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Columnista - 25 octubre, 2012

Hora de callar

Por: Miguel Ángel Castilla Camargo [email protected] Introducirle dialéctica a un negocio simple de narcos que se resisten a ser tratados como tal, caricaturiza a un país acostumbrado a perdonar lo imperdonable. Por estos días, han salido del baúl de los recuerdos, filósofos, teólogos y especialistas en Resolución de Conflictos, a esgrimir sus tratados sobre el […]

Por: Miguel Ángel Castilla Camargo
[email protected]

Introducirle dialéctica a un negocio simple de narcos que se resisten a ser tratados como tal, caricaturiza a un país acostumbrado a perdonar lo imperdonable.
Por estos días, han salido del baúl de los recuerdos, filósofos, teólogos y especialistas en Resolución de Conflictos, a esgrimir sus tratados sobre el perdón. También hemos visto por televisión, como mis colegas periodistas son incapaces de enseñarle a sus entrevistados la realidad nacional. El primer postulado del periodismo es enseñar, y no está bien, que luego de recapitular los hechos, sangrientos, entre otras cosas, salga una persona a validar ideologías inexistentes. A no ser que la sociedad de idiotas de Plinio busque otras alternativas como las que llevaron a Voltaire a decir: No ser bueno más que para sí, es no ser bueno para nada.
Hay unas pocas voces, influyentes, que piden que guardemos silencio con respecto a la paz. Se trata de aquellos a los que les conviene que se dé un proceso desde la forma y no desde el fondo del problema. Por eso, es fácil advertir que de darse una eventual negociación, quienes más perderían serían los miles de jóvenes y niños adoctrinados a los que la guerrilla manipula. Son muchachos con proyectos de vida truncados. ¿Aplica para los hijos de la cúpula?
Después de leer por tercera vez la obra: Crimen y costumbre en la sociedad salvaje, de Bronislaw Malinowski, publicada en 1927, diría que el funcionalismo planteado le queda en pañales a la incoherencia y la dinámica de sobrevivencia a la que somete las FARC y el ELN, no solo a sus gregarios, sino a quienes secuestra y a la población civil donde ejerce influencia. También influyen negativamente en “la salud” de los colombianos y nuestros vecinos.
No le encuentro sentido leer a Piaget y Freud, al ver tanto esperpento deambulando con cara de gente; no sé dónde encajar el comportamiento de la mal llamada subversión. Es más, siento que no hay en la actualidad un manual conductivo de estructuras mentales para definirlos; no faltará el sicoanalista que los redima de su putrefacta mentalidad, y la vocera de turbante que en aras de que la incluyan en el show, ahora comparte ideales con Mancuso.  Si bien, las armas, las rutas, los helicópteros y el parque automotor de las Farc refleja a un vulgar grupo de traquetos, siempre que recuerdo las masacres que me ha tocado cubrir, de niños mutilados, me pregunto: ¿De qué están hechos?
Independientemente del respeto que merece todo interlocutor, da lástima escuchar el discurso de las FARC, exigiendo reivindicaciones sociales. Esperamos que alguien sensato, cuando hablen de la tierra en Cuba, les refresque la operación baldío con el concurso histórico de Incora e Incoder. Todos sabemos de la condición feudal de la guerrilla amasando territorios. Las tierras que tiene Álvaro Uribe, que son bastantes y no solo están en el Ubérrimo, dan risa frente a las extensiones de las Farc que pasan las fronteras colombianas. Ellos mejor que nadie, con habilidad de reformistas, aplican el fraccionamiento a través de un testaferrato campesino al que le enseñan una bonanza superflua de la coca; ¿por qué no siembran yuca masivamente?
Dentro de la impunidad, el periodismo todos los días coloca un grano de arena; el solo hecho de entrevistar una y otra vez a un personaje maquiavélico, implica a su vez legitimar sus conceptos; ya es hora de analizar la vieja premisa de que las personas que polarizan, suben el rating. Nada más perverso para trasgredir a las personas honestas, que restregarle todos los días a su victimario. El daño mental y espiritual es proporcional a la baja productividad. Son contadas las comunidades que han salido a la luz después de estar en la penumbra, auspiciada por un Estado débil y somnoliento.
Los colombianos necesitamos saber la verdad sobre todos los secuestrados. A los miles de niños que vieron asesinar a sus familiares por parte de la guerrilla y los paramilitares, además de víctimas, que en su mayoría vieron truncados sus sueños de realización, parece que también les tocará  prepararse para ver a sus verdugos, libres y con poder político.
Todo indica, que a nuestros asesinos, porque son nuestros, nos corresponde  brindarles el beneficio de nuestra ignorancia para olvidar la barbarie; necesariamente abría que reservar un par de cromosomas justos para la causa de ellos, que al final codificaran –los cromosomas- las aberraciones humanas como simples equivocaciones. Ello permite que nadie dé razón por más de mil personas secuestradas, por 20 mil toneladas de cocaína introducidas a los Estados Unidos y un centenar de pueblos destruidos. No quiero ahondar en las demás falencias que los colombianos conocemos de memoria por razones de espacio.
Está claro que todos debemos hacer nuestro mejor aporte en aras de la impunidad. Corazones de piedra, almas de hierro, sentidos díscolos, sonrisas de pascua y resurrecciones de papel… Ya casi llega la paz. Mientras tanto, el insuficiente portavoz que se siente digno respirando por la herida, sigue jugando con la vida ajena mientras él veranea y habla mierda con el barbudo.

Columnista
25 octubre, 2012

Hora de callar

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Miguel Ángel Castilla Camargo

Por: Miguel Ángel Castilla Camargo [email protected] Introducirle dialéctica a un negocio simple de narcos que se resisten a ser tratados como tal, caricaturiza a un país acostumbrado a perdonar lo imperdonable. Por estos días, han salido del baúl de los recuerdos, filósofos, teólogos y especialistas en Resolución de Conflictos, a esgrimir sus tratados sobre el […]


Por: Miguel Ángel Castilla Camargo
[email protected]

Introducirle dialéctica a un negocio simple de narcos que se resisten a ser tratados como tal, caricaturiza a un país acostumbrado a perdonar lo imperdonable.
Por estos días, han salido del baúl de los recuerdos, filósofos, teólogos y especialistas en Resolución de Conflictos, a esgrimir sus tratados sobre el perdón. También hemos visto por televisión, como mis colegas periodistas son incapaces de enseñarle a sus entrevistados la realidad nacional. El primer postulado del periodismo es enseñar, y no está bien, que luego de recapitular los hechos, sangrientos, entre otras cosas, salga una persona a validar ideologías inexistentes. A no ser que la sociedad de idiotas de Plinio busque otras alternativas como las que llevaron a Voltaire a decir: No ser bueno más que para sí, es no ser bueno para nada.
Hay unas pocas voces, influyentes, que piden que guardemos silencio con respecto a la paz. Se trata de aquellos a los que les conviene que se dé un proceso desde la forma y no desde el fondo del problema. Por eso, es fácil advertir que de darse una eventual negociación, quienes más perderían serían los miles de jóvenes y niños adoctrinados a los que la guerrilla manipula. Son muchachos con proyectos de vida truncados. ¿Aplica para los hijos de la cúpula?
Después de leer por tercera vez la obra: Crimen y costumbre en la sociedad salvaje, de Bronislaw Malinowski, publicada en 1927, diría que el funcionalismo planteado le queda en pañales a la incoherencia y la dinámica de sobrevivencia a la que somete las FARC y el ELN, no solo a sus gregarios, sino a quienes secuestra y a la población civil donde ejerce influencia. También influyen negativamente en “la salud” de los colombianos y nuestros vecinos.
No le encuentro sentido leer a Piaget y Freud, al ver tanto esperpento deambulando con cara de gente; no sé dónde encajar el comportamiento de la mal llamada subversión. Es más, siento que no hay en la actualidad un manual conductivo de estructuras mentales para definirlos; no faltará el sicoanalista que los redima de su putrefacta mentalidad, y la vocera de turbante que en aras de que la incluyan en el show, ahora comparte ideales con Mancuso.  Si bien, las armas, las rutas, los helicópteros y el parque automotor de las Farc refleja a un vulgar grupo de traquetos, siempre que recuerdo las masacres que me ha tocado cubrir, de niños mutilados, me pregunto: ¿De qué están hechos?
Independientemente del respeto que merece todo interlocutor, da lástima escuchar el discurso de las FARC, exigiendo reivindicaciones sociales. Esperamos que alguien sensato, cuando hablen de la tierra en Cuba, les refresque la operación baldío con el concurso histórico de Incora e Incoder. Todos sabemos de la condición feudal de la guerrilla amasando territorios. Las tierras que tiene Álvaro Uribe, que son bastantes y no solo están en el Ubérrimo, dan risa frente a las extensiones de las Farc que pasan las fronteras colombianas. Ellos mejor que nadie, con habilidad de reformistas, aplican el fraccionamiento a través de un testaferrato campesino al que le enseñan una bonanza superflua de la coca; ¿por qué no siembran yuca masivamente?
Dentro de la impunidad, el periodismo todos los días coloca un grano de arena; el solo hecho de entrevistar una y otra vez a un personaje maquiavélico, implica a su vez legitimar sus conceptos; ya es hora de analizar la vieja premisa de que las personas que polarizan, suben el rating. Nada más perverso para trasgredir a las personas honestas, que restregarle todos los días a su victimario. El daño mental y espiritual es proporcional a la baja productividad. Son contadas las comunidades que han salido a la luz después de estar en la penumbra, auspiciada por un Estado débil y somnoliento.
Los colombianos necesitamos saber la verdad sobre todos los secuestrados. A los miles de niños que vieron asesinar a sus familiares por parte de la guerrilla y los paramilitares, además de víctimas, que en su mayoría vieron truncados sus sueños de realización, parece que también les tocará  prepararse para ver a sus verdugos, libres y con poder político.
Todo indica, que a nuestros asesinos, porque son nuestros, nos corresponde  brindarles el beneficio de nuestra ignorancia para olvidar la barbarie; necesariamente abría que reservar un par de cromosomas justos para la causa de ellos, que al final codificaran –los cromosomas- las aberraciones humanas como simples equivocaciones. Ello permite que nadie dé razón por más de mil personas secuestradas, por 20 mil toneladas de cocaína introducidas a los Estados Unidos y un centenar de pueblos destruidos. No quiero ahondar en las demás falencias que los colombianos conocemos de memoria por razones de espacio.
Está claro que todos debemos hacer nuestro mejor aporte en aras de la impunidad. Corazones de piedra, almas de hierro, sentidos díscolos, sonrisas de pascua y resurrecciones de papel… Ya casi llega la paz. Mientras tanto, el insuficiente portavoz que se siente digno respirando por la herida, sigue jugando con la vida ajena mientras él veranea y habla mierda con el barbudo.