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Columnista - 15 agosto, 2019

Independencia, 200 años de historietas

La verdadera historia de Colombia, como casi todas las historias, no se ha escrito, nos han contado un mundo de supuestos o inflados hechos patrioteros, a veces anecdóticos sin una lectura crítica de estos; además, la historia la escriben los vencedores. En la década del 70, Indalecio Liévano Aguirre trató de darle una mirada crítica […]

La verdadera historia de Colombia, como casi todas las historias, no se ha escrito, nos han contado un mundo de supuestos o inflados hechos patrioteros, a veces anecdóticos sin una lectura crítica de estos; además, la historia la escriben los vencedores. En la década del 70, Indalecio Liévano Aguirre trató de darle una mirada crítica a la historia, pero su inquietud no fue concluyente. El primer intento independentista lo hicieron los comuneros en la provincia de Santander y fue de tipo gremial, por elevadas cargas impositivas, y más que una verdadera independencia fue un intento economicista. No pedían la salida de España de nuestros territorios, querían que el alcabalero Gutiérrez de Piñeres rebajara los impuestos. 40 años después surgió otro conato, el del florero, que tampoco proponía independencia, sino un relevo generacional de los blancos nacidos en España por los “criollos” nacidos aquí. Solo con la presencia de Bolívar en el escenario, con una mirada más cosmopolita del concepto independentista, esta alharaca de unos señoritos santafereños tomó el carácter de una verdadera independencia en pro de constituir una república. Claro, Antonio Nariño había concebido así nuestra independencia y es una lástima que estos dos personajes no hayan coincidido en el tiempo. Los historiadores han reducido nuestra independencia a las batallas del Pantano de Vargas y del puente de Boyacá que dicen sellaron la libertad, pero no de Colombia, sino de Santa Fe de Bogotá, aunque algunos dicen que allí solo hubo unas escaramuzas. Historia centralista. Lo que conocemos sobre estas no ha sido verificado por la arqueología, notaria de la historia; la feracidad de una batalla se mide por el número de muertes y heridos producidos. En el Pantano de Vargas, p.ej., la supuesta súplica de Bolívar al coronel Rondón, “salve usted la patria”, ha estado por encima de los hechos mismos. Si uno analiza que Rondón, con solo 14 lanceros haraposos con frío y hambre, se da cuenta de que éste tenía pocas posibilidades de aniquilar a Barreiro. A Bolívar le gustaba explotar la vanidad de sus soldados y se inventaba ciertas estrategias; le contó a sus tropas que Ricaurte había volado en átomos en San Mateo incendiando un polvorín. La historia no dice cuántos realistas murieron en el acto; no se justifica que uno se inmole sin que el enemigo se encuentre adentro. Recordemos lo de Sansón: “muera Sansón y los filisteos con él”. La  liberación patria no terminó allí; en 1821 se produjo la independencia de Cartagena cuando J. P. Padilla venció a Montilla en una cruenta batalla naval; más, el héroe de Camarones no tiene las medallas que ganó; igual, el rol de Antonia Santos, Mercedes Ábrego y La Pola, no tienen el relieve histórico que merecen. En 1823, el mismo Padilla dirigió la batalla del lago de Maracaibo, liberando al caribe colombiano. Incluso, Antioquia también se encontraba en poder de los españoles y fue Córdoba el encargado de darle la libertad en la batalla de Chorros Blancos en 1820. La liberación de Pasto ocurrió en 1824, lo hizo Santander, aunque estos eran realistas. El mismo Bolívar fue ignorado por muchos años y solo después de la regeneración comenzó a erigirse como el artífice de la independencia. Antes los méritos eran para Santander. En esta historia no están todos los que son ni son todos lo que están.

Columnista
15 agosto, 2019

Independencia, 200 años de historietas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Napoleón de Armas P.

La verdadera historia de Colombia, como casi todas las historias, no se ha escrito, nos han contado un mundo de supuestos o inflados hechos patrioteros, a veces anecdóticos sin una lectura crítica de estos; además, la historia la escriben los vencedores. En la década del 70, Indalecio Liévano Aguirre trató de darle una mirada crítica […]


La verdadera historia de Colombia, como casi todas las historias, no se ha escrito, nos han contado un mundo de supuestos o inflados hechos patrioteros, a veces anecdóticos sin una lectura crítica de estos; además, la historia la escriben los vencedores. En la década del 70, Indalecio Liévano Aguirre trató de darle una mirada crítica a la historia, pero su inquietud no fue concluyente. El primer intento independentista lo hicieron los comuneros en la provincia de Santander y fue de tipo gremial, por elevadas cargas impositivas, y más que una verdadera independencia fue un intento economicista. No pedían la salida de España de nuestros territorios, querían que el alcabalero Gutiérrez de Piñeres rebajara los impuestos. 40 años después surgió otro conato, el del florero, que tampoco proponía independencia, sino un relevo generacional de los blancos nacidos en España por los “criollos” nacidos aquí. Solo con la presencia de Bolívar en el escenario, con una mirada más cosmopolita del concepto independentista, esta alharaca de unos señoritos santafereños tomó el carácter de una verdadera independencia en pro de constituir una república. Claro, Antonio Nariño había concebido así nuestra independencia y es una lástima que estos dos personajes no hayan coincidido en el tiempo. Los historiadores han reducido nuestra independencia a las batallas del Pantano de Vargas y del puente de Boyacá que dicen sellaron la libertad, pero no de Colombia, sino de Santa Fe de Bogotá, aunque algunos dicen que allí solo hubo unas escaramuzas. Historia centralista. Lo que conocemos sobre estas no ha sido verificado por la arqueología, notaria de la historia; la feracidad de una batalla se mide por el número de muertes y heridos producidos. En el Pantano de Vargas, p.ej., la supuesta súplica de Bolívar al coronel Rondón, “salve usted la patria”, ha estado por encima de los hechos mismos. Si uno analiza que Rondón, con solo 14 lanceros haraposos con frío y hambre, se da cuenta de que éste tenía pocas posibilidades de aniquilar a Barreiro. A Bolívar le gustaba explotar la vanidad de sus soldados y se inventaba ciertas estrategias; le contó a sus tropas que Ricaurte había volado en átomos en San Mateo incendiando un polvorín. La historia no dice cuántos realistas murieron en el acto; no se justifica que uno se inmole sin que el enemigo se encuentre adentro. Recordemos lo de Sansón: “muera Sansón y los filisteos con él”. La  liberación patria no terminó allí; en 1821 se produjo la independencia de Cartagena cuando J. P. Padilla venció a Montilla en una cruenta batalla naval; más, el héroe de Camarones no tiene las medallas que ganó; igual, el rol de Antonia Santos, Mercedes Ábrego y La Pola, no tienen el relieve histórico que merecen. En 1823, el mismo Padilla dirigió la batalla del lago de Maracaibo, liberando al caribe colombiano. Incluso, Antioquia también se encontraba en poder de los españoles y fue Córdoba el encargado de darle la libertad en la batalla de Chorros Blancos en 1820. La liberación de Pasto ocurrió en 1824, lo hizo Santander, aunque estos eran realistas. El mismo Bolívar fue ignorado por muchos años y solo después de la regeneración comenzó a erigirse como el artífice de la independencia. Antes los méritos eran para Santander. En esta historia no están todos los que son ni son todos lo que están.