Todos los episodios políticos de gobierno registrados durante el proceso de paz, los escándalos de corrupción en las diferentes ramas del poder público y los diferentes problemas de orden social y económicos que afectan a nuestra sociedad, apuntan a sostener que nuestras instituciones están en una profunda crisis, pero a la vez, a la necesidad […]
Todos los episodios políticos de gobierno registrados durante el proceso de paz, los escándalos de corrupción en las diferentes ramas del poder público y los diferentes problemas de orden social y económicos que afectan a nuestra sociedad, apuntan a sostener que nuestras instituciones están en una profunda crisis, pero a la vez, a la necesidad de reconsiderar el pensamiento político y filosófico de la Administración Pública.
Creo que es hora de cambiar la tesis central que se mantiene alrededor de las fracasadas corrientes eficientistas y de calidad en la prestación de los servicios públicos, ya que no hay un pensamiento coherente sobre la teoría administrativa de éste y su realidad; pues de nada han servido los esquemas del modelo estándar de control interno MECI, ni las políticas de control de garantía de la calidad implementadas en todas las entidades del Estado, pues estos siguen siendo documentos elaborados bajo el juicio del deber ser, es decir, por imposición de un mandato legal superior.
Que podemos decir hoy de un sistema educativo caótico, un sistema de salud en cuidados intensivos, un sistema judicial permeado, un deficiente abastecimiento de agua potable, una protección totalmente insegura para el ciudadano y un sistema electoral antidemocrático. Por ello, es preciso reorientar la Administración, comenzando por una reflexión profunda sobre su finalidad y misión, designando gerentes o directivos capaces, honestos y comprometidos, eligiendo gobernantes innovadores, serios y orgullosos de representar los intereses de su comunidad, pero sobre todo, conocedores de las nuevas tendencias de la administración pública; que puedan interpretar el contexto normativo de modernización del Estado, que conozcan de las tendencias y las buenas prácticas en administración, especialmente en participación y gobernanza, gestión; que la ética, la transparencia y la decencia sean un imperativo en el estilo de gobernar.
De otra parte, se hace necesario desterrar las reglas prestablecidas marcadas por la costumbre del revanchismo, del palo o latigazo político, donde termina sacrificado recurso humano talentoso, ya que en este esquema predominan las estructuras administrativas tradicionales basadas en los clanes familiares y amistosos. De no ponerse en práctica estos pilares, muy seguramente vamos a seguir teniendo gobiernos solo de imagen, deficientes, disfrazados y despilfarradores del erario público; gobiernos donde reine la incapacidad y por supuesto, la corrupción. Sin embargo, la buena fe de los ciudadanos todavía nos hace pensar que las elecciones son el único modo de liberarnos de los gobernantes deshonestos e incompetentes.
Todos los episodios políticos de gobierno registrados durante el proceso de paz, los escándalos de corrupción en las diferentes ramas del poder público y los diferentes problemas de orden social y económicos que afectan a nuestra sociedad, apuntan a sostener que nuestras instituciones están en una profunda crisis, pero a la vez, a la necesidad […]
Todos los episodios políticos de gobierno registrados durante el proceso de paz, los escándalos de corrupción en las diferentes ramas del poder público y los diferentes problemas de orden social y económicos que afectan a nuestra sociedad, apuntan a sostener que nuestras instituciones están en una profunda crisis, pero a la vez, a la necesidad de reconsiderar el pensamiento político y filosófico de la Administración Pública.
Creo que es hora de cambiar la tesis central que se mantiene alrededor de las fracasadas corrientes eficientistas y de calidad en la prestación de los servicios públicos, ya que no hay un pensamiento coherente sobre la teoría administrativa de éste y su realidad; pues de nada han servido los esquemas del modelo estándar de control interno MECI, ni las políticas de control de garantía de la calidad implementadas en todas las entidades del Estado, pues estos siguen siendo documentos elaborados bajo el juicio del deber ser, es decir, por imposición de un mandato legal superior.
Que podemos decir hoy de un sistema educativo caótico, un sistema de salud en cuidados intensivos, un sistema judicial permeado, un deficiente abastecimiento de agua potable, una protección totalmente insegura para el ciudadano y un sistema electoral antidemocrático. Por ello, es preciso reorientar la Administración, comenzando por una reflexión profunda sobre su finalidad y misión, designando gerentes o directivos capaces, honestos y comprometidos, eligiendo gobernantes innovadores, serios y orgullosos de representar los intereses de su comunidad, pero sobre todo, conocedores de las nuevas tendencias de la administración pública; que puedan interpretar el contexto normativo de modernización del Estado, que conozcan de las tendencias y las buenas prácticas en administración, especialmente en participación y gobernanza, gestión; que la ética, la transparencia y la decencia sean un imperativo en el estilo de gobernar.
De otra parte, se hace necesario desterrar las reglas prestablecidas marcadas por la costumbre del revanchismo, del palo o latigazo político, donde termina sacrificado recurso humano talentoso, ya que en este esquema predominan las estructuras administrativas tradicionales basadas en los clanes familiares y amistosos. De no ponerse en práctica estos pilares, muy seguramente vamos a seguir teniendo gobiernos solo de imagen, deficientes, disfrazados y despilfarradores del erario público; gobiernos donde reine la incapacidad y por supuesto, la corrupción. Sin embargo, la buena fe de los ciudadanos todavía nos hace pensar que las elecciones son el único modo de liberarnos de los gobernantes deshonestos e incompetentes.