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Columnista - 5 junio, 2017

Hipocresía política

Macondo universo mágico, tierra de gente alegre, dicharachera, donde la realidad supera la ficción, lo inverosímil se convierte en cotidiano y los mandatarios se creen seres superiores, a los cuales debemos rendirle pleitesías y convertirnos en sus sumisos sin derecho a controvertir sus acciones y actuaciones. Por eso es normal que en pueblos como San […]

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Macondo universo mágico, tierra de gente alegre, dicharachera, donde la realidad supera la ficción, lo inverosímil se convierte en cotidiano y los mandatarios se creen seres superiores, a los cuales debemos rendirle pleitesías y convertirnos en sus sumisos sin derecho a controvertir sus acciones y actuaciones.

Por eso es normal que en pueblos como San Miguel encontremos que alrededor de su gobernante exista una corte de adulones, encargada de endiosar al dignatario, aplaudir su labor administrativa y contrarrestar a la oposición que se atreva a pensar diferente y pretenda pronunciarse en contra de su mesías.

En estos pueblos la oposición no tiene derecho a recriminar actuación alguna, a reclamar la intervención de la administración y mucho menos de realizar control político o veedurías ciudadanas sin recibir los agravios, improperios y malos tratos de los amigos del gobernante.

En nuestros pueblos las necesidades insatisfechas abundan, la inseguridad cada día gana más terreno, la brecha social se incrementa, la crisis financiera agobia al ente territorial, pero la salida más reiterativa es mirar el espejo retrovisor, la solución a la problemática es culpar las administraciones anteriores y tratar de convencer al colectivo que la inversión y obras necesarias y requeridas no son fácil de ejecutar por falta de dinero, pero mientras tantos existe una feria en la contratación directa y mínima cuantía, las cuales no generan impacto social y mucho menos reflejan la tan recalcada crisis.

Los concejos cumplen un papel secundario, son ignorados por el burgomaestre, los mira con desdén, solo recobran importancia al momento de aprobarle acuerdos que permitan de forma ilimitada ejercer su poder y disponer de los recursos del erario, de lo contrario se convierten en unos convidados de piedra en la coadministración municipal.

En algunas ocasiones los honorables ediles se revelan, para llamar la atención del mandatario, despotrican en voz baja de las actuaciones del mismo, revelan confidencias de su actuar, que van en contravía de la buena administración, invitan a elevar solicitudes y presentar denuncias, para que según ellos se pongan fin a las irregularidades que se vienen presentando en el municipio.

Con este actuar demuestran su falta de carácter, cumplimiento de sus funciones constituciones y legales y sobre todo su deber ciudadano y sentido de pertenencia por su tierra, pero por arte de magia el enfado termina, la gestión política y administrativa es la mejor y debemos resaltarla en el pedestal más alto de la historia política del municipio.

Se reúnen con el gobernante, muchos celebramos esta decisión, porque anhelamos que se dialogue sobre la problemática de nuestro municipio, se conviertan en el binomio que apartará sus conveniencias personales y trabajará por las necesidades generales, unidos emprenderán la valiente tarea de devolver la confianza, sembrar la inversión y obras que permitan que el progreso y desarrollo llegue a su gente.

Pero vaya sorpresa, terminada la reunión es de público conocimiento que los ediles solo reclamaron al alcalde el abandono, olvido y mal trato que les viene dando, lo que les ha perjudicado sus finanzas, la necesidad de darle participación y poder, para ello utilizan el cinismo, la adulación, acusación y despotrican de la oposición, sí, de esa misma a la que incitaban para que denunciara y confiaban todas las malas actuaciones de su mesías.

Todo pueblo merece los gobernantes que eligen, por ello no podemos soñar con el cambio de las costumbres políticas, porque es un juego de conveniencia donde reina la hipocresía.

Columnista
5 junio, 2017

Hipocresía política

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Diógenes Pino Sanjur

Macondo universo mágico, tierra de gente alegre, dicharachera, donde la realidad supera la ficción, lo inverosímil se convierte en cotidiano y los mandatarios se creen seres superiores, a los cuales debemos rendirle pleitesías y convertirnos en sus sumisos sin derecho a controvertir sus acciones y actuaciones. Por eso es normal que en pueblos como San […]


Macondo universo mágico, tierra de gente alegre, dicharachera, donde la realidad supera la ficción, lo inverosímil se convierte en cotidiano y los mandatarios se creen seres superiores, a los cuales debemos rendirle pleitesías y convertirnos en sus sumisos sin derecho a controvertir sus acciones y actuaciones.

Por eso es normal que en pueblos como San Miguel encontremos que alrededor de su gobernante exista una corte de adulones, encargada de endiosar al dignatario, aplaudir su labor administrativa y contrarrestar a la oposición que se atreva a pensar diferente y pretenda pronunciarse en contra de su mesías.

En estos pueblos la oposición no tiene derecho a recriminar actuación alguna, a reclamar la intervención de la administración y mucho menos de realizar control político o veedurías ciudadanas sin recibir los agravios, improperios y malos tratos de los amigos del gobernante.

En nuestros pueblos las necesidades insatisfechas abundan, la inseguridad cada día gana más terreno, la brecha social se incrementa, la crisis financiera agobia al ente territorial, pero la salida más reiterativa es mirar el espejo retrovisor, la solución a la problemática es culpar las administraciones anteriores y tratar de convencer al colectivo que la inversión y obras necesarias y requeridas no son fácil de ejecutar por falta de dinero, pero mientras tantos existe una feria en la contratación directa y mínima cuantía, las cuales no generan impacto social y mucho menos reflejan la tan recalcada crisis.

Los concejos cumplen un papel secundario, son ignorados por el burgomaestre, los mira con desdén, solo recobran importancia al momento de aprobarle acuerdos que permitan de forma ilimitada ejercer su poder y disponer de los recursos del erario, de lo contrario se convierten en unos convidados de piedra en la coadministración municipal.

En algunas ocasiones los honorables ediles se revelan, para llamar la atención del mandatario, despotrican en voz baja de las actuaciones del mismo, revelan confidencias de su actuar, que van en contravía de la buena administración, invitan a elevar solicitudes y presentar denuncias, para que según ellos se pongan fin a las irregularidades que se vienen presentando en el municipio.

Con este actuar demuestran su falta de carácter, cumplimiento de sus funciones constituciones y legales y sobre todo su deber ciudadano y sentido de pertenencia por su tierra, pero por arte de magia el enfado termina, la gestión política y administrativa es la mejor y debemos resaltarla en el pedestal más alto de la historia política del municipio.

Se reúnen con el gobernante, muchos celebramos esta decisión, porque anhelamos que se dialogue sobre la problemática de nuestro municipio, se conviertan en el binomio que apartará sus conveniencias personales y trabajará por las necesidades generales, unidos emprenderán la valiente tarea de devolver la confianza, sembrar la inversión y obras que permitan que el progreso y desarrollo llegue a su gente.

Pero vaya sorpresa, terminada la reunión es de público conocimiento que los ediles solo reclamaron al alcalde el abandono, olvido y mal trato que les viene dando, lo que les ha perjudicado sus finanzas, la necesidad de darle participación y poder, para ello utilizan el cinismo, la adulación, acusación y despotrican de la oposición, sí, de esa misma a la que incitaban para que denunciara y confiaban todas las malas actuaciones de su mesías.

Todo pueblo merece los gobernantes que eligen, por ello no podemos soñar con el cambio de las costumbres políticas, porque es un juego de conveniencia donde reina la hipocresía.