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Columnista - 17 octubre, 2012

Guerra entre tribus

Desde mi cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro Con la meta de revivir nuestra historia, hoy me permito enviarles este fragmento de mi diario, escrito hace un lustro, exactamente el 14 de noviembre de 2007: “Toda sociedad está organizada por tribus, así algunos les digan clanes, u organizaciones, para que suene más elegante. Es que la […]

Desde mi cocina

Por: Silvia Betancourt Alliegro

Con la meta de revivir nuestra historia, hoy me permito enviarles este fragmento de mi diario, escrito hace un lustro, exactamente el 14 de noviembre de 2007:

“Toda sociedad está organizada por tribus, así algunos les digan clanes, u organizaciones, para que suene más elegante. Es que la vida es más cómoda y segura si se comparten costumbres y valores. Cada tribu tiene una razón social que la capacita para hacer negocios con otras.

Ahora vamos a lo concreto: las FARC son una tribu organizada desde hace algo así como medio siglo, está cimentada sobre un rostro y un remoquete “Tirofijo”, la base de toda la organización está establecida sobre esa figura central, y todos los miembros del ‘Secretariado’ son una especie de círculo íntimo, invariable.

Todo funciona como una dictadura del fundador, del que se tejen historias míticas y todas sus  maniobras se basan en la confianza que les otorga una comunicación casi telepática, puesto que todos saben qué piensa el otro. Su energía  se irradia porque responden intuitiva e inmediatamente ante determinadas situaciones, porque las líneas de autoridad son cortas, debido a la centralización del poder.

Es claro que otras tribus poseen las mismas características en cuanto a la velocidad de respuesta en las situaciones críticas, no sólo en la guerra de guerrillas; también en los mundos del arte, en las bolsas de valores, en la política.

Aquí en Colombia hay otras poderosas, claro está, la tribu de las AUC se organiza de una forma altamente capaz de llevar a cabo tareas de manera casi instantánea. Los jefes son pocos, con territorios definidos (muy parecida, en este caso, a la tribu de las FARC), pero esta tribu es costosa de mantener porque tienen personal altamente capacitado, personas jóvenes y activas, que perfeccionan los ‘procedimientos’ para facilitar las tareas y que no se preocupan por su futuro a largo a plazo, son bien remuneradas y no se enquistan en sus cargos y regiones, los pueden insertar en cualquier territorio y bajo las órdenes de cualquier cacique que les pueda pagar su mesada.

Lo perturbador es que el aparato estatal también es una tribu que está dirigida por un presidente, organizada por ministerios con un conjunto de funciones, y los individuos son ocupantes temporales de las funciones, y más que dirigir administran, bajo parámetros  establecidos que deben convertirse en rutinarios, alejando de los oficiantes sus anhelos en la toma de decisiones, porque todo debe funcionar como un reloj. Quizás de ahí sacó la frase el máximo estadista que hemos tenido: Los hombres pasan, las  instituciones quedan.

Grosso modo, pertenecemos a tres grandes tribus con sus respectivos caciques, y además, también nos afiliamos a las circunscritas, que nos agremian como artistas, escritores, arquitectos, músicos, contadores, abogados, médicos, periodistas, profesores, etcétera; cada una maneja rituales, ideas y procedimientos herméticos.

Esta guerra no es fácil de concluir, incluso diría que no es factible, porque tendríamos que abolir todas las  tradiciones y los oficios, y buscarles sustitutos inmediatos que llenen todas las expectativas físicas y psíquicas del colectivo”.

Algunas ‘personalidades’ ya no están de cuerpo presente, pero su sombra sigue proyectándose en nuestro territorio por voluntad expresa de sus secuaces -que no han podido hallar sustitutos producidos por los años en el ejercicio de sus funciones- y los medios les hacen eco que repercute en la nación y el mundo, obsequiándoles la pátina de eternos.

[email protected]   @yastao

Columnista
17 octubre, 2012

Guerra entre tribus

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mi cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro Con la meta de revivir nuestra historia, hoy me permito enviarles este fragmento de mi diario, escrito hace un lustro, exactamente el 14 de noviembre de 2007: “Toda sociedad está organizada por tribus, así algunos les digan clanes, u organizaciones, para que suene más elegante. Es que la […]


Desde mi cocina

Por: Silvia Betancourt Alliegro

Con la meta de revivir nuestra historia, hoy me permito enviarles este fragmento de mi diario, escrito hace un lustro, exactamente el 14 de noviembre de 2007:

“Toda sociedad está organizada por tribus, así algunos les digan clanes, u organizaciones, para que suene más elegante. Es que la vida es más cómoda y segura si se comparten costumbres y valores. Cada tribu tiene una razón social que la capacita para hacer negocios con otras.

Ahora vamos a lo concreto: las FARC son una tribu organizada desde hace algo así como medio siglo, está cimentada sobre un rostro y un remoquete “Tirofijo”, la base de toda la organización está establecida sobre esa figura central, y todos los miembros del ‘Secretariado’ son una especie de círculo íntimo, invariable.

Todo funciona como una dictadura del fundador, del que se tejen historias míticas y todas sus  maniobras se basan en la confianza que les otorga una comunicación casi telepática, puesto que todos saben qué piensa el otro. Su energía  se irradia porque responden intuitiva e inmediatamente ante determinadas situaciones, porque las líneas de autoridad son cortas, debido a la centralización del poder.

Es claro que otras tribus poseen las mismas características en cuanto a la velocidad de respuesta en las situaciones críticas, no sólo en la guerra de guerrillas; también en los mundos del arte, en las bolsas de valores, en la política.

Aquí en Colombia hay otras poderosas, claro está, la tribu de las AUC se organiza de una forma altamente capaz de llevar a cabo tareas de manera casi instantánea. Los jefes son pocos, con territorios definidos (muy parecida, en este caso, a la tribu de las FARC), pero esta tribu es costosa de mantener porque tienen personal altamente capacitado, personas jóvenes y activas, que perfeccionan los ‘procedimientos’ para facilitar las tareas y que no se preocupan por su futuro a largo a plazo, son bien remuneradas y no se enquistan en sus cargos y regiones, los pueden insertar en cualquier territorio y bajo las órdenes de cualquier cacique que les pueda pagar su mesada.

Lo perturbador es que el aparato estatal también es una tribu que está dirigida por un presidente, organizada por ministerios con un conjunto de funciones, y los individuos son ocupantes temporales de las funciones, y más que dirigir administran, bajo parámetros  establecidos que deben convertirse en rutinarios, alejando de los oficiantes sus anhelos en la toma de decisiones, porque todo debe funcionar como un reloj. Quizás de ahí sacó la frase el máximo estadista que hemos tenido: Los hombres pasan, las  instituciones quedan.

Grosso modo, pertenecemos a tres grandes tribus con sus respectivos caciques, y además, también nos afiliamos a las circunscritas, que nos agremian como artistas, escritores, arquitectos, músicos, contadores, abogados, médicos, periodistas, profesores, etcétera; cada una maneja rituales, ideas y procedimientos herméticos.

Esta guerra no es fácil de concluir, incluso diría que no es factible, porque tendríamos que abolir todas las  tradiciones y los oficios, y buscarles sustitutos inmediatos que llenen todas las expectativas físicas y psíquicas del colectivo”.

Algunas ‘personalidades’ ya no están de cuerpo presente, pero su sombra sigue proyectándose en nuestro territorio por voluntad expresa de sus secuaces -que no han podido hallar sustitutos producidos por los años en el ejercicio de sus funciones- y los medios les hacen eco que repercute en la nación y el mundo, obsequiándoles la pátina de eternos.

[email protected]   @yastao