“Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús andaba en el Templo por el pórtico de Salomón”. San Juan 10,22-23. Del 13 al 20 de diciembre se celebra la fiesta de la Dedicación. La historia se remonta al tiempo del imperio griego. La prematura muerte de Alejandro deja acéfalo el […]
“Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús andaba en el Templo por el pórtico de Salomón”. San Juan 10,22-23.
Del 13 al 20 de diciembre se celebra la fiesta de la Dedicación. La historia se remonta al tiempo del imperio griego. La prematura muerte de Alejandro deja acéfalo el imperio y luego de varios años de luchas internas, este se reparte entre sus cuatro generales. Le corresponde a Seleuco la parte norte con Siria y Babilonia y a Tolomeo Egipto y Palestina.
Pasan casi doscientos años en constantes batallas entre el norte y el sur, Siria y Egipto, por el predominio de Judea. Alrededor del año 175 a.C. asciende al trono de Siria un personaje siniestro llamado Antíoco IV Epifanes, cuya naturaleza y características está claramente profetizadas en el libro de Daniel y el Apocalipsis de San Juan.
Este persigue despiadadamente al pueblo de Israel, destruye las murallas de Jerusalén, profana el Templo, interrumpe los servicios religiosos, prohíbe las expresiones propias de la fe judía, como el estudio de la Torá, guardar el sábado, la circuncisión, las fiestas, la dieta de comidas y procura abolir por la fuerza todo tipo de expresión religiosa judía.
En una pequeña población a escasos 25 kilómetros de Jerusalén llamada Moodiín un patriarca llamado Matatías con sus cinco hijos: Juan, Simón, Judas, Eleazar y Jonatán se levantan en rebelión contra los abusos del usurpador y por espacio de tres años le hacen la guerra de la que finalmente salen victoriosos, y el 25 del mes de kislev, sus ejércitos recuperan Jerusalén y limpian y purifican el Templo. Este 25 de diciembre del año 164 a.C. el Templo es purificado y restaurado el servicio religioso tradicional.
Estos personajes llamados Los Macabeos, introducen un único tiempo de gobierno autóctono y propio en Israel, con soberanía política, dando paso a los romanos en el 47 a.C. con Herodes, casado con una de sus descendientes.
Jánuca significa consagración y se refiere a la restauración del Templo a servicio de Dios luego de su profanación a través de prácticas paganas. Cuando los judíos penetraron en el Santuario no encontraron sino un pequeño cántaro de aceite puro y no profanado para uso ceremonial del Templo. Dicho aceite alcanzaría para hacer arder las lámparas durante un día y, sin embargo, pudieron encender las lámparas durante ocho días, hasta que hubieron tenido tiempo de prensar nuevas olivas y extraer de ellas nuevo aceite puro de consagrar.
Así que, con una vela que se utiliza para encender el resto de las luces, se enciende cada día una nueva vela hasta completar las ocho, recordando así el milagro de la multiplicación del aceite. Por eso también se llama la fiesta de las Luces.
Estudios talmúdicos indican que Jesús nació durante la fiesta de Jánuca. De allí que, tal vez, la navidad cristiana se celebre en ocasión de la fecha de su nacimiento. Y, tal vez, por eso mismo, Jesús, el Mesías, se presentó como el cumplimiento profético de la Luz. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Es costumbre reunirse alrededor del encendido de las velas cada día para compartir en familia, comer comidas preparadas en aceite, orar juntos y proclamar que el Dios que multiplicó el aceite es el mismo que hace milagros hoy entre nosotros. ¡Nuestro Dios todavía hace milagros!
Amados amigos, celebremos Jánuca y recordemos los portentos del pasado, consagremos al Señor nuestras vidas y re-dediquemos nuestros sueños y esperanzas delante de Dios.
Nuestra oración para que las luces de Jánuca alumbren nuestros caminos y podamos ser luz en medio de la oscuridad en la que nos ha tocado vivir.
¡Feliz Jánuca y muchas bendiciones!
“Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús andaba en el Templo por el pórtico de Salomón”. San Juan 10,22-23. Del 13 al 20 de diciembre se celebra la fiesta de la Dedicación. La historia se remonta al tiempo del imperio griego. La prematura muerte de Alejandro deja acéfalo el […]
“Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno y Jesús andaba en el Templo por el pórtico de Salomón”. San Juan 10,22-23.
Del 13 al 20 de diciembre se celebra la fiesta de la Dedicación. La historia se remonta al tiempo del imperio griego. La prematura muerte de Alejandro deja acéfalo el imperio y luego de varios años de luchas internas, este se reparte entre sus cuatro generales. Le corresponde a Seleuco la parte norte con Siria y Babilonia y a Tolomeo Egipto y Palestina.
Pasan casi doscientos años en constantes batallas entre el norte y el sur, Siria y Egipto, por el predominio de Judea. Alrededor del año 175 a.C. asciende al trono de Siria un personaje siniestro llamado Antíoco IV Epifanes, cuya naturaleza y características está claramente profetizadas en el libro de Daniel y el Apocalipsis de San Juan.
Este persigue despiadadamente al pueblo de Israel, destruye las murallas de Jerusalén, profana el Templo, interrumpe los servicios religiosos, prohíbe las expresiones propias de la fe judía, como el estudio de la Torá, guardar el sábado, la circuncisión, las fiestas, la dieta de comidas y procura abolir por la fuerza todo tipo de expresión religiosa judía.
En una pequeña población a escasos 25 kilómetros de Jerusalén llamada Moodiín un patriarca llamado Matatías con sus cinco hijos: Juan, Simón, Judas, Eleazar y Jonatán se levantan en rebelión contra los abusos del usurpador y por espacio de tres años le hacen la guerra de la que finalmente salen victoriosos, y el 25 del mes de kislev, sus ejércitos recuperan Jerusalén y limpian y purifican el Templo. Este 25 de diciembre del año 164 a.C. el Templo es purificado y restaurado el servicio religioso tradicional.
Estos personajes llamados Los Macabeos, introducen un único tiempo de gobierno autóctono y propio en Israel, con soberanía política, dando paso a los romanos en el 47 a.C. con Herodes, casado con una de sus descendientes.
Jánuca significa consagración y se refiere a la restauración del Templo a servicio de Dios luego de su profanación a través de prácticas paganas. Cuando los judíos penetraron en el Santuario no encontraron sino un pequeño cántaro de aceite puro y no profanado para uso ceremonial del Templo. Dicho aceite alcanzaría para hacer arder las lámparas durante un día y, sin embargo, pudieron encender las lámparas durante ocho días, hasta que hubieron tenido tiempo de prensar nuevas olivas y extraer de ellas nuevo aceite puro de consagrar.
Así que, con una vela que se utiliza para encender el resto de las luces, se enciende cada día una nueva vela hasta completar las ocho, recordando así el milagro de la multiplicación del aceite. Por eso también se llama la fiesta de las Luces.
Estudios talmúdicos indican que Jesús nació durante la fiesta de Jánuca. De allí que, tal vez, la navidad cristiana se celebre en ocasión de la fecha de su nacimiento. Y, tal vez, por eso mismo, Jesús, el Mesías, se presentó como el cumplimiento profético de la Luz. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Es costumbre reunirse alrededor del encendido de las velas cada día para compartir en familia, comer comidas preparadas en aceite, orar juntos y proclamar que el Dios que multiplicó el aceite es el mismo que hace milagros hoy entre nosotros. ¡Nuestro Dios todavía hace milagros!
Amados amigos, celebremos Jánuca y recordemos los portentos del pasado, consagremos al Señor nuestras vidas y re-dediquemos nuestros sueños y esperanzas delante de Dios.
Nuestra oración para que las luces de Jánuca alumbren nuestros caminos y podamos ser luz en medio de la oscuridad en la que nos ha tocado vivir.
¡Feliz Jánuca y muchas bendiciones!