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Columnista - 11 enero, 2013

Hotel “El Edén”

El sueño de Carmelo Quintero era construir un hotel, pequeño, de solo veinte habitaciones. Lo hizo realidad en una vieja casa de dos pisos, ubicada en el centro de Cúcuta.

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JOSÉ GREGORIO GUERRERO R.

[email protected]

ADMINISTRADOR FINANCIERO UNIVERSIDAD DE SANTANDER

ESPECIALISTA EN GERENCIA DEL AMBIENTE UNIVERSODAD PONTIFICIA BOLIVARIANA UPB

 

El sueño de Carmelo Quintero era construir un hotel, pequeño, de solo veinte habitaciones. Lo hizo realidad en una vieja casa de dos pisos, ubicada en el centro de Cúcuta. Carmelo era muy allegado a mi abuelo paterno, se caracterizó por ser un hombre integro, de principios conservadores sin dejar de ser un liberal integérrimo, de una conducta indemne.

 

El Edén fue el nombre escogido para el negocio después de discutirlo intrafamiliarmente; siempre fue un hombre de estructura democrática. “quiero un hotel para las familias, no para la vagabundina” le comentó en una ocasión a mi abuelo “así que solo se le prestará  servicio a quien de verdad vaya a pernoctar, no por ratos de momentos desbordados” le explicó; en otras palabras “no voy a permitir que se coja como casa de cita” aclaró. ¿y como vas a saber quien va a dormir y quien va a guardarlo? Preguntó mi abuelo  “pues fácil Guillermo eso se conoce en el cliente, además todo viajero lleva su maleta, y yo sé identificar a las percantas” tu sabrás le respondió mi abuelo.

 

La construcción era de tipo colonial, ubicada en una esquina noroeste de la manzana; era acera de sombra, tenía media docena de puertas falsas, y dos que servían de ingresos bajo arcones grandes de diminutos tallados precolombinos.

 

En el zaguán reposaba una bandera del partido liberal enmarcada en un cuadro de marco dorado mate, una cruz de plata atropellada por el tiempo y por la imprudencia de la Chulavita, un cuadro familiar de sus tatarabuelos en un jardín florido a blanco y negro y una foto de Laureano Gómez colgado con la cabeza para abajo; en el fondo se apreciaba un patio amplio sembrado de trinitarias y jóvenes palmas reales, y oculto, un traspatio que servía de  área de oficios.

 

El Edén fue ganando prestigio y fama debido  a la ausencia de hoteles similares en el sector (tenían monopolizado el sueño de los viajeros). El servicio era excelente: las camas eran grandes y cómodas de tendidos de hilo crema tejidos a mano; la limpieza era excesiva, con un Nuevo Testamento que reposaba en el centro de la cama, y casi siempre aparecía guardado dentro de la gaveta de la mesita de noches.

 

Fue tanto el control  que solo podían hospedarse si el viajero llegaba con maleta en mano; la medida tomada por su propietario se regó como verdolaga en playa,; fue entonces cuando la concurrencia aumentó, las habitaciones fueron superadas por la demanda, llegaban personas de todos los destinos posibles, predominaba las parejas jóvenes, y muchos hombres adentrados en edad con jovencitas coquetonas (deben ser hijas) pensaba Carmelo. “tenemos que comprar las casas vecinas para ampliar el negocio” era la visión y necesidad del propietario.

 

Fue tanto el éxito que los turistas esperaban turnos sentados en los sardineles altos del sector para disfrutar del buen servicio;  se hacían reservas con Marconi notificado, con hora exacta de llagada, el retraso de cinco minutos daba paso al siguiente, y el ausente quedaba penalizado por un año.

 

Una mañana de julio, sol brillante y sofocador, salió Carmelo a merodear el sector, hace mucho no lo hacía, no por gusto, sino por falta de tiempo; le fascinaba ver a sus clientes esperar turno estacionados en las esquinas “ve como está la plata esperando” pensaba, esa mañana decidió ir a la farmacia de la esquina sur a comprar unas píldoras rosadas y al llegar encontró un letrero grande en letras rojas: “se alquilan maletas, cincuenta centavos la hora” ese día decidió quitarle el nombre al hotel, le puso “El infierno” en el que duerme el que quiere, y decidió colocar un aviso adicional, el letras rojas: prohibido llegar con maletas “guerra es guerra” replicó.

 

 

Columnista
11 enero, 2013

Hotel “El Edén”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Gregorio Guerrero Ramírez

El sueño de Carmelo Quintero era construir un hotel, pequeño, de solo veinte habitaciones. Lo hizo realidad en una vieja casa de dos pisos, ubicada en el centro de Cúcuta.


JOSÉ GREGORIO GUERRERO R.

[email protected]

ADMINISTRADOR FINANCIERO UNIVERSIDAD DE SANTANDER

ESPECIALISTA EN GERENCIA DEL AMBIENTE UNIVERSODAD PONTIFICIA BOLIVARIANA UPB

 

El sueño de Carmelo Quintero era construir un hotel, pequeño, de solo veinte habitaciones. Lo hizo realidad en una vieja casa de dos pisos, ubicada en el centro de Cúcuta. Carmelo era muy allegado a mi abuelo paterno, se caracterizó por ser un hombre integro, de principios conservadores sin dejar de ser un liberal integérrimo, de una conducta indemne.

 

El Edén fue el nombre escogido para el negocio después de discutirlo intrafamiliarmente; siempre fue un hombre de estructura democrática. “quiero un hotel para las familias, no para la vagabundina” le comentó en una ocasión a mi abuelo “así que solo se le prestará  servicio a quien de verdad vaya a pernoctar, no por ratos de momentos desbordados” le explicó; en otras palabras “no voy a permitir que se coja como casa de cita” aclaró. ¿y como vas a saber quien va a dormir y quien va a guardarlo? Preguntó mi abuelo  “pues fácil Guillermo eso se conoce en el cliente, además todo viajero lleva su maleta, y yo sé identificar a las percantas” tu sabrás le respondió mi abuelo.

 

La construcción era de tipo colonial, ubicada en una esquina noroeste de la manzana; era acera de sombra, tenía media docena de puertas falsas, y dos que servían de ingresos bajo arcones grandes de diminutos tallados precolombinos.

 

En el zaguán reposaba una bandera del partido liberal enmarcada en un cuadro de marco dorado mate, una cruz de plata atropellada por el tiempo y por la imprudencia de la Chulavita, un cuadro familiar de sus tatarabuelos en un jardín florido a blanco y negro y una foto de Laureano Gómez colgado con la cabeza para abajo; en el fondo se apreciaba un patio amplio sembrado de trinitarias y jóvenes palmas reales, y oculto, un traspatio que servía de  área de oficios.

 

El Edén fue ganando prestigio y fama debido  a la ausencia de hoteles similares en el sector (tenían monopolizado el sueño de los viajeros). El servicio era excelente: las camas eran grandes y cómodas de tendidos de hilo crema tejidos a mano; la limpieza era excesiva, con un Nuevo Testamento que reposaba en el centro de la cama, y casi siempre aparecía guardado dentro de la gaveta de la mesita de noches.

 

Fue tanto el control  que solo podían hospedarse si el viajero llegaba con maleta en mano; la medida tomada por su propietario se regó como verdolaga en playa,; fue entonces cuando la concurrencia aumentó, las habitaciones fueron superadas por la demanda, llegaban personas de todos los destinos posibles, predominaba las parejas jóvenes, y muchos hombres adentrados en edad con jovencitas coquetonas (deben ser hijas) pensaba Carmelo. “tenemos que comprar las casas vecinas para ampliar el negocio” era la visión y necesidad del propietario.

 

Fue tanto el éxito que los turistas esperaban turnos sentados en los sardineles altos del sector para disfrutar del buen servicio;  se hacían reservas con Marconi notificado, con hora exacta de llagada, el retraso de cinco minutos daba paso al siguiente, y el ausente quedaba penalizado por un año.

 

Una mañana de julio, sol brillante y sofocador, salió Carmelo a merodear el sector, hace mucho no lo hacía, no por gusto, sino por falta de tiempo; le fascinaba ver a sus clientes esperar turno estacionados en las esquinas “ve como está la plata esperando” pensaba, esa mañana decidió ir a la farmacia de la esquina sur a comprar unas píldoras rosadas y al llegar encontró un letrero grande en letras rojas: “se alquilan maletas, cincuenta centavos la hora” ese día decidió quitarle el nombre al hotel, le puso “El infierno” en el que duerme el que quiere, y decidió colocar un aviso adicional, el letras rojas: prohibido llegar con maletas “guerra es guerra” replicó.