Por Óscar Ariza Daza La muerte que nunca se cansa de su perturbadora tarea de recordarnos el paso fugaz por la vida terrenal, vuelve a producir fatales dolencia de familia al llevarse a nuestro amigo. Con profunda sorpresa y dolor, lamentamos la muerte de Luis Augusto González que enluta a su familia, a la familia […]
Por Óscar Ariza Daza
La muerte que nunca se cansa de su perturbadora tarea de recordarnos el paso fugaz por la vida terrenal, vuelve a producir fatales dolencia de familia al llevarse a nuestro amigo.
Con profunda sorpresa y dolor, lamentamos la muerte de Luis Augusto González que enluta a su familia, a la familia de El Pilón y a la academia, donde mostraba su pensamiento frente al marco jurídico y la compleja realidad de este país que cada día necesita del aporte de pensadores como él.
Luis Augusto merecegrandes honores porhaber sido un hombre respetable, un caballero, un humanista hombre de leyes, de letras, de valores; un académico, defensor de nuestra lengua y de su buen uso.
Ha muerto un gran maestro de la palabra, de la amabilidad y de las buenas costumbres; es una pérdida irreparableque me aflige, porque me aleja de la posibilidad de encontrarlo en los pasillos de la universidad y echar a andar una idea que debería desarrollarse para el próximo encuentro. Es un vacío que deja en quienes de una u otra forma aprendimos de su pensamiento y su amistad.
Muchas veces coincidimos en nuestras opiniones en El pilón, otras veces llegamos a controvertir, pero siempre desde el respeto, desde los buenos argumentos, pero sobre todo desde la calidez humana que permite no estar de acuerdo sin perder la consideración y el cariño por el otro. Eso aprendí de Luis Augusto, quien siempre dio ejemplo de responsabilidad y ética, con su escritura, pulcra, razonable y cortés.
Tuve la oportunidad de compartir con él la cotidianidad de la docencia, de disfrutar de diálogos cortos casi todas la semanas mientras ubicábamos el salón para encontrarnos con nuestros respectivos estudiantes, de intercambiar opiniones sobre la actualidad, de recibir sus llamados de atención cuando faltaba a un evento, especialmente a los de Mary Daza a quien tanto apreciaba.Tuve oportunidad de expresarle mi admiración y de recibir sus comentarios frente a mis columnas, siempre con respeto, con diplomacia, pero con la sinceridad de quien desea lo mejor para los amigos.
Los hombres maravillosos como Luis Augusto parten y se llevan con ellos sus historias de la patria que fundan, sus sueños, los proyectos de orientar a las nuevas generaciones, sus anhelos, alegrías, pero mayor es lo que nos deja como legado. Nos regala su palabra, su vigor de hombre bueno y respetuoso de los demás, sus letras y su
particular forma de impregnar alegría y esperanza a las cosas que emprendemos en beneficio de esta sociedad
Desde esta columna expreso mi solidaridad a su familia en estos momentos de dolor ante su repentina muerte. Ruego a Dios les de la fortaleza necesaria para continuar como el mejor homenaje a este gran hombre amigo de la vida.
Por Óscar Ariza Daza La muerte que nunca se cansa de su perturbadora tarea de recordarnos el paso fugaz por la vida terrenal, vuelve a producir fatales dolencia de familia al llevarse a nuestro amigo. Con profunda sorpresa y dolor, lamentamos la muerte de Luis Augusto González que enluta a su familia, a la familia […]
Por Óscar Ariza Daza
La muerte que nunca se cansa de su perturbadora tarea de recordarnos el paso fugaz por la vida terrenal, vuelve a producir fatales dolencia de familia al llevarse a nuestro amigo.
Con profunda sorpresa y dolor, lamentamos la muerte de Luis Augusto González que enluta a su familia, a la familia de El Pilón y a la academia, donde mostraba su pensamiento frente al marco jurídico y la compleja realidad de este país que cada día necesita del aporte de pensadores como él.
Luis Augusto merecegrandes honores porhaber sido un hombre respetable, un caballero, un humanista hombre de leyes, de letras, de valores; un académico, defensor de nuestra lengua y de su buen uso.
Ha muerto un gran maestro de la palabra, de la amabilidad y de las buenas costumbres; es una pérdida irreparableque me aflige, porque me aleja de la posibilidad de encontrarlo en los pasillos de la universidad y echar a andar una idea que debería desarrollarse para el próximo encuentro. Es un vacío que deja en quienes de una u otra forma aprendimos de su pensamiento y su amistad.
Muchas veces coincidimos en nuestras opiniones en El pilón, otras veces llegamos a controvertir, pero siempre desde el respeto, desde los buenos argumentos, pero sobre todo desde la calidez humana que permite no estar de acuerdo sin perder la consideración y el cariño por el otro. Eso aprendí de Luis Augusto, quien siempre dio ejemplo de responsabilidad y ética, con su escritura, pulcra, razonable y cortés.
Tuve la oportunidad de compartir con él la cotidianidad de la docencia, de disfrutar de diálogos cortos casi todas la semanas mientras ubicábamos el salón para encontrarnos con nuestros respectivos estudiantes, de intercambiar opiniones sobre la actualidad, de recibir sus llamados de atención cuando faltaba a un evento, especialmente a los de Mary Daza a quien tanto apreciaba.Tuve oportunidad de expresarle mi admiración y de recibir sus comentarios frente a mis columnas, siempre con respeto, con diplomacia, pero con la sinceridad de quien desea lo mejor para los amigos.
Los hombres maravillosos como Luis Augusto parten y se llevan con ellos sus historias de la patria que fundan, sus sueños, los proyectos de orientar a las nuevas generaciones, sus anhelos, alegrías, pero mayor es lo que nos deja como legado. Nos regala su palabra, su vigor de hombre bueno y respetuoso de los demás, sus letras y su
particular forma de impregnar alegría y esperanza a las cosas que emprendemos en beneficio de esta sociedad
Desde esta columna expreso mi solidaridad a su familia en estos momentos de dolor ante su repentina muerte. Ruego a Dios les de la fortaleza necesaria para continuar como el mejor homenaje a este gran hombre amigo de la vida.