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Política - 24 junio, 2016

Histórico acuerdo pone fin a 50 años de guerra

La periodista y experta en tema de conflicto armado, Clara Inés Orozco, analiza para EL PILÓN lo que representa el acuerdo del fin del conflicto.

Aunque el cese al fuego bilateral y definitivo no es el último paso del proceso de paz entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc, si es el hecho más trascendental desde el punto de vista histórico y social, si se tiene en cuenta que desde hace más de 50 años los fusiles no han dejado de sonar.

Más de siete millones de víctimas ha dejado uno de los periodos más sangrientos que ha vivido el país, por lo cual la firma del cese de las hostilidades, simboliza una muestra de confianza entre las partes, que deciden bajar las armas y comienzan a dar pasos hacia una etapa de postconflicto.

Hay que hacer claridad que lo que finaliza es la confrontación armada y por consiguiente el cese al fuego es el fin de la guerra, pero no el comienzo de la paz, entendiendo que la paz no se decreta, ni se firma, sino que se construye con acciones que faciliten su desarrollo.

Los conflictos hacen parte de la vida en comunidad, por lo cual en esta mesa diálogo no se está poniendo fin al conflicto, pues las diferencias van a permanecer siempre, debido a la variedad de forma de ver y entender el mundo. Lo que se busca más bien es que esas diferencias sean tramitadas por vías no violentas, en un escenario que facilite el dialogo, pero también el sano desacuerdo.

Lo que viene luego de la firma del cese al fuego es el acuerdo final, que dará vía a la dejación de armas, la reincorporación de los excombatientes a la vida civil y la refrendación de los acuerdos.

A partir de este momento, comienza el periodo de desafíos para reconstruir el país, que tiene que ver con la implementación de la justicia transicional y el proceso de reconciliación que dará la posibilidad a las víctimas de conocer la verdad de todos los hechos de guerra que condujeron a su victimización.

Otros retos que plantea la etapa de transición son de carácter estructural y su implementación llevará muchas décadas. Uno de estos desafíos es pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz, si se tiene en cuenta que por más de 50 años se ha convivido con la violencia.

Hacer ese traspaso requiere de acciones concretas que tienen que ver con la cultura y educación para la paz, propósito en el que deben participar no solo el Gobierno Nacional, sino todas las instituciones incluyendo los medios de comunicación.

Por décadas se ha contado una historia de guerra y terror, el desafío ahora es historiar la paz, dándole prioridad a nuevas narrativas que promuevan la paz y la convivencia, y desplegar procesos masivos de pedagogía social para reeducar y transformar las costumbres políticas desde lo cotidiano hacia lo público.

Así mismo, se requiere un ambiente propicio de gobernabilidad para la paz, donde primen los valores de la democracia y se fortalezcan nuevas formas de hacer y pensar la política desde un ambiente de ética y justicia.
Además es fundamental que el Estado colombiano se fortalezca en su capacidad de controlar y combatir la violencia que surge del crimen organizado.

Por último, la Colombia del postconflicto demanda de la participación de todos, pues la paz es un bien común y se construye en la medida en que se transforme en un interés colectivo que busca una visión de país en paz y un futuro común.

Por Clara Inés Orozco

 

Política
24 junio, 2016

Histórico acuerdo pone fin a 50 años de guerra

La periodista y experta en tema de conflicto armado, Clara Inés Orozco, analiza para EL PILÓN lo que representa el acuerdo del fin del conflicto.


Aunque el cese al fuego bilateral y definitivo no es el último paso del proceso de paz entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc, si es el hecho más trascendental desde el punto de vista histórico y social, si se tiene en cuenta que desde hace más de 50 años los fusiles no han dejado de sonar.

Más de siete millones de víctimas ha dejado uno de los periodos más sangrientos que ha vivido el país, por lo cual la firma del cese de las hostilidades, simboliza una muestra de confianza entre las partes, que deciden bajar las armas y comienzan a dar pasos hacia una etapa de postconflicto.

Hay que hacer claridad que lo que finaliza es la confrontación armada y por consiguiente el cese al fuego es el fin de la guerra, pero no el comienzo de la paz, entendiendo que la paz no se decreta, ni se firma, sino que se construye con acciones que faciliten su desarrollo.

Los conflictos hacen parte de la vida en comunidad, por lo cual en esta mesa diálogo no se está poniendo fin al conflicto, pues las diferencias van a permanecer siempre, debido a la variedad de forma de ver y entender el mundo. Lo que se busca más bien es que esas diferencias sean tramitadas por vías no violentas, en un escenario que facilite el dialogo, pero también el sano desacuerdo.

Lo que viene luego de la firma del cese al fuego es el acuerdo final, que dará vía a la dejación de armas, la reincorporación de los excombatientes a la vida civil y la refrendación de los acuerdos.

A partir de este momento, comienza el periodo de desafíos para reconstruir el país, que tiene que ver con la implementación de la justicia transicional y el proceso de reconciliación que dará la posibilidad a las víctimas de conocer la verdad de todos los hechos de guerra que condujeron a su victimización.

Otros retos que plantea la etapa de transición son de carácter estructural y su implementación llevará muchas décadas. Uno de estos desafíos es pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz, si se tiene en cuenta que por más de 50 años se ha convivido con la violencia.

Hacer ese traspaso requiere de acciones concretas que tienen que ver con la cultura y educación para la paz, propósito en el que deben participar no solo el Gobierno Nacional, sino todas las instituciones incluyendo los medios de comunicación.

Por décadas se ha contado una historia de guerra y terror, el desafío ahora es historiar la paz, dándole prioridad a nuevas narrativas que promuevan la paz y la convivencia, y desplegar procesos masivos de pedagogía social para reeducar y transformar las costumbres políticas desde lo cotidiano hacia lo público.

Así mismo, se requiere un ambiente propicio de gobernabilidad para la paz, donde primen los valores de la democracia y se fortalezcan nuevas formas de hacer y pensar la política desde un ambiente de ética y justicia.
Además es fundamental que el Estado colombiano se fortalezca en su capacidad de controlar y combatir la violencia que surge del crimen organizado.

Por último, la Colombia del postconflicto demanda de la participación de todos, pues la paz es un bien común y se construye en la medida en que se transforme en un interés colectivo que busca una visión de país en paz y un futuro común.

Por Clara Inés Orozco