A través de esta columna le rindo un sentido y merecido homenaje póstumo a mi gran amigo, Luis Eduardo Pérez Pinto, también conocido como ‘Cuchi’.
A través de esta columna le rindo un sentido y merecido homenaje póstumo a mi gran amigo, Luis Eduardo Pérez Pinto, también conocido como ‘Cuchi’. El motivo del homenaje se debe a que poseo suficiente evidencia de su generosidad, que siempre la dispensó espontáneamente y con mucha voluntad a cualquiera que necesitaba o requería socorro, por esto la casa donde vivió, ubicada en el callejón de Pedro Rizo de la ciudad de Valledupar. siempre llegaban menesterosos en búsqueda de la ayuda de ‘Cuchi’.
En el mencionado callejón, hoy muy comercial, nació ‘Cuchi’, también yo; es decir, fuimos muy amigos desde la infancia hasta su muerte debido a un accidente cuando conducía su motocicleta, este ocurrió en octubre de 2023, subsistiendo más de un año en condiciones deplorables por el fuerte trauma craneoencefálico que recibió el día del accidente antedicho, del cual no se recuperó a pesar del cuidado esmerado que le concedió toda su familia.
El padre de Luis Eduardo Pérez Pinto fue José María Pérez Amaya, oriundo del municipio Gómez Plata, Antioquia, de donde emigró en 1936 a la ciudad de Valledupar huyendo de la tenebrosa violencia. En el municipio de Valledupar conformó hogar con la señora Brígida Pinto Montaño, de dicha unión nacieron ocho hijos: el primero, Pedro Pablo Pérez Pinto (Q.E.P.D.), Amelia, Adolfo, Alfredo, Jorge Eliecer, Elizabet, mi comadre, Denis y ‘Cuchi’, el menor de todos los hermanos.
Admirable esta pareja que la muerte los separó, el señor Pérez, más conocido como el ‘Cachaquito’ Pérez por su baja estatura, trabajando honestamente en varios oficios propios, creo que no fue asalariado de nadie, y la señora Brígida cuidando sus hijos y cumpliendo con todos los oficios domésticos del hogar.
Con Luis Eduardo compartí parte de mi niñez y de la adolescencia, conformamos una gran amistad, época en la cual nos divertimos jugando y haciendo travesuras propias de la edad. A pesar de las prohibiciones de mi madre de que no frecuentara la casa de los Pérez, porque uno de los oficios del ‘Cachaquito’ Pérez era fabricar juegos pirotécnicos, que todos los muchachos del callejón ayudábamos en la producción de las fuegos artificiales, cuyo pago era algunos totes que explotábamos en las fiestas decembrinas. El temor de todas las madres era que sus hijos corrían el riesgo de ser víctimas de la explosión de la pólvora que más de una vez explotó y derrumbó algunas partes de la casa.
Otra actividad que hacía con frecuencia en compañía de ‘Cuchi’, era buscar monedas debajo de los mostradores de las tiendas y bares vecinos, Tales como una droguería que quedaba en la esquina de la calle del Cesar (carrera séptima), las cacharrerías La Sorpresa y Cartagena, el bar La Nevada y El Salivón en el legendario sector llamado Cinco Esquinas y otros establecimientos comerciales. Con las monedas encontradas comprábamos refrescos y helados, especialmente en la refresquería del paisanito Chipriota que vendía deliciosas leches condensadas caseras licuadas. También nos divertíamos matando pájaros, habitualmente, las palomas que habitaban en los techos de las casas circunvecinas.
Yo me mudé del callejón de Pedro Rizo al barrio La Granja, cerca de Radio Guatapurí, en 1961, año que comencé a estudiar el bachillerato en el colegio Loperena. Desde entonces poco nos veíamos; sin embargo, conservamos la misma amistad, no solo con ‘Cuchi’, sino con todos sus hermanos y hermanas.
A la familia de ‘Cuchi’, que Dios les fortalezca la resiliencia para soportar la ausencia física de ese gran hermano que se desvivía ayudando a su prójimo (q. e. p. d.), eternamente.
Por: José Romero Churio.
A través de esta columna le rindo un sentido y merecido homenaje póstumo a mi gran amigo, Luis Eduardo Pérez Pinto, también conocido como ‘Cuchi’.
A través de esta columna le rindo un sentido y merecido homenaje póstumo a mi gran amigo, Luis Eduardo Pérez Pinto, también conocido como ‘Cuchi’. El motivo del homenaje se debe a que poseo suficiente evidencia de su generosidad, que siempre la dispensó espontáneamente y con mucha voluntad a cualquiera que necesitaba o requería socorro, por esto la casa donde vivió, ubicada en el callejón de Pedro Rizo de la ciudad de Valledupar. siempre llegaban menesterosos en búsqueda de la ayuda de ‘Cuchi’.
En el mencionado callejón, hoy muy comercial, nació ‘Cuchi’, también yo; es decir, fuimos muy amigos desde la infancia hasta su muerte debido a un accidente cuando conducía su motocicleta, este ocurrió en octubre de 2023, subsistiendo más de un año en condiciones deplorables por el fuerte trauma craneoencefálico que recibió el día del accidente antedicho, del cual no se recuperó a pesar del cuidado esmerado que le concedió toda su familia.
El padre de Luis Eduardo Pérez Pinto fue José María Pérez Amaya, oriundo del municipio Gómez Plata, Antioquia, de donde emigró en 1936 a la ciudad de Valledupar huyendo de la tenebrosa violencia. En el municipio de Valledupar conformó hogar con la señora Brígida Pinto Montaño, de dicha unión nacieron ocho hijos: el primero, Pedro Pablo Pérez Pinto (Q.E.P.D.), Amelia, Adolfo, Alfredo, Jorge Eliecer, Elizabet, mi comadre, Denis y ‘Cuchi’, el menor de todos los hermanos.
Admirable esta pareja que la muerte los separó, el señor Pérez, más conocido como el ‘Cachaquito’ Pérez por su baja estatura, trabajando honestamente en varios oficios propios, creo que no fue asalariado de nadie, y la señora Brígida cuidando sus hijos y cumpliendo con todos los oficios domésticos del hogar.
Con Luis Eduardo compartí parte de mi niñez y de la adolescencia, conformamos una gran amistad, época en la cual nos divertimos jugando y haciendo travesuras propias de la edad. A pesar de las prohibiciones de mi madre de que no frecuentara la casa de los Pérez, porque uno de los oficios del ‘Cachaquito’ Pérez era fabricar juegos pirotécnicos, que todos los muchachos del callejón ayudábamos en la producción de las fuegos artificiales, cuyo pago era algunos totes que explotábamos en las fiestas decembrinas. El temor de todas las madres era que sus hijos corrían el riesgo de ser víctimas de la explosión de la pólvora que más de una vez explotó y derrumbó algunas partes de la casa.
Otra actividad que hacía con frecuencia en compañía de ‘Cuchi’, era buscar monedas debajo de los mostradores de las tiendas y bares vecinos, Tales como una droguería que quedaba en la esquina de la calle del Cesar (carrera séptima), las cacharrerías La Sorpresa y Cartagena, el bar La Nevada y El Salivón en el legendario sector llamado Cinco Esquinas y otros establecimientos comerciales. Con las monedas encontradas comprábamos refrescos y helados, especialmente en la refresquería del paisanito Chipriota que vendía deliciosas leches condensadas caseras licuadas. También nos divertíamos matando pájaros, habitualmente, las palomas que habitaban en los techos de las casas circunvecinas.
Yo me mudé del callejón de Pedro Rizo al barrio La Granja, cerca de Radio Guatapurí, en 1961, año que comencé a estudiar el bachillerato en el colegio Loperena. Desde entonces poco nos veíamos; sin embargo, conservamos la misma amistad, no solo con ‘Cuchi’, sino con todos sus hermanos y hermanas.
A la familia de ‘Cuchi’, que Dios les fortalezca la resiliencia para soportar la ausencia física de ese gran hermano que se desvivía ayudando a su prójimo (q. e. p. d.), eternamente.
Por: José Romero Churio.