CULTURA

Abrir una librería en tiempos inciertos: el milagro de La Bienaventurada

En el barrio Cañaguate de Valledupar, La Bienaventurada combina su vocación comercial —la venta de libros— con el impulso de una programación cultural abierta a la comunidad. Historia de un sueño.

Claudia Manotas, propietaria de La Bienaventurada, lidera este nuevo espacio cultural en Valledupar, concebido como un punto de encuentro para lectores y creadores. Foto: Cortesía.

Claudia Manotas, propietaria de La Bienaventurada, lidera este nuevo espacio cultural en Valledupar, concebido como un punto de encuentro para lectores y creadores. Foto: Cortesía.

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Entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá, en esa ciudad de casi cinco siglos de historia y donde la gente habla con un dejo melodioso —como si cantara lo que cuenta—, ha sucedido algo bueno y medio increíble, como todo lo que sucede en los predios de Macondo: se ha abierto una librería.

Bueno, porque una librería, al poner a circular libros, impulsa y promueve el conocimiento, la conversación y la educación, y eso, siempre, hablará bien de una sociedad. Pero también medio increíble porque, en esta época acelerada, dominada por las pantallas, las redes sociales y la prisa, cuando el estribillo de “la gente no lee” se repite como verdad absoluta, surge en Valledupar la Librería La Bienaventurada, un espacio en el que se pueden adquirir obras de literatura infantil y de autores regionales, nacionales y extranjeros, un espacio para conversar, escuchar, compartir ideas, y, sobre todo, devolverle a los libros un lugar en la vida cotidiana.

En Colombia existen 473 librerías distribuidas en apenas 49 ciudades, según información de la Cámara Colombiana del Libro (CCL). En un país de más de 52 millones de habitantes, eso equivale, en promedio, a una librería por cada 110.000 personas. Eso demuestra que en la vasta geografía del país, las librerías siguen siendo islas: refugios levantados a contracorriente en medio de un océano de distracciones, de urgencias y de olvidos.

Por eso, crear un negocio así es creer que todavía hay lectores dispuestos a cruzar la puerta. De ahí que cuando Claudia Manotas Mejía —su propietaria y librera— decidió abrir La Bienaventurada, en el corazón de Valledupar, no solo inauguró un local, sino que encendió una pequeña luz en una ciudad que hasta hace poco carecía de un espacio permanente dedicado al libro y con variedad temática y eventos.

Fachada de La Bienaventurada, la nueva librería del barrio Cañaguate que abre sus puertas como refugio literario y centro de programación cultural. Foto: Cortesía.

Fachada de La Bienaventurada, la nueva librería del barrio Cañaguate que abre sus puertas como refugio literario y centro de programación cultural. Foto: Cortesía.

Todo comenzó mucho antes

Claudia aprendió a leer muy chiquita y en su casa siempre hubo bibliotecas, por lo que su relación con los libros ha sido estrecha. “Cuando yo era niña, mi mamá compraba libros del Círculo de Lectores, llegaban a la casa las revistas, el catálogo, y yo los quería todos, los devoraba. Mi mamá trabajaba la mayor parte del tiempo, pero en nuestros espacios juntos, ella me declamaba poemas. A mi abuela también le gustaba mucho la poesía, y a mis tíos, por lo que nuestras reuniones familiares a veces se son un recital”, recuerda Manotas, una abogada que trabajó en el sector público, en temas de tierra, con víctimas del conflicto armado.

A pesar del lugar común de que “la gente no lee”, el promedio de libros leídos al año por la población mayor de 18 años es de 3,75, frente a los 2,7 registrados en 2017. Del total de la población colombiana, el 72 % lee y el 28 % no lo hace; quienes afirman leer lo hacen en un 75 % a través de libros, un 34 % en redes sociales y un 38 % en páginas web. Entre quienes sí leen libros dentro del mismo grupo etario, el promedio asciende a 6,91 al año, cuando seis años atrás fue de 5,45 libros, una cifra mayor que muestra cómo, al observar solo a los lectores, sí ha habido un aumento, según el estudio ‘Hábitos de lectura, visita a bibliotecas y compra de libros en Colombia en 2023’, contratado por la CCL a la firma Invamer.

Creo que todo el que ama los libros y disfruta leer tiene el sueño de abrir una librería. En mi caso, la oportunidad de viajar, dentro y fuera del país, me permitió conocer espacios con este modelo de negocio. Conocí muchas librerías independientes que, además de vender libros, ofrecían espacios de socialización y de inmersión en la literatura. Fue inspirador. Durante mucho tiempo me rodeé de amigos que no compartían conmigo ese gusto por la lectura y me sentía sola. Pero la experiencia con los clubes de lectura me llevó a descubrir que no estaba sola en mi amor por los libros y la literatura. Me fui dando cuenta de que en Valledupar hay mucha gente en clubes de lectura, que lee mucho, que escribe. Aquí ya existe una comunidad muy grande de lectores”, explica Claudia Manotas.

Una feria que inspira

A Claudia también la motivó la acogida que ha tenido la Feria del Libro de Valledupar (Felva), organizada por el periódico EL PILÓN y que ya completa tres ediciones. Se dio cuenta de que la ciudad estaba preparada para un espacio como el que había imaginado. “Esa fue otra cosa determinante para aterrizar mi sueño. Yo había estado en la FILBo, pero no me imaginé que algo así podía suceder en Valledupar. He vivido Felva intensamente y descubrí que aquí hay mucha gente a la que le gusta el ambiente literario. Entonces empecé a ver que mi proyecto era posible y comencé a madurarlo en mi mente y en mi corazón”, explica.

Valledupar, aunque es reconocida por su tradición folclórica y su poderosa industria vallenata, cuenta hoy con una oferta cultural en crecimiento que se mueve más allá de ese legado. Semana tras semana, la ciudad sostiene una vida cultural activa en clubes de lectura como Fermina, Desde Donde Leemos, Brújula Libros y Booktopia, entre otros, así como en espacios con programación constante como Maderos Teatro, la Biblioteca Departamental, Trueque Literario, la Feria de Arte de Valledupar (Artva), la Academia de Historia, la Fundación Pentagrama y el Festival de Jazz y Música Clásica. En ese ecosistema diverso y dinámico, La Bienaventurada llega a nutrir y ampliar una escena cultural que ya mira hacia lo universal.

Apuesta con sentido

El estudio de Invamer confirma algo que invita al optimismo: en Colombia aún se lee, y mucho más de lo que suele creerse, aunque las cifras estén lejos de ser las ideales. Antioquia y el Eje Cafetero encabezan el hábito de lectura con un 88 %, seguidos del Centro Oriente con 78 % y de Bogotá con 77 %.

En cuanto al número de libros leídos al año, el 66 % de las personas afirma leer entre 1 y 5 libros, el 16 % entre 6 y 10, y el 12 % entre 11 y 20. Y hay otro dato revelador: las librerías físicas siguen siendo el principal lugar de compra de libros, con un 58 %, mientras que las ferias del libro representan el 25 % y los supermercados el 14 %. Son cifras que, más que números, hablan de una esperanza: los lectores siguen buscando los libros allí donde el libro respira, y eso demuestra que abrir una librería hoy no es un acto romántico, sino una apuesta que tiene sentido.

En La Bienaventurada el catálogo es diverso: desde literatura infantil, clásicos y la literatura universal hasta libros de bienestar, espiritualidad, autoayuda, liderazgo y una sección dedicada a autores de Valledupar y el Cesar. La gente quiere tener un libro que le ayude a crecer como persona. En el catálogo he querido apuntarle tanto a un público que está empezando a adquirir el hábito de la lectura como a quienes ya lo tienen. Es una oferta ajustada a lo que a la gente le gusta. Aquí se encontrará un poco de todo aquello que seduce a los lectores”, dice Claudia Manotas.

La librera y emprendedora sabe que, detrás del sueño, hay un reto que apenas comienza: la librería, como todo negocio, debe ser sostenible. “Yo creí que esto podía ser; lo puse en manos de Dios y las cosas se fueron dando. Pero el desafío apenas empieza. Ya lo construimos y ahora hay que sostenerlo desde lo financiero, desde la imagen y la credibilidad, para que funcione como un escenario cultural para la ciudad. Todo parte de dos ideales: que sea un punto de encuentro —porque sé que a quien le gusta esto no vendrá dos ni tres veces, sino que lo convertirá en un lugar de constante aprovechamiento— y que los autores locales tengan un espacio para exhibir y vender sus obras, en especial en literatura, poesía y cuento”, afirma.

Aunque no existe una carrera para ser librera, Claudia se preparó: hizo cursos, leyó libros, tocó puertas, conversó con personas clave en Colombia y en el extranjero, consiguió contactos y preguntó lo necesario. Estudió informes sobre el sector y escuchó a dueñas y gerentes de librerías ya consolidadas. “Estoy aprendiendo, porque el oficio de librero está directamente relacionado con el otro. Si lo que tú haces satisface las necesidades de los demás, siempre estarás en un proceso de aprendizaje continuo”, sostiene.

“No hay mejor camino que la lectura”

Claudia Manotas explica qué han significado los libros en su vida: Para mí, los libros han sido un canal para aprender —y para aprender de verdad—. En ellos uno puede encontrar de todo: comprender la naturaleza humana, conocerse a sí mismo, entender a los demás, acercarse a la sociedad, a los tiempos y a los lugares. Quien tiene curiosidad por aprender descubre que no hay mejor camino que la lectura. Yo siempre he tenido ese deseo, no tanto de conocimiento —que puede sentirse más frío o cosificado—, sino de aprendizaje, que es distinto: es interiorizar lo que uno descubre y transformarlo. Y los libros ayudan justamente a eso, impulsan ese proceso interior. Esa ha sido mi experiencia y por eso los valoro tanto”, explica.

Enfrentarse a los catálogos inmensos de las editoriales fue desafiante, “pero yo lo disfruté”, dice Claudia. “Fueron horas y horas investigando sobre autores, tendencias, géneros, sobre lo importante, lo valioso”.

Claudia sabía desde el principio que abrir una librería en Colombia era una apuesta arriesgada. En un país donde el negocio editorial rara vez ofrece garantías, escuchó más advertencias que entusiasmos. Algunas personas le sugirieron pensarlo mejor, buscar un modelo de negocio distinto o no lanzarse a algo tan incierto. “Hace poco alguien vino y me dijo que abrir este espacio era un acto ‘quijotesco’. Lo dijo con cariño y lo agradecí, pero a veces no sé si realmente es un halago o si, en el fondo, me están diciendo: ‘Estás loca por hacer esto’. Y puede que tengan razón: sí, fue una apuesta arriesgada, pero necesaria para mí”, no duda en afirmar.

Antes de ver la librería hecha realidad, Claudia intentó conseguir socios que la acompañaran en la aventura. Tocó puertas, buscó alianzas, exploró caminos, pero nadie se le midió al proyecto. Al final, el apoyo decisivo vino de su esposo, quien se convirtió en su socio capitalista. “Me dijo: ‘Yo lo hago por ti. Si tú crees que esto puede funcionar, yo te creo. Pero yo no lo veo’. Él es empresario y sigue recordándome, con humor, que invirtió más por confianza en mí que por ver un gran negocio”, confiesa entre risas la emprendedora.

La alianza que sí logró concretar fue con la Casa del Café, que funciona dentro de La Bienaventurada con una carta breve y en sintonía con el ambiente del lugar. Sus socios creyeron en el proyecto y quisieron acompañarlo desde el comienzo.

La razón del nombre

El nombre de la librería no surgió de una lluvia de ideas ni de una estrategia de mercadeo: nació de la espiritualidad de Claudia. Confiesa que es una mujer de fe y que, desde el inicio, puso el proyecto en manos de Dios. En medio de los retrocesos y momentos de incertidumbre, una cita bíblica la acompañó: Lucas 1:45, cuando Isabel le dice a María: “Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”. Aquella frase, que leyó en un momento íntimo, la sintió como una respuesta personal. Más tarde, al investigar las bienaventuranzas, descubrió que también son un género literario y que la palabra significa “doblemente feliz”, una felicidad íntima que trasciende lo terrenal. Para ella, ese sentimiento se parece mucho a lo que experimenta cuando está rodeada de libros. 

Así, pues, La Bienaventurada no nació de un cálculo frío ni de un profundo análisis de mercado: nació del amor de Claudia por los libros, de su fe, de su intuición y de su deseo de crear un lugar que ella misma soñaba visitar. Su relato lo confirma: “Este proyecto es un acto de fe y de convicción”.

Al final, La Bienaventurada no es solo una librería recién nacida en el barrio Cañaguate: es la materialización de un anhelo que no encontraba sitio y que tuvo que inventarse desde cero para existir. Es un espacio donde los libros no son solo mercancía, sino también compañía; donde se compran para ser leídos, pensados y conversados; donde la gente entra y siente que hay algo que la invita a quedarse un rato más. Y es, sobre todo, un territorio íntimo levantado a pulso, una muestra de que a veces los sueños, cuando persisten, terminan por abrir una puerta. Así, La Bienaventurada comienza a inscribirse en la vida cultural de Valledupar.

Por: Carlos Marín Calderín.

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