Catalogar los hechos que sobrepasan el límite de la fuerza del Estado a través de la acción policial como hechos aislados, genera un fenómeno que invisibiliza las atrocidades y anomalías en el aparato de poder del Estado generando así condiciones para la impunidad; si bien es cierto que los derechos humanos en el mundo evolucionaron […]
Catalogar los hechos que sobrepasan el límite de la fuerza del Estado a través de la acción policial como hechos aislados, genera un fenómeno que invisibiliza las atrocidades y anomalías en el aparato de poder del Estado generando así condiciones para la impunidad; si bien es cierto que los derechos humanos en el mundo evolucionaron gracias a las luchas colectivas de civiles activistas memorables como Ciro, el gran rey persa, Martin Luther King, el mismo Nelson Mándela, quien vivió su lucha tras el encierro en la tenebrosa isla prisión de Robben Island (la cual tuve oportunidad de visitar), un lugar escalofriante; desde su aproximación en la ciudad costera de cape Town en Sudáfrica los grandes barrotes de concreto y el silencio abrumador, congelan los sentidos de visitantes, mostrando el horror de la política de censura y silencio de los aparatos de poder construidos y además enriquecidos con la limitación del ejercicio de derechos y garantías de los demás.
La normalidad y la falsa tranquilidad de los sistemas de Gobierno son precisamente lo que busca el opresor, quien censura y atropella en nombre de la ley. Sin importar en qué país nos encontremos el ser humano debe, al menos, tener presente las luchas como la que en la actualidad aviva la sociedad de los Estados Unidos en contra de la discriminación racial dejada al descubierto por oficiales haciendo uso exagerado de la fuerza y que terminó con el crimen del afroamericano George Floyd. Por el contrario si las expresiones no viven todos esos espacios gestados a lo largo de la historia irán apagándose hasta que nuestra realidad vuelva a ser la oscuridad y el silencio.
El racismo fascista no solo existe en el mundo para recordarte lo bajo en que podemos caer los seres humanos, sino para recordarte también que gracias a las cruentas luchas de la segregación racial que vivió África hoy el mundo cuenta con instrumentos que al menos en medidas expeditas pueden controlar el desbordado uso del poder del Estado contra las personas “no alineadas“; más allá del debate del uso de la fuerza en países que anteponen la norma sobre cualquier expresión o justificación social de la humanidad debemos comprender en un contexto de poder lo débiles que solemos ser frente a ciertas estructuras excluyentes creadas por los mismos Estados.
El silencio te hace tan cómplice como el autor de los hechos, el llamado a la reacción social no puede tildarse de subversión, ni sesgar bajo el lema de orden público o seguridad nacional porque en ese pantano solo se cultiva la impunidad que es totalmente incompatible con la dignidad y la libertad de las personas.
Catalogar los hechos que sobrepasan el límite de la fuerza del Estado a través de la acción policial como hechos aislados, genera un fenómeno que invisibiliza las atrocidades y anomalías en el aparato de poder del Estado generando así condiciones para la impunidad; si bien es cierto que los derechos humanos en el mundo evolucionaron […]
Catalogar los hechos que sobrepasan el límite de la fuerza del Estado a través de la acción policial como hechos aislados, genera un fenómeno que invisibiliza las atrocidades y anomalías en el aparato de poder del Estado generando así condiciones para la impunidad; si bien es cierto que los derechos humanos en el mundo evolucionaron gracias a las luchas colectivas de civiles activistas memorables como Ciro, el gran rey persa, Martin Luther King, el mismo Nelson Mándela, quien vivió su lucha tras el encierro en la tenebrosa isla prisión de Robben Island (la cual tuve oportunidad de visitar), un lugar escalofriante; desde su aproximación en la ciudad costera de cape Town en Sudáfrica los grandes barrotes de concreto y el silencio abrumador, congelan los sentidos de visitantes, mostrando el horror de la política de censura y silencio de los aparatos de poder construidos y además enriquecidos con la limitación del ejercicio de derechos y garantías de los demás.
La normalidad y la falsa tranquilidad de los sistemas de Gobierno son precisamente lo que busca el opresor, quien censura y atropella en nombre de la ley. Sin importar en qué país nos encontremos el ser humano debe, al menos, tener presente las luchas como la que en la actualidad aviva la sociedad de los Estados Unidos en contra de la discriminación racial dejada al descubierto por oficiales haciendo uso exagerado de la fuerza y que terminó con el crimen del afroamericano George Floyd. Por el contrario si las expresiones no viven todos esos espacios gestados a lo largo de la historia irán apagándose hasta que nuestra realidad vuelva a ser la oscuridad y el silencio.
El racismo fascista no solo existe en el mundo para recordarte lo bajo en que podemos caer los seres humanos, sino para recordarte también que gracias a las cruentas luchas de la segregación racial que vivió África hoy el mundo cuenta con instrumentos que al menos en medidas expeditas pueden controlar el desbordado uso del poder del Estado contra las personas “no alineadas“; más allá del debate del uso de la fuerza en países que anteponen la norma sobre cualquier expresión o justificación social de la humanidad debemos comprender en un contexto de poder lo débiles que solemos ser frente a ciertas estructuras excluyentes creadas por los mismos Estados.
El silencio te hace tan cómplice como el autor de los hechos, el llamado a la reacción social no puede tildarse de subversión, ni sesgar bajo el lema de orden público o seguridad nacional porque en ese pantano solo se cultiva la impunidad que es totalmente incompatible con la dignidad y la libertad de las personas.