Los vehículos que ese medio día congestionaban la carrera séptima de Bogotá, frente a la Universidad Javeriana donde María Antonieta Solórzano prestaba sus servicios académicos como sicóloga, quisieron silenciarse para no asustar la musa que traía la melodía y los primeros versos de la que sin lugar a dudas sería la más famosa canción de […]
Los vehículos que ese medio día congestionaban la carrera séptima de Bogotá, frente a la Universidad Javeriana donde María Antonieta Solórzano prestaba sus servicios académicos como sicóloga, quisieron silenciarse para no asustar la musa que traía la melodía y los primeros versos de la que sin lugar a dudas sería la más famosa canción de Emiro Zuleta Calderón.
Todo comenzó dos años antes cuando la madre de su primera esposa, ‘la abuela’ como él cariñosa y agradecidamente la llama, lo sacó del mundo de recuerdos que lo visitaban sentado en la horqueta de un árbol de dulces mandarinas, hasta convertirse en los dolorosos acordes de un solitario acordeón. Lo invitó donde unos vecinos de finca en el turístico municipio cundinamarqués de Pandi, al cual habían ido a pasar la Semana Santa.
Se trataba de la familia Solórzano Jara, célebre porque Irene, la madre, pedagoga y pionera en la educación de mujeres en el país, había sido la primera mujer en ocupar el cargo de ministra de Educación y luego viceministra, en tiempos de Luis Carlos Galán Sarmiento como titular de esa cartera. Aceptó el poeta y la invitación se convirtió a las pocas horas en un compromiso cumplido.
La luna y las estrellas se dieron cita en el cielo del lugar, espantando a las nubes porque no querían perder ningún detalle del encuentro que el destino había reservado para esa noche, a muchos kilómetros de distancia de ese pueblito cesarense que quedó a oscuras porque sus luceros también viajaron a confirmar que el amor había regresado al corazón del poeta costumbrista, correspondido en la intensidad de una mujer dispuesta a volver inolvidable la velada. Manuel, quien al poco tiempo sería su cuñado, entre aguardientes y preocupaciones solo atinó a decir: – Me la cuida, porque mi hermana es solo un corazón con pañoleta. Refiriéndose al circunstancial atuendo de su hermana.
Pasó el tiempo luego de ese medio día y como una joya la obra fue guardada celosamente hasta que Jorge Oñate, cuando llegó con ‘Colacho’ Mendoza a grabar en Bogotá el ‘long play’ titulado Únicos, rechazó dos canciones de Emiro, premonitoriamente diciéndole que le cantara esa buena que no había querido mostrarle, a lo que inmediatamente respondió el romántico compositor con los primeros versos de ‘Igual que aquella noche’, interrumpidos por la euforia del cantante pacífico.
Al día siguiente, acordeonero y autor iniciaron el proceso de grabación, montando en un estudio alterno los tiempos de la introducción musical que impecablemente plasmó en el disco nuestro primer rey de reyes del Festival Vallenato, luego vinieron siete horas más de grabación y a los pocos días ya la disquera le había mandado a su casa el producto final.
Precisamente para esos días también era Semana Santa y María Antonieta estaba en la misma finca a la que lo había llevado ‘la abuela’, buscando la atractiva hija de la vecina. Hasta allí llegó el enamorado Emiro, con una desconocida canción ya grabada dedicada a su esposa, quien al escucharla y hasta el día de hoy, quedó impactada como le ocurrió esa noche que no olvida Emiro Zuleta. Un abrazo.
[email protected]
Los vehículos que ese medio día congestionaban la carrera séptima de Bogotá, frente a la Universidad Javeriana donde María Antonieta Solórzano prestaba sus servicios académicos como sicóloga, quisieron silenciarse para no asustar la musa que traía la melodía y los primeros versos de la que sin lugar a dudas sería la más famosa canción de […]
Los vehículos que ese medio día congestionaban la carrera séptima de Bogotá, frente a la Universidad Javeriana donde María Antonieta Solórzano prestaba sus servicios académicos como sicóloga, quisieron silenciarse para no asustar la musa que traía la melodía y los primeros versos de la que sin lugar a dudas sería la más famosa canción de Emiro Zuleta Calderón.
Todo comenzó dos años antes cuando la madre de su primera esposa, ‘la abuela’ como él cariñosa y agradecidamente la llama, lo sacó del mundo de recuerdos que lo visitaban sentado en la horqueta de un árbol de dulces mandarinas, hasta convertirse en los dolorosos acordes de un solitario acordeón. Lo invitó donde unos vecinos de finca en el turístico municipio cundinamarqués de Pandi, al cual habían ido a pasar la Semana Santa.
Se trataba de la familia Solórzano Jara, célebre porque Irene, la madre, pedagoga y pionera en la educación de mujeres en el país, había sido la primera mujer en ocupar el cargo de ministra de Educación y luego viceministra, en tiempos de Luis Carlos Galán Sarmiento como titular de esa cartera. Aceptó el poeta y la invitación se convirtió a las pocas horas en un compromiso cumplido.
La luna y las estrellas se dieron cita en el cielo del lugar, espantando a las nubes porque no querían perder ningún detalle del encuentro que el destino había reservado para esa noche, a muchos kilómetros de distancia de ese pueblito cesarense que quedó a oscuras porque sus luceros también viajaron a confirmar que el amor había regresado al corazón del poeta costumbrista, correspondido en la intensidad de una mujer dispuesta a volver inolvidable la velada. Manuel, quien al poco tiempo sería su cuñado, entre aguardientes y preocupaciones solo atinó a decir: – Me la cuida, porque mi hermana es solo un corazón con pañoleta. Refiriéndose al circunstancial atuendo de su hermana.
Pasó el tiempo luego de ese medio día y como una joya la obra fue guardada celosamente hasta que Jorge Oñate, cuando llegó con ‘Colacho’ Mendoza a grabar en Bogotá el ‘long play’ titulado Únicos, rechazó dos canciones de Emiro, premonitoriamente diciéndole que le cantara esa buena que no había querido mostrarle, a lo que inmediatamente respondió el romántico compositor con los primeros versos de ‘Igual que aquella noche’, interrumpidos por la euforia del cantante pacífico.
Al día siguiente, acordeonero y autor iniciaron el proceso de grabación, montando en un estudio alterno los tiempos de la introducción musical que impecablemente plasmó en el disco nuestro primer rey de reyes del Festival Vallenato, luego vinieron siete horas más de grabación y a los pocos días ya la disquera le había mandado a su casa el producto final.
Precisamente para esos días también era Semana Santa y María Antonieta estaba en la misma finca a la que lo había llevado ‘la abuela’, buscando la atractiva hija de la vecina. Hasta allí llegó el enamorado Emiro, con una desconocida canción ya grabada dedicada a su esposa, quien al escucharla y hasta el día de hoy, quedó impactada como le ocurrió esa noche que no olvida Emiro Zuleta. Un abrazo.
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