía de inconformidades y desilusiones, las cuales aparte de decorar el homenaje a un gran amigo, no lograron estructurar en el corto plazo una alternativa política frente al desprestigio de este noble ejercicio.     

En el encuentro todos éramos, de alguna manera, líderes que en su momento planteamos bien intencionadas fórmulas de desarrollo al departamento y sus municipios, algunas de reconocimiento público, pero condenadas al naufragio en el torbellino de la desesperanza. Triste sentimiento que, detrás de una seductora máscara, ha degradado la inteligencia, la sensibilidad social y la capacidad de servicio de muchos talentos cesarenses, para entregar la victoria en las urnas a los dueños de la inercia política que engaña al elector.

Muy seguramente por esto poco importa que los escándalos del Gobierno nacional concluyan con el voluntario exilio del funcionario de turno o con el vencimiento de términos del amangualado organismo de investigación estatal. De la sangre derramada no hablemos. O que los recursos recibidos por el departamento del Cesar como compensación por la explotación del carbón los sigan gastando en la satisfacción de faraónicos caprichos, con las consabidas malas prácticas en la ejecución contractual, en vez de aliviar las necesidades básicas de un pueblo que solo heredará la enfermedad y la crisis social alimentada desde los estériles socavones.

El conformismo anestesió nuestra sensibilidad. Las vías con sus cráteres son solo pistas para la violación de cualquier código; el hampa escoge calles para atracos en serie y perderse en la impunidad; ahora los centros comerciales, que para algunos eran guarida de desocupados, dejaron de serlo para convertirse en zonas de alto riesgo ante la mirada impasible de un sistema de vigilancia ineficiente; nuestra empresa bandera, Emdupar, que había sobrevivido a tantos intentos de privatización, se pierde en el eufemismo de una leonina tercerización. Etc., etc., etc.    

Terminamos aceptando todo en nombre de la comodidad del mínimo esfuerzo, de las sobras de la mesa de los poderosos o de la esperanza de un guiño para entrar a hacer parte del primer anillo de la caterva de desalmados que prefieren sus jugosos saldos bancarios a honrar el servicio público.

Por esto el verdadero daño que hoy padece el colectivo no es ni siquiera los recursos que presuntamente hayan podido haber sido desviados a inversiones particulares, lo grave radica en la inducida equivocación con que las comunidades evalúan a los funcionarios públicos, quienes logran reconocimiento de acuerdo a sus chequeras personales y no al impacto que sus obras alcanzan en el bienestar de sus gobernados.  

Entonces, ante el manipulable marasmo político de las comunidades, surge la necesidad de valientes líderes que estimulen la agudeza electoral generalizada, capaz de guiarnos como sociedad por el sendero del desarrollo. No necesitamos supermanes, esos no existen, en estos momentos de tribulación requerimos solo hombres y mujeres decididas a sembrar posibilidades a un pueblo que hoy rinde tributo a su victimario, renovando la esperanza, como alternativa democrática capaz de absolvernos del destierro al que hemos sido condenados. ¿Qué tanta culpa tienes en lo que está pasando? ¡Piénsalo! Un abrazo. 

@antoniomariaA