BITÁCORA Por Oscar Ariza Históricamente, el hombre ha tratado de trascender desde su ámbito local hacia uno más universal, para satisfacer su necesidad de interactuar y aprender de otros, sin renunciar a su identidad. El comercio ha sido un referente claro de cómo las sociedades necesitan encontrarse para el intercambio de bienes y saberes. Los […]
BITÁCORA
Por Oscar Ariza
Históricamente, el hombre ha tratado de trascender desde su ámbito local hacia uno más universal, para satisfacer su necesidad de interactuar y aprender de otros, sin renunciar a su identidad. El comercio ha sido un referente claro de cómo las sociedades necesitan encontrarse para el intercambio de bienes y saberes.
Los grandes proyectos expansionistas han sido motivados por la necesidad de encontrar nuevas rutas de comercio para el intercambio de productos. América, por ejemplo, es el resultado de un ejercicio de globalización en el que España buscaba sacudirse de su crisis económica hace más de quinientos años.
El descubrimiento de América trajo consigo nuevos productos culturales, económicos y políticos que no fueron intercambiados, sino impuestos sobre los ya existentes, lo que causó el deterioro y aniquilamiento total de muchas culturas con identidad propia.
Quinientos años después, esa búsqueda de nuevas rutas de comercialización sigue siendo vehiculadas por la globalización en la que las potencias económicas, buscan su expansión, generando convenios o tratados para que sus productos puedan comercializarse con unos beneficios claros, en contraprestación a la apertura de sus canales de compra para otras mercancías, bienes y servicios que ellos no ofrecen.
El comercio en condiciones desiguales continua amenazando los proyectos nacionales desde una doctrina mercantilista, que muchas veces desconoce y menosprecia los elementos culturales de cada país, lo que podría traer progreso económico y a su vez estancamiento cultural, en la medida que los ciudadanos ya no se reconocen como de un solo lugar, sino como trotamundos cuya individualidad está por encima de cualquier creencia colectiva.
Efecto de la globalización, muchos países dejan de producir los bienes que por tradición están acostumbrados y empiezan a generar todo aquello que se les sugiere o impone desde las leyes del mercadeo, para poder penetrar a otros países.
Cuando buscamos el progreso basado en la oportunidad económica para generar riquezas y nos enfocamos en nuevos sectores de crecimiento, olvidando la forma de producir a la que estamos adaptados, corremos el riesgo de afectar nuestra identidad nacional, pues al abandonar los productos que hemos generado por vocación, empezamos a perder tradiciones y saberes que están asociados a esta forma de producción. Así las cosas, conviene producir bienes nuevos sin olvidar a aquellos que representan nuestra identidad.
Así como de los tratados de libre comercio resultan nuevas oportunidades de crecimiento económico hacia afuera, es necesario caer en la cuenta que también habrá un crecimiento de la importación de productos trasnacionales, que transformarán los patrones de consumo de los colombianos, creándose nuevas actitudes consumistas que modificarán los hábitos del ciudadano y como tal sus costumbres, lo que afectará directamente la identidad nacional que se modificará, apartándonos de nuestros patrones originales como compradores.
Aunque Colombia es un país pluriétnico y multicultural, existen algunos elementos en común que trazan su identidad cultural desde su música, creencias y hábitos de consumo que dejaron de pertenecerle a regiones para transformarse en elementos integradores del ser colombiano. Podemos hablar de productos que hoy dejaron de ser puntos de referencia local, para convertirse en parte de las costumbres nacionales. Un ejemplo de ello es el café, la arepa paisa, las achiras, la ropa nacional, el sombrero vueltiao, la mochila arhuaca, la música vallenata y la salsa, entre otros.
Impedir el efecto socioeconómico de las interacciones comerciales que se generan en los tratados de libre comercio es casi imposible; lo que si se puede prevenir es que las consecuencias no sean tan devastadoras, si reforzamos nuestra cultura nacional, nuestros valores, tradiciones y creencias desde el núcleo familiar que vehiculado por la escuela y otras instituciones educativas en sus distintos niveles pueden generar una visión clara del país, sus costumbres y sus creencias, para que los productos de afuera no modelen nuestro consumo y por el contrario se genere una apropiación de nuestra identidad, desde patrones dictados desde adentro, que se distingan y se pongan por encima de cualquier oferta que contradiga desde afuera nuestra manera particular de vivir frente a otras culturas, pues la globalización no busca homogenizar la cultura, sino validar mis tradiciones y creencias en el contexto universal.
@Oscararizadaza
BITÁCORA Por Oscar Ariza Históricamente, el hombre ha tratado de trascender desde su ámbito local hacia uno más universal, para satisfacer su necesidad de interactuar y aprender de otros, sin renunciar a su identidad. El comercio ha sido un referente claro de cómo las sociedades necesitan encontrarse para el intercambio de bienes y saberes. Los […]
BITÁCORA
Por Oscar Ariza
Históricamente, el hombre ha tratado de trascender desde su ámbito local hacia uno más universal, para satisfacer su necesidad de interactuar y aprender de otros, sin renunciar a su identidad. El comercio ha sido un referente claro de cómo las sociedades necesitan encontrarse para el intercambio de bienes y saberes.
Los grandes proyectos expansionistas han sido motivados por la necesidad de encontrar nuevas rutas de comercio para el intercambio de productos. América, por ejemplo, es el resultado de un ejercicio de globalización en el que España buscaba sacudirse de su crisis económica hace más de quinientos años.
El descubrimiento de América trajo consigo nuevos productos culturales, económicos y políticos que no fueron intercambiados, sino impuestos sobre los ya existentes, lo que causó el deterioro y aniquilamiento total de muchas culturas con identidad propia.
Quinientos años después, esa búsqueda de nuevas rutas de comercialización sigue siendo vehiculadas por la globalización en la que las potencias económicas, buscan su expansión, generando convenios o tratados para que sus productos puedan comercializarse con unos beneficios claros, en contraprestación a la apertura de sus canales de compra para otras mercancías, bienes y servicios que ellos no ofrecen.
El comercio en condiciones desiguales continua amenazando los proyectos nacionales desde una doctrina mercantilista, que muchas veces desconoce y menosprecia los elementos culturales de cada país, lo que podría traer progreso económico y a su vez estancamiento cultural, en la medida que los ciudadanos ya no se reconocen como de un solo lugar, sino como trotamundos cuya individualidad está por encima de cualquier creencia colectiva.
Efecto de la globalización, muchos países dejan de producir los bienes que por tradición están acostumbrados y empiezan a generar todo aquello que se les sugiere o impone desde las leyes del mercadeo, para poder penetrar a otros países.
Cuando buscamos el progreso basado en la oportunidad económica para generar riquezas y nos enfocamos en nuevos sectores de crecimiento, olvidando la forma de producir a la que estamos adaptados, corremos el riesgo de afectar nuestra identidad nacional, pues al abandonar los productos que hemos generado por vocación, empezamos a perder tradiciones y saberes que están asociados a esta forma de producción. Así las cosas, conviene producir bienes nuevos sin olvidar a aquellos que representan nuestra identidad.
Así como de los tratados de libre comercio resultan nuevas oportunidades de crecimiento económico hacia afuera, es necesario caer en la cuenta que también habrá un crecimiento de la importación de productos trasnacionales, que transformarán los patrones de consumo de los colombianos, creándose nuevas actitudes consumistas que modificarán los hábitos del ciudadano y como tal sus costumbres, lo que afectará directamente la identidad nacional que se modificará, apartándonos de nuestros patrones originales como compradores.
Aunque Colombia es un país pluriétnico y multicultural, existen algunos elementos en común que trazan su identidad cultural desde su música, creencias y hábitos de consumo que dejaron de pertenecerle a regiones para transformarse en elementos integradores del ser colombiano. Podemos hablar de productos que hoy dejaron de ser puntos de referencia local, para convertirse en parte de las costumbres nacionales. Un ejemplo de ello es el café, la arepa paisa, las achiras, la ropa nacional, el sombrero vueltiao, la mochila arhuaca, la música vallenata y la salsa, entre otros.
Impedir el efecto socioeconómico de las interacciones comerciales que se generan en los tratados de libre comercio es casi imposible; lo que si se puede prevenir es que las consecuencias no sean tan devastadoras, si reforzamos nuestra cultura nacional, nuestros valores, tradiciones y creencias desde el núcleo familiar que vehiculado por la escuela y otras instituciones educativas en sus distintos niveles pueden generar una visión clara del país, sus costumbres y sus creencias, para que los productos de afuera no modelen nuestro consumo y por el contrario se genere una apropiación de nuestra identidad, desde patrones dictados desde adentro, que se distingan y se pongan por encima de cualquier oferta que contradiga desde afuera nuestra manera particular de vivir frente a otras culturas, pues la globalización no busca homogenizar la cultura, sino validar mis tradiciones y creencias en el contexto universal.
@Oscararizadaza