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Columnista - 4 enero, 2022

Hablar de frente o chatear… he ahí la cuestión

Que las poesías narradas o cantadas que envolvían sueños y vivencias se vieran empañadas por un mensaje de texto. ¡Qué horror!  

Cuando en una parranda vallenata, de  las de antes,  se abría un acordeón  y se escuchaba un canto criollo,  todos, desde el más viejo hasta el más joven,  disfrutaban los detalles de esa típica reunión.

Acordeón, cantos, versos, cuentos, chistes, etc., los protagonistas de las parrandas en esos momentos aseguraban atención total a sus cantos, a la ejecución de los instrumentos. 

Uno a uno eran celosamente observados por  los asistentes, unos eruditos conocedores del folclor, otros no tanto, pero el solo hecho de ser de la región  te permitía emitir un juicio.

Se gozaban esas parrandas: los chistes, historias que dieron lugar a que personajes como Nando Marín,  Wicho Sánchez,  por ejemplo,  fueran  animadores excelsos de esos gratos encuentros. 

Me imagino a Marín,  en la actualidad, acabando bruscamente una canción,  como solía hacerlo en sus mejores épocas,  porque  una llamada de celular o los famosos pin robaran la atención a la historia que estuviese contando. 

Que las poesías narradas o cantadas que envolvían sueños y vivencias se vieran empañadas por un mensaje de texto. ¡Qué horror!  

Las cosas han cambiado, en la actualidad nos sustraemos de los cuentos, de esas  narraciones fabulosas que daban lugar, en medio del fervor  de los  tragos,   a que la imaginación  le permitiera a un alma enamorada volar sobre los picos de la nevada, y acompañada de los vientos, y con  un millón de versos pudiera  llegar hasta la ventana del amor lejano a darle serenata.

Se murieron esas parrandas, agonizan  los pocos  poetas de canciones y de amores; dimos paso a la tecnología, al celular con  WhatsApp, al TikTok.

De manera perversa se ha metido en las alcobas, en los salones de clases, en los teatros y salas de cine, en las conversaciones amenas.

Es complejo el panorama, estamos ensimismados, que digo yo, idiotizados; con la cerviz doblada haciéndole la venia al todo poderoso celular. Al punto que comemos, nos bañamos, y hasta conducimos mirando  estos aparatos. 

Está destruyendo todo: relaciones de años; tradiciones y oralidad  regional,  para darle paso a lenguas  y dialectos extranjeros.

No conozco un solo mortal que teniendo un aparato de estos no se deje amarrar a él; somos víctimas de nuestro propio invento.  

Se murieron los cuentos largos de los abuelos en los pueblos; aquellas noches de fantasías y miedos infantiles, tristemente ya no hay encuentros familiares sentados alrededor de un mechón. 

Se acabaron las patinetas de  balineras hechas por nosotros mismos; las cometas; el  cuatro, ocho y doce; la lleva… Los pelaos ahora, desde que aprenden a hablar, lo único que quieren es un celular, con servicio de Wifi,  redes sociales y tal. 

Mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos  hablamos cuando estamos cerca;  es decir, con estos aparatos las distancias no se acortan se profundizan.

Alguien escribió con  total acierto:  “Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de  información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro frente a frente”. 

Como diría nuestro abogado cantor Poncho Zuleta… ¡Hay que recuperar!  aún estamos a tiempo.  Sólo Eso.

Por: Eduardo Santos Ortega Vergara

Columnista
4 enero, 2022

Hablar de frente o chatear… he ahí la cuestión

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo S. Ortega Vergara

Que las poesías narradas o cantadas que envolvían sueños y vivencias se vieran empañadas por un mensaje de texto. ¡Qué horror!  


Cuando en una parranda vallenata, de  las de antes,  se abría un acordeón  y se escuchaba un canto criollo,  todos, desde el más viejo hasta el más joven,  disfrutaban los detalles de esa típica reunión.

Acordeón, cantos, versos, cuentos, chistes, etc., los protagonistas de las parrandas en esos momentos aseguraban atención total a sus cantos, a la ejecución de los instrumentos. 

Uno a uno eran celosamente observados por  los asistentes, unos eruditos conocedores del folclor, otros no tanto, pero el solo hecho de ser de la región  te permitía emitir un juicio.

Se gozaban esas parrandas: los chistes, historias que dieron lugar a que personajes como Nando Marín,  Wicho Sánchez,  por ejemplo,  fueran  animadores excelsos de esos gratos encuentros. 

Me imagino a Marín,  en la actualidad, acabando bruscamente una canción,  como solía hacerlo en sus mejores épocas,  porque  una llamada de celular o los famosos pin robaran la atención a la historia que estuviese contando. 

Que las poesías narradas o cantadas que envolvían sueños y vivencias se vieran empañadas por un mensaje de texto. ¡Qué horror!  

Las cosas han cambiado, en la actualidad nos sustraemos de los cuentos, de esas  narraciones fabulosas que daban lugar, en medio del fervor  de los  tragos,   a que la imaginación  le permitiera a un alma enamorada volar sobre los picos de la nevada, y acompañada de los vientos, y con  un millón de versos pudiera  llegar hasta la ventana del amor lejano a darle serenata.

Se murieron esas parrandas, agonizan  los pocos  poetas de canciones y de amores; dimos paso a la tecnología, al celular con  WhatsApp, al TikTok.

De manera perversa se ha metido en las alcobas, en los salones de clases, en los teatros y salas de cine, en las conversaciones amenas.

Es complejo el panorama, estamos ensimismados, que digo yo, idiotizados; con la cerviz doblada haciéndole la venia al todo poderoso celular. Al punto que comemos, nos bañamos, y hasta conducimos mirando  estos aparatos. 

Está destruyendo todo: relaciones de años; tradiciones y oralidad  regional,  para darle paso a lenguas  y dialectos extranjeros.

No conozco un solo mortal que teniendo un aparato de estos no se deje amarrar a él; somos víctimas de nuestro propio invento.  

Se murieron los cuentos largos de los abuelos en los pueblos; aquellas noches de fantasías y miedos infantiles, tristemente ya no hay encuentros familiares sentados alrededor de un mechón. 

Se acabaron las patinetas de  balineras hechas por nosotros mismos; las cometas; el  cuatro, ocho y doce; la lleva… Los pelaos ahora, desde que aprenden a hablar, lo único que quieren es un celular, con servicio de Wifi,  redes sociales y tal. 

Mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos  hablamos cuando estamos cerca;  es decir, con estos aparatos las distancias no se acortan se profundizan.

Alguien escribió con  total acierto:  “Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de  información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro frente a frente”. 

Como diría nuestro abogado cantor Poncho Zuleta… ¡Hay que recuperar!  aún estamos a tiempo.  Sólo Eso.

Por: Eduardo Santos Ortega Vergara