Por Jarol Ferreira Acosta Gracias Diomedes por exponer la ilógica de nuestros días, por inducir al carpe diem a través de tu música. Por tus discursos en los conciertos, tipo Jim Morrison. Gracias por inspirar a esa mujer que reconstruyó su himen para que fueras tú quien la desvirgaras, mientras pasabas esa temporada que estuviste […]
Por Jarol Ferreira Acosta
Gracias Diomedes por exponer la ilógica de nuestros días, por inducir al carpe diem a través de tu música. Por tus discursos en los conciertos, tipo Jim Morrison. Gracias por inspirar a esa mujer que reconstruyó su himen para que fueras tú quien la desvirgaras, mientras pasabas esa temporada que estuviste en prisión por las consecuencias de una parranda bogotana que se desbordó. Gracias por la forma como evolucionó tu voz hasta la distorsión, por el final de algunas frases con melodías que culminaban en gallos saliéndose mientras uno sentía el calor frío de un chorro de güisqui bajando por la garganta y subiendo al cerebro. Gracias por ser un ejemplo de vida al no pretender serlo, gracias por no tenerle pena a nada y miedo solo a esa con la que tenemos casada una pelea perdida. Creo que no te gustaba hablar de la flacuchenta esa, que ni te la mencionaran. Y eso que te la pasabas coqueteándole, agarrándole el culo mientras en las casetas las parejitas se amacizaban con la complicidad tuya, de la noche, el alcohol y la carne. Esas casetas repletas de de gente que terminaban con ganas de hacer gente después de oírte y bailarte, casetas predecesoras de arrumes en un oscurito en el camino de regreso a la casa al salir de tu presentación que tantos niños trajo a este mundo borracho de dar tantas vueltas y en el que sin ti indiscutiblemente la vida no será igual.
Gracias por profetizar tu entierro: el cajón elegante, los pelaos vendiendo bolis, la viuda tomando pastillas pa’ no llorar. Escapularios con la virgen del Carmen de un lado y tu estampa del otro. Gracias por ser un padre insuperable, por no repetir nunca calzoncillos, por tu diente de diamante. Gracias por aguantar los reveses de las enfermedades con altura; gracias por inhalar, beber, fumar, trasnochar… Gracias por lograr representar con tu voz ese dolor intenso que uno siente cuando quiere demasiado, ese dolor denso proveniente del corazón que constriñe la boca del estómago. Gracias por tu manera de decir: “solo se vive la vida un instante nomás”. Gracias por mirar al dinero “de perfil más no con odio”, como dijo Gómez Jattín. Gracias por ser a veces Novienes Díaz ¿Cuántas veces no dejaste plantados a esos seguidores que debieron esperar tu próxima fecha de presentación y encomendársele al santo de su devoción para que llegaras? Quién sabe cuántas veces también te habían quedado esperando en el más allá y tú los dejabas plantados Diomedes, con la percha puesta. Por eso ahora que al fin llegaste- más vale tarde- ya todos estarán gozando; seguramente hasta habrán armado una caseta en las nubes.
Por Jarol Ferreira Acosta Gracias Diomedes por exponer la ilógica de nuestros días, por inducir al carpe diem a través de tu música. Por tus discursos en los conciertos, tipo Jim Morrison. Gracias por inspirar a esa mujer que reconstruyó su himen para que fueras tú quien la desvirgaras, mientras pasabas esa temporada que estuviste […]
Por Jarol Ferreira Acosta
Gracias Diomedes por exponer la ilógica de nuestros días, por inducir al carpe diem a través de tu música. Por tus discursos en los conciertos, tipo Jim Morrison. Gracias por inspirar a esa mujer que reconstruyó su himen para que fueras tú quien la desvirgaras, mientras pasabas esa temporada que estuviste en prisión por las consecuencias de una parranda bogotana que se desbordó. Gracias por la forma como evolucionó tu voz hasta la distorsión, por el final de algunas frases con melodías que culminaban en gallos saliéndose mientras uno sentía el calor frío de un chorro de güisqui bajando por la garganta y subiendo al cerebro. Gracias por ser un ejemplo de vida al no pretender serlo, gracias por no tenerle pena a nada y miedo solo a esa con la que tenemos casada una pelea perdida. Creo que no te gustaba hablar de la flacuchenta esa, que ni te la mencionaran. Y eso que te la pasabas coqueteándole, agarrándole el culo mientras en las casetas las parejitas se amacizaban con la complicidad tuya, de la noche, el alcohol y la carne. Esas casetas repletas de de gente que terminaban con ganas de hacer gente después de oírte y bailarte, casetas predecesoras de arrumes en un oscurito en el camino de regreso a la casa al salir de tu presentación que tantos niños trajo a este mundo borracho de dar tantas vueltas y en el que sin ti indiscutiblemente la vida no será igual.
Gracias por profetizar tu entierro: el cajón elegante, los pelaos vendiendo bolis, la viuda tomando pastillas pa’ no llorar. Escapularios con la virgen del Carmen de un lado y tu estampa del otro. Gracias por ser un padre insuperable, por no repetir nunca calzoncillos, por tu diente de diamante. Gracias por aguantar los reveses de las enfermedades con altura; gracias por inhalar, beber, fumar, trasnochar… Gracias por lograr representar con tu voz ese dolor intenso que uno siente cuando quiere demasiado, ese dolor denso proveniente del corazón que constriñe la boca del estómago. Gracias por tu manera de decir: “solo se vive la vida un instante nomás”. Gracias por mirar al dinero “de perfil más no con odio”, como dijo Gómez Jattín. Gracias por ser a veces Novienes Díaz ¿Cuántas veces no dejaste plantados a esos seguidores que debieron esperar tu próxima fecha de presentación y encomendársele al santo de su devoción para que llegaras? Quién sabe cuántas veces también te habían quedado esperando en el más allá y tú los dejabas plantados Diomedes, con la percha puesta. Por eso ahora que al fin llegaste- más vale tarde- ya todos estarán gozando; seguramente hasta habrán armado una caseta en las nubes.