Por: Valerio Mejía Araújo “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días…“ San Mateo 28:20 Asociar es juntar una cosa con otra, reunir una persona con otra para un fin determinado; proviene del término “socio” que quiere decir “compañero”. Y creo que no pueda existir un compañero más fiel en la amistad […]
Por: Valerio Mejía Araújo
“Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días…“ San Mateo 28:20
Asociar es juntar una cosa con otra, reunir una persona con otra para un fin determinado; proviene del término “socio” que quiere decir “compañero”.
Y creo que no pueda existir un compañero más fiel en la amistad que Dios mismo. En ocasiones, nos sentimos solos. Pero en verdad hay un maravilloso ser invisible que se halla a nuestro alcance, y que por alguna razón no nos damos cuenta de su presencia.
Una de las más hermosas verdades del cristianismo es que Dios está con nosotros. No solamente en el cumplimiento profético de “Emanuel”, no como una verdad religiosa e intangible, sino como una realidad diaria. Reconocer esa presencia invisible tan admirable y consoladora es un gran valor agregado. ¡Él está aquí junto a nosotros, su presencia es verdadera!
En virtud de esa intimidad, a los discípulos se les permitió conocer los secretos del Reino de Dios. El conocimiento lo adquirieron por asociación, antes que les fuera explicado.
Esta metodología sencilla, se reveló desde un principio en la invitación que Jesús hizo a los que quiso que lo siguieran: A Juan y Andrés, los invito a “venir y ver”. Felipe, recibió la invitación de “Sígueme”, quien impresionado invitó también a Natanael.
Pedro y Andrés, Santiago y Juan, más tarde recibieron la invitación de “venid en pos de mí”. Mateo, cuando se hallaba sentado en el banco de los tributos públicos también recibió el llamado de “Sígueme”. A Zaqueo, le dijo: “Baja de allí y recíbeme en tu casa”. En el pueblo de la mujer samaritana, pasó varios días enseñando a la comunidad. El ciego Bartimeo se unió al grupo de seguidores después de la sanidad.
Una vez que Jesús hubo llamado a sus discípulos, tuvo por costumbre permanecer con ellos. Esa fue la esencia de su programa de preparación: Permitirles que lo siguieran. Si nos detenemos a pensarlo, fue una manera increíblemente sencilla de capacitarlos. Jesús no disponía de una escuela formal, de seminarios, de cursos organizados, de clases periódicas. Todo lo que Jesús hizo para enseñar a estos hombres su camino, fue mantenerlos cerca de él y serles escuela y programa de estudios.
Al responder a este llamamiento inicial, los discípulos se matriculaban en la escuela del Maestro, donde su comprensión iba a ahondarse y su fe a fundamentarse. Había, desde luego, muchas cosas que ellos no entendían, pero todos esos problemas y esas dudas podían resolverse permaneciendo en contacto con Jesús. En su presencia podían aprender lo necesario para vivir una vida de éxito constante.
Este principio se hace explicito luego cuando Jesús afirma que los escogió “para que estuvieran con él…” como requisito para luego ser enviados a desarrollar el ministerio.
Amado amigo lector, hoy quiero invitarte a que nos matriculemos en la escuela del Maestro. A que permanezcamos juntos a él como el único currículo de vida que nos podrá llevar camino a la victoria constante. ¿Habrá dificultades y tareas que no podremos realizar? ¡Seguramente que sí! Pero su presencia nos dará el valor y la sabiduría suficiente para sortear todo tipo de obstáculo y perseverar en el camino ascendente de los logros.
La intimidad de Jesús con sus discípulos, se hizo más fuerte en la medida que se acercaba al final de sus días. Cada minuto era precioso porque se percibía que la intimidad física pronto desaparecería. En realidad, en esas circunstancias es cuando comenzamos a comprender los hondos significados de la presencia de Dios entre nosotros.
Esta estrategia premeditada de Jesús, de pasar tiempo con ellos: Comer con ellos, dormir con ellos, hablar con ellos durante la mayor parte de su ministerio activo. Andar juntos por los caminos, ir juntos a las ciudades, navegar y pescar juntos en el mar de Galilea, orar juntos en los desiertos y montañas y juntos dar culto a Dios en las sinagogas y en el Templo, nos debe enseñar la importancia de ejercitar su presencia en nuestras vidas en medio de la cotidianidad, del quehacer diario, de los estudios y el trabajo, de las relaciones familiares y los amigos, en medio de los sueños y los planes futuros.
El ejemplo de Jesús con sus discípulos, nos enseña dos cosas: Primera, la importancia de permanecer junto a él, ejercitando su presencia en cada área de nuestras vidas. Segunda, las personas que están a nuestro alrededor, amigos, parientes y familiares, necesitan de nuestra atención constante. Así como la atención de un padre para sus hijos no puede ser delegada, igualmente no podemos entregar a otros el compañerismo con nuestros seres queridos.
En estos tiempos de globalización e instantaneidad, sin duda estamos fracasando en la guía a través del modelaje y el ejemplo, y en las manifestaciones de solidaridad y afecto con los nuestros. Hoy invito a que regresemos a la amistad sincera, al compañerismo personal, aunque eso implique el sacrificio de nuestro tiempo y comodidad. Más allá de nuestro propio círculo íntimo, afuera de nuestro pequeño mundo, hay una comunidad necesitada de afecto, cariño y reconocimiento. ¡Dejemos que nos vean y nos sigan!
Recordemos: La amistad con Jesús nos permitirá ser canal de bendición para otros.
Cuenta con mi amistad y mi cariño personal. Abrazos en Cristo.
Por: Valerio Mejía Araújo “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días…“ San Mateo 28:20 Asociar es juntar una cosa con otra, reunir una persona con otra para un fin determinado; proviene del término “socio” que quiere decir “compañero”. Y creo que no pueda existir un compañero más fiel en la amistad […]
Por: Valerio Mejía Araújo
“Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días…“ San Mateo 28:20
Asociar es juntar una cosa con otra, reunir una persona con otra para un fin determinado; proviene del término “socio” que quiere decir “compañero”.
Y creo que no pueda existir un compañero más fiel en la amistad que Dios mismo. En ocasiones, nos sentimos solos. Pero en verdad hay un maravilloso ser invisible que se halla a nuestro alcance, y que por alguna razón no nos damos cuenta de su presencia.
Una de las más hermosas verdades del cristianismo es que Dios está con nosotros. No solamente en el cumplimiento profético de “Emanuel”, no como una verdad religiosa e intangible, sino como una realidad diaria. Reconocer esa presencia invisible tan admirable y consoladora es un gran valor agregado. ¡Él está aquí junto a nosotros, su presencia es verdadera!
En virtud de esa intimidad, a los discípulos se les permitió conocer los secretos del Reino de Dios. El conocimiento lo adquirieron por asociación, antes que les fuera explicado.
Esta metodología sencilla, se reveló desde un principio en la invitación que Jesús hizo a los que quiso que lo siguieran: A Juan y Andrés, los invito a “venir y ver”. Felipe, recibió la invitación de “Sígueme”, quien impresionado invitó también a Natanael.
Pedro y Andrés, Santiago y Juan, más tarde recibieron la invitación de “venid en pos de mí”. Mateo, cuando se hallaba sentado en el banco de los tributos públicos también recibió el llamado de “Sígueme”. A Zaqueo, le dijo: “Baja de allí y recíbeme en tu casa”. En el pueblo de la mujer samaritana, pasó varios días enseñando a la comunidad. El ciego Bartimeo se unió al grupo de seguidores después de la sanidad.
Una vez que Jesús hubo llamado a sus discípulos, tuvo por costumbre permanecer con ellos. Esa fue la esencia de su programa de preparación: Permitirles que lo siguieran. Si nos detenemos a pensarlo, fue una manera increíblemente sencilla de capacitarlos. Jesús no disponía de una escuela formal, de seminarios, de cursos organizados, de clases periódicas. Todo lo que Jesús hizo para enseñar a estos hombres su camino, fue mantenerlos cerca de él y serles escuela y programa de estudios.
Al responder a este llamamiento inicial, los discípulos se matriculaban en la escuela del Maestro, donde su comprensión iba a ahondarse y su fe a fundamentarse. Había, desde luego, muchas cosas que ellos no entendían, pero todos esos problemas y esas dudas podían resolverse permaneciendo en contacto con Jesús. En su presencia podían aprender lo necesario para vivir una vida de éxito constante.
Este principio se hace explicito luego cuando Jesús afirma que los escogió “para que estuvieran con él…” como requisito para luego ser enviados a desarrollar el ministerio.
Amado amigo lector, hoy quiero invitarte a que nos matriculemos en la escuela del Maestro. A que permanezcamos juntos a él como el único currículo de vida que nos podrá llevar camino a la victoria constante. ¿Habrá dificultades y tareas que no podremos realizar? ¡Seguramente que sí! Pero su presencia nos dará el valor y la sabiduría suficiente para sortear todo tipo de obstáculo y perseverar en el camino ascendente de los logros.
La intimidad de Jesús con sus discípulos, se hizo más fuerte en la medida que se acercaba al final de sus días. Cada minuto era precioso porque se percibía que la intimidad física pronto desaparecería. En realidad, en esas circunstancias es cuando comenzamos a comprender los hondos significados de la presencia de Dios entre nosotros.
Esta estrategia premeditada de Jesús, de pasar tiempo con ellos: Comer con ellos, dormir con ellos, hablar con ellos durante la mayor parte de su ministerio activo. Andar juntos por los caminos, ir juntos a las ciudades, navegar y pescar juntos en el mar de Galilea, orar juntos en los desiertos y montañas y juntos dar culto a Dios en las sinagogas y en el Templo, nos debe enseñar la importancia de ejercitar su presencia en nuestras vidas en medio de la cotidianidad, del quehacer diario, de los estudios y el trabajo, de las relaciones familiares y los amigos, en medio de los sueños y los planes futuros.
El ejemplo de Jesús con sus discípulos, nos enseña dos cosas: Primera, la importancia de permanecer junto a él, ejercitando su presencia en cada área de nuestras vidas. Segunda, las personas que están a nuestro alrededor, amigos, parientes y familiares, necesitan de nuestra atención constante. Así como la atención de un padre para sus hijos no puede ser delegada, igualmente no podemos entregar a otros el compañerismo con nuestros seres queridos.
En estos tiempos de globalización e instantaneidad, sin duda estamos fracasando en la guía a través del modelaje y el ejemplo, y en las manifestaciones de solidaridad y afecto con los nuestros. Hoy invito a que regresemos a la amistad sincera, al compañerismo personal, aunque eso implique el sacrificio de nuestro tiempo y comodidad. Más allá de nuestro propio círculo íntimo, afuera de nuestro pequeño mundo, hay una comunidad necesitada de afecto, cariño y reconocimiento. ¡Dejemos que nos vean y nos sigan!
Recordemos: La amistad con Jesús nos permitirá ser canal de bendición para otros.
Cuenta con mi amistad y mi cariño personal. Abrazos en Cristo.