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Editorial - 15 febrero, 2024

La concordia nacional

Las palabras nos acercan, nos endulzan o nos distancian, nos enfrentan. Lo que está sucediendo en el ámbito nacional es francamente sorprendente. Por un lado del presidente no sabemos si habla el gobernante, el político, el filósofo, o el historiador. El que da los hechos y sus realizaciones, o el opinador de muchos aspectos de […]

Las palabras nos acercan, nos endulzan o nos distancian, nos enfrentan.

Lo que está sucediendo en el ámbito nacional es francamente sorprendente. Por un lado del presidente no sabemos si habla el gobernante, el político, el filósofo, o el historiador. El que da los hechos y sus realizaciones, o el opinador de muchos aspectos de la vida social y económica del país y de sus regiones o del universo; muchas veces motivado por algún contradictor en las redes sociales. Es el gobierno repentino, al que ayudan las redes sociales para no tomarse su tiempo para analizar y dar una respuesta oficial.

El otro es el opositor, que radicalizado dice cuanta sandez se le pasa por la cabeza. El última envión irresponsable fue el del exvicepresidente Francisco Santos que declaró en la radio que el presidente llama a la guerra civil y que debemos organizarnos. No tuvo el cuidado de atender con cabeza fría el llamado de los incendiarios y el hecho mismo de que él hubiese sido acusado por auspiciar el paramilitarismo en el centro del país, del llamado Bloque Capital de las AUC.

El pasado martes 6 de febrero en este espacio editorial manifestamos: “Frente a un momento político difícil para el gobierno del presidente Petro y de cuestionamientos a su desempeño, no deseamos que se distraiga la opinión pública, y en lugar de desarrollarse las tareas de gobernar y administrar -y darle cumplimiento al Plan Nacional de Desarrollo, para su propio bien-, se entre en desgastantes altercados desesperanzadores para millones de colombianos que votaron mayoritariamente a su favor en las elecciones presidenciales.

Cuando el presidente dice que hay una ruptura institucional y la oposición dice que la provoca el presidente, es cuando con cabeza fría hay que atemperar los ánimos, pues hay ruido y pocas nueces: siempre ha habido polarización, dificultades y fuerte oposición, es común en nuestra historia y debemos entenderlo como el juego democrático: si fueron duros en gobiernos republicanos -oligárquicos, liberal y conservadores, diría Petro- más se han acentuado cuando se trata de un experimento de gobierno de una izquierda democrática, como que fue coautora de la Constitución Política de 1991, que merecía la oportunidad de gobernar a Colombia, y que le fuera bien. El país entonces, en las elecciones, le dará continuidad política o decidirá la alternación (cambio de gobierno), en medio del marco que tenemos de binomio gobierno-oposición”.

Lo repetimos. Rechazando la descalificación que alegremente se hace de los magistrados de las Cortes, en su gran mayoría impolutos y serios, ajenos a las mafias, ni ensombrecer la trayectoria y honestidad de las mujeres postuladas por el presidente de la República a ser fiscales generales de la Nación.

Sobreactuar, exagerar con expresiones verbales, para llamar la atención ciudadana; simplificar y generalizar; insultar e irrespetar puede satisfacer el ego personal pero no contribuye al sosiego y a la buena gestión pública. Deseamos que nuestros gobernantes así como los opositores políticos fueran recordados por sus palabras de concordia y respeto, y sus realizaciones materiales, y no por sus discursos y anuncios al calor de un numeroso encuentro.

Editorial
15 febrero, 2024

La concordia nacional

Las palabras nos acercan, nos endulzan o nos distancian, nos enfrentan. Lo que está sucediendo en el ámbito nacional es francamente sorprendente. Por un lado del presidente no sabemos si habla el gobernante, el político, el filósofo, o el historiador. El que da los hechos y sus realizaciones, o el opinador de muchos aspectos de […]


Las palabras nos acercan, nos endulzan o nos distancian, nos enfrentan.

Lo que está sucediendo en el ámbito nacional es francamente sorprendente. Por un lado del presidente no sabemos si habla el gobernante, el político, el filósofo, o el historiador. El que da los hechos y sus realizaciones, o el opinador de muchos aspectos de la vida social y económica del país y de sus regiones o del universo; muchas veces motivado por algún contradictor en las redes sociales. Es el gobierno repentino, al que ayudan las redes sociales para no tomarse su tiempo para analizar y dar una respuesta oficial.

El otro es el opositor, que radicalizado dice cuanta sandez se le pasa por la cabeza. El última envión irresponsable fue el del exvicepresidente Francisco Santos que declaró en la radio que el presidente llama a la guerra civil y que debemos organizarnos. No tuvo el cuidado de atender con cabeza fría el llamado de los incendiarios y el hecho mismo de que él hubiese sido acusado por auspiciar el paramilitarismo en el centro del país, del llamado Bloque Capital de las AUC.

El pasado martes 6 de febrero en este espacio editorial manifestamos: “Frente a un momento político difícil para el gobierno del presidente Petro y de cuestionamientos a su desempeño, no deseamos que se distraiga la opinión pública, y en lugar de desarrollarse las tareas de gobernar y administrar -y darle cumplimiento al Plan Nacional de Desarrollo, para su propio bien-, se entre en desgastantes altercados desesperanzadores para millones de colombianos que votaron mayoritariamente a su favor en las elecciones presidenciales.

Cuando el presidente dice que hay una ruptura institucional y la oposición dice que la provoca el presidente, es cuando con cabeza fría hay que atemperar los ánimos, pues hay ruido y pocas nueces: siempre ha habido polarización, dificultades y fuerte oposición, es común en nuestra historia y debemos entenderlo como el juego democrático: si fueron duros en gobiernos republicanos -oligárquicos, liberal y conservadores, diría Petro- más se han acentuado cuando se trata de un experimento de gobierno de una izquierda democrática, como que fue coautora de la Constitución Política de 1991, que merecía la oportunidad de gobernar a Colombia, y que le fuera bien. El país entonces, en las elecciones, le dará continuidad política o decidirá la alternación (cambio de gobierno), en medio del marco que tenemos de binomio gobierno-oposición”.

Lo repetimos. Rechazando la descalificación que alegremente se hace de los magistrados de las Cortes, en su gran mayoría impolutos y serios, ajenos a las mafias, ni ensombrecer la trayectoria y honestidad de las mujeres postuladas por el presidente de la República a ser fiscales generales de la Nación.

Sobreactuar, exagerar con expresiones verbales, para llamar la atención ciudadana; simplificar y generalizar; insultar e irrespetar puede satisfacer el ego personal pero no contribuye al sosiego y a la buena gestión pública. Deseamos que nuestros gobernantes así como los opositores políticos fueran recordados por sus palabras de concordia y respeto, y sus realizaciones materiales, y no por sus discursos y anuncios al calor de un numeroso encuentro.