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Columnista - 2 junio, 2021

La culpa fue de Joaco Guillen

En aquellos años traumáticos para el país, cuando andaba la guerrilla suelta de madrina por todas partes, tenía Zuleta que cumplir un compromiso en la población de Morales, ubicada en el conflictivo sur de Bolívar. Su buen amigo el coronel Rodríguez, del Ejército Nacional, encomendó a un destacamento antiguerrilla a su mando la misión de […]

En aquellos años traumáticos para el país, cuando andaba la guerrilla suelta de madrina por todas partes, tenía Zuleta que cumplir un compromiso en la población de Morales, ubicada en el conflictivo sur de Bolívar. Su buen amigo el coronel Rodríguez, del Ejército Nacional, encomendó a un destacamento antiguerrilla a su mando la misión de custodiar a ‘Poncho’ y Emiliano en su desplazamiento y estadía en este sitio. 

Había que cruzar el río Magdalena y en una lancha de asalto con metras hasta en el techo llegaron los hermanos al embarcadero de Morales, en tanto que Joaco Guillen, el manager del grupo, y su gente, cruzaron en un par de lanchas rápidas dispuestas por los empresarios del evento.

Las medidas de seguridad fueron muy estrictas y solo cuando estuvo listo el sonido para la actuación pudieron los Zuleta descender de la lancha, y rodeados por veteranos soldados llegaron a la tarima. 

La ovación se dejó sentir y comenzó el fundingue. Los soldados no permitieron que la gente se arrimara a la tarima y una distancia de veinte metros distanciaba a los ídolos. El público entusiasmado gritaba, aplaudía blandiendo afiches y pancartas para los reyes del vallenato. Entre el tumulto Poncho observó una estaca de morena que con una blusa amarillo atornasolado de arbitrario escote le mandaba besitos tras besitos y con la mano en el corazón bailaba con insinuantes movimientos. Tenía el pelo largo muy ‘coposon’ y la verdad es que tenía a Zuleta medio encandilado y él medio en temple la llamaba para que se acercara, pero los soldados estaban infranqueables.

Poncho cantaba con el micrófono en la mano izquierda y con la derecha le hacía a la hembra la figura del teléfono, esa que todos hacemos para disimuladamente pedirle el numero a una dama y a la vez le señalaba a Joaco que sería el encargado del cruce para cuadrar con ella la venida a Valledupar.

Terminó la actuación y los Zuleta rodeados por el Ejército Nacional fueron subidos a la lancha que de inmediato abrió la vela hacia el otro lado del río donde estaba el bus esperando. Poncho trató de convencer al teniente al mando que demorara un poco la salida esperando a que apareciera la dama del escote, pero este inflexible le comentó que habían rumores que la guerrilla intentaría secuestrarlo y no podían arriesgarse.

Joaco cumplió su cometido y le trajo el teléfono del hembrón y eufóricamente le decía a Poncho: “Oye, Zuleta, párate firme que en ocho días viene la hembra para el Valle”.  Una botella de Buchanan’s dieciocho años que le había regalado su amigo Armando Romero se la brindó a Guillen por el éxito en el operativo. Lo que no sabía ‘Zule’ es que el muy vivo de Joaco había cuadrado para él la compañera de la morenaza que estaba tres veces mejor.

Fue una larga semana de espera, en la que diariamente hablaba con Kasandra, así se llamaba la moralera. Aquellos amores telefónicos recalentaban el celular; Zuleta estaba concentrado en Mi Salvación con una dieta de gallo mampolón, chavarrí y un chivato que mandó a salar. Solo tomaba chirrinche con toronjil esperando el domingo, día fijado para la matanza, claro que en la casa de campo tenía traspuesta una mercancía que de Sincelejo le había mandado su amigo ‘Toño’ Mendoza por si acaso alguna vaina.

El domingo en la tarde, ya en el kiosco de su casa, en el Valle, expectante esperaba el momento crucial y este llegó; cuando le informaron que en el portón estaba Joaco con el material se camufló dentro de la camioneta de vidrios polarizados con algún presentimiento, pues a la hembra no la había visto de cerca. Ella entró sonriente, le faltaba el colmillo izquierdo, el cutis averiado por el acné y un buche que no pudo ocultar con un par de fajas que se enganchó y algo bigotuda. 

‘Tavo’ Zequeda, que ya tenía instrucciones por si acaso alguna vaina, al percatarse le explicó a la dama que Poncho estaba con la virosis y que con el dolor de su alma no podía atenderla, pero le obsequiaba 500 mil pesos para los gastos de viaje y regreso; ella se fue feliz con el billete y Joaco Guillen se volvió alcanfor.

Al salir del escondite tajantemente le ordenó a Zequeda, el hombre de las finanzas zuleteras: “Házmele la liquidación a Guillen y le descuentas los quinientos mil que se le dieron a semejante camastrón”. Este fue uno de los motivos que propició la salida de Joaco Guillen del grupo de los hermanos Zuleta.

Columnista
2 junio, 2021

La culpa fue de Joaco Guillen

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio C. Oñate M.

En aquellos años traumáticos para el país, cuando andaba la guerrilla suelta de madrina por todas partes, tenía Zuleta que cumplir un compromiso en la población de Morales, ubicada en el conflictivo sur de Bolívar. Su buen amigo el coronel Rodríguez, del Ejército Nacional, encomendó a un destacamento antiguerrilla a su mando la misión de […]


En aquellos años traumáticos para el país, cuando andaba la guerrilla suelta de madrina por todas partes, tenía Zuleta que cumplir un compromiso en la población de Morales, ubicada en el conflictivo sur de Bolívar. Su buen amigo el coronel Rodríguez, del Ejército Nacional, encomendó a un destacamento antiguerrilla a su mando la misión de custodiar a ‘Poncho’ y Emiliano en su desplazamiento y estadía en este sitio. 

Había que cruzar el río Magdalena y en una lancha de asalto con metras hasta en el techo llegaron los hermanos al embarcadero de Morales, en tanto que Joaco Guillen, el manager del grupo, y su gente, cruzaron en un par de lanchas rápidas dispuestas por los empresarios del evento.

Las medidas de seguridad fueron muy estrictas y solo cuando estuvo listo el sonido para la actuación pudieron los Zuleta descender de la lancha, y rodeados por veteranos soldados llegaron a la tarima. 

La ovación se dejó sentir y comenzó el fundingue. Los soldados no permitieron que la gente se arrimara a la tarima y una distancia de veinte metros distanciaba a los ídolos. El público entusiasmado gritaba, aplaudía blandiendo afiches y pancartas para los reyes del vallenato. Entre el tumulto Poncho observó una estaca de morena que con una blusa amarillo atornasolado de arbitrario escote le mandaba besitos tras besitos y con la mano en el corazón bailaba con insinuantes movimientos. Tenía el pelo largo muy ‘coposon’ y la verdad es que tenía a Zuleta medio encandilado y él medio en temple la llamaba para que se acercara, pero los soldados estaban infranqueables.

Poncho cantaba con el micrófono en la mano izquierda y con la derecha le hacía a la hembra la figura del teléfono, esa que todos hacemos para disimuladamente pedirle el numero a una dama y a la vez le señalaba a Joaco que sería el encargado del cruce para cuadrar con ella la venida a Valledupar.

Terminó la actuación y los Zuleta rodeados por el Ejército Nacional fueron subidos a la lancha que de inmediato abrió la vela hacia el otro lado del río donde estaba el bus esperando. Poncho trató de convencer al teniente al mando que demorara un poco la salida esperando a que apareciera la dama del escote, pero este inflexible le comentó que habían rumores que la guerrilla intentaría secuestrarlo y no podían arriesgarse.

Joaco cumplió su cometido y le trajo el teléfono del hembrón y eufóricamente le decía a Poncho: “Oye, Zuleta, párate firme que en ocho días viene la hembra para el Valle”.  Una botella de Buchanan’s dieciocho años que le había regalado su amigo Armando Romero se la brindó a Guillen por el éxito en el operativo. Lo que no sabía ‘Zule’ es que el muy vivo de Joaco había cuadrado para él la compañera de la morenaza que estaba tres veces mejor.

Fue una larga semana de espera, en la que diariamente hablaba con Kasandra, así se llamaba la moralera. Aquellos amores telefónicos recalentaban el celular; Zuleta estaba concentrado en Mi Salvación con una dieta de gallo mampolón, chavarrí y un chivato que mandó a salar. Solo tomaba chirrinche con toronjil esperando el domingo, día fijado para la matanza, claro que en la casa de campo tenía traspuesta una mercancía que de Sincelejo le había mandado su amigo ‘Toño’ Mendoza por si acaso alguna vaina.

El domingo en la tarde, ya en el kiosco de su casa, en el Valle, expectante esperaba el momento crucial y este llegó; cuando le informaron que en el portón estaba Joaco con el material se camufló dentro de la camioneta de vidrios polarizados con algún presentimiento, pues a la hembra no la había visto de cerca. Ella entró sonriente, le faltaba el colmillo izquierdo, el cutis averiado por el acné y un buche que no pudo ocultar con un par de fajas que se enganchó y algo bigotuda. 

‘Tavo’ Zequeda, que ya tenía instrucciones por si acaso alguna vaina, al percatarse le explicó a la dama que Poncho estaba con la virosis y que con el dolor de su alma no podía atenderla, pero le obsequiaba 500 mil pesos para los gastos de viaje y regreso; ella se fue feliz con el billete y Joaco Guillen se volvió alcanfor.

Al salir del escondite tajantemente le ordenó a Zequeda, el hombre de las finanzas zuleteras: “Házmele la liquidación a Guillen y le descuentas los quinientos mil que se le dieron a semejante camastrón”. Este fue uno de los motivos que propició la salida de Joaco Guillen del grupo de los hermanos Zuleta.