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Columnista - 12 febrero, 2021

La auténtica chispa de Enrique Díaz

Si buscáramos en toda la costa Caribe colombiana un hombre que represente de mejor manera la autenticidad y franqueza de un juglar campesino sabanero, difícilmente encontraríamos a alguien distinto a Enrique Díaz. Así quedó registrado en la memoria popular, su principal virtud y grandeza radicó precisamente en no permitir que la modernidad y los embelecos […]

Si buscáramos en toda la costa Caribe colombiana un hombre que represente de mejor manera la autenticidad y franqueza de un juglar campesino sabanero, difícilmente encontraríamos a alguien distinto a Enrique Díaz. Así quedó registrado en la memoria popular, su principal virtud y grandeza radicó precisamente en no permitir que la modernidad y los embelecos de los nuevos tiempos le quitaran su manera de ver la vida, como circunscrita inexorablemente al trasegar de la gente del campo.

A Enrique se le notaba el gusto porque le dijeran negro, el mismo se autodenominaba ‘El Negro Quique’ y muchos de sus amigos le llamaban ‘Compa Quique’, porque la palabra compa era casi una muletilla en su conversación.

Enrique era un excelente conversador, daba gusto escucharle sus ocurrencias, pienso que él disfrutaba mucho con la manera en que sus amigos le celebraban su sentido del humor, pienso que mucha gente se equivocaba con él, creyendo que muchas de las cosas que decía lo hacía por absoluta ignorancia, sin embargo, yo creo que más bien era una manera de burlarse de él y de la vida misma.

Desde que Enrique Díaz se nos fue de la vida ahora se oye hablar más de él, su grandeza perdurará por años y años, sus anécdotas cobran cada día más importancia, los videos y entrevistas que hay de él ahora tienen mayor audiencia, así son los verdaderos juglares, dejan huellas imborrables.

Quiero en este escrito compartir algunas anécdotas que vivimos aquellos que tuvimos la oportunidad de compartir con el ‘compa Quique’. Inicio con una que me contó a quien le decimos la biblia del vallenato: Wilfredo Rosales Ortega.

“Como Enrique Díaz fue y será mi ídolo en el vallenato, pero también tuvimos una bonita amistad, una vez yo supe que él se encontraba en Medellín, me conseguí el teléfono del hotel donde estaba hospedado y lo llamé, le dije: ‘Compa, quiero invitarlo a almorzar a mi casa’. Me respondió: ‘Vea compa, yo le acepto el ‘admuetzo’ pero si es ‘pezcao’, ‘potque’ yo no como esas comiditas de la ciudad, a mí deme bocachico con yuca y una jarra de ‘aguapanela y maj naa’”.

Conversé con un sobrino de Enrique de nombre José Luis Arco, verseador profesional, rey vallenato de piqueria y también me contó otra anécdota de su tío. Cuenta el sobrino que: “Alguna vez estaban en una reunión de la familia materna del ‘compa Quique’ en Chigorodó y a una sobrina se le ocurrió preguntarle: ‘Tío y a usted cómo le ha ido en el amor con mi tía Elvira’. A lo que Enrique respondió: ‘Vea, yo de amor no sé na’, lo único que le sé decí’ ‘ej’ que la ‘cocto to los día’”.

Yo invité a Enrique a una parranda en Bogotá para celebrar mis cumpleaños y pasábamos por la carrera 7 con calle 72 cuando él vio a un señor que llevaba en cada mano seis perros de varios tamaños y se quedó sorprendido, abrió los ojos y me dijo: “¿Compa y ese tipo qué va a ‘hace’ con esos perros en esta ciudad?”. Yo le respondí: “Compa Enrique esos son paseadores de perros y les pagan para sacarlos a caminar”. Me respondió algo disgustado: “Compa ese ‘ej’ mucho hombrecito facto, cómo va a ‘despegdiciá’ así ese perro grande, que más bien debería llévalo a ‘cogé’ tigre en la montaña”.

Así era ‘El tigre de María la Baja’, auténtico como ninguno.

Columnista
12 febrero, 2021

La auténtica chispa de Enrique Díaz

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jorge Nain

Si buscáramos en toda la costa Caribe colombiana un hombre que represente de mejor manera la autenticidad y franqueza de un juglar campesino sabanero, difícilmente encontraríamos a alguien distinto a Enrique Díaz. Así quedó registrado en la memoria popular, su principal virtud y grandeza radicó precisamente en no permitir que la modernidad y los embelecos […]


Si buscáramos en toda la costa Caribe colombiana un hombre que represente de mejor manera la autenticidad y franqueza de un juglar campesino sabanero, difícilmente encontraríamos a alguien distinto a Enrique Díaz. Así quedó registrado en la memoria popular, su principal virtud y grandeza radicó precisamente en no permitir que la modernidad y los embelecos de los nuevos tiempos le quitaran su manera de ver la vida, como circunscrita inexorablemente al trasegar de la gente del campo.

A Enrique se le notaba el gusto porque le dijeran negro, el mismo se autodenominaba ‘El Negro Quique’ y muchos de sus amigos le llamaban ‘Compa Quique’, porque la palabra compa era casi una muletilla en su conversación.

Enrique era un excelente conversador, daba gusto escucharle sus ocurrencias, pienso que él disfrutaba mucho con la manera en que sus amigos le celebraban su sentido del humor, pienso que mucha gente se equivocaba con él, creyendo que muchas de las cosas que decía lo hacía por absoluta ignorancia, sin embargo, yo creo que más bien era una manera de burlarse de él y de la vida misma.

Desde que Enrique Díaz se nos fue de la vida ahora se oye hablar más de él, su grandeza perdurará por años y años, sus anécdotas cobran cada día más importancia, los videos y entrevistas que hay de él ahora tienen mayor audiencia, así son los verdaderos juglares, dejan huellas imborrables.

Quiero en este escrito compartir algunas anécdotas que vivimos aquellos que tuvimos la oportunidad de compartir con el ‘compa Quique’. Inicio con una que me contó a quien le decimos la biblia del vallenato: Wilfredo Rosales Ortega.

“Como Enrique Díaz fue y será mi ídolo en el vallenato, pero también tuvimos una bonita amistad, una vez yo supe que él se encontraba en Medellín, me conseguí el teléfono del hotel donde estaba hospedado y lo llamé, le dije: ‘Compa, quiero invitarlo a almorzar a mi casa’. Me respondió: ‘Vea compa, yo le acepto el ‘admuetzo’ pero si es ‘pezcao’, ‘potque’ yo no como esas comiditas de la ciudad, a mí deme bocachico con yuca y una jarra de ‘aguapanela y maj naa’”.

Conversé con un sobrino de Enrique de nombre José Luis Arco, verseador profesional, rey vallenato de piqueria y también me contó otra anécdota de su tío. Cuenta el sobrino que: “Alguna vez estaban en una reunión de la familia materna del ‘compa Quique’ en Chigorodó y a una sobrina se le ocurrió preguntarle: ‘Tío y a usted cómo le ha ido en el amor con mi tía Elvira’. A lo que Enrique respondió: ‘Vea, yo de amor no sé na’, lo único que le sé decí’ ‘ej’ que la ‘cocto to los día’”.

Yo invité a Enrique a una parranda en Bogotá para celebrar mis cumpleaños y pasábamos por la carrera 7 con calle 72 cuando él vio a un señor que llevaba en cada mano seis perros de varios tamaños y se quedó sorprendido, abrió los ojos y me dijo: “¿Compa y ese tipo qué va a ‘hace’ con esos perros en esta ciudad?”. Yo le respondí: “Compa Enrique esos son paseadores de perros y les pagan para sacarlos a caminar”. Me respondió algo disgustado: “Compa ese ‘ej’ mucho hombrecito facto, cómo va a ‘despegdiciá’ así ese perro grande, que más bien debería llévalo a ‘cogé’ tigre en la montaña”.

Así era ‘El tigre de María la Baja’, auténtico como ninguno.