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Columnista - 19 julio, 2015

Grito de Independencia

Frente a la rutina de la vida ordinaria, en medio de los mediáticos escándalos de nuestro habitual noti- drama nacional, hay artículos que alguien tiene que escribir. Olvidar los sucesos explosivos que diariamente sacuden nuestra existencia y, sin darle importancia a las opiniones que eso pudiera suscitar, desnudarse y narrar con palabras prescindibles su momento […]

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Frente a la rutina de la vida ordinaria, en medio de los mediáticos escándalos de nuestro habitual noti- drama nacional, hay artículos que alguien tiene que escribir. Olvidar los sucesos explosivos que diariamente sacuden nuestra existencia y, sin darle importancia a las opiniones que eso pudiera suscitar, desnudarse y narrar con palabras prescindibles su momento vital. Ver, oír y sufrir el país, pero asimilarlo desde una perspectiva propia, sin dejarse llevar por lo que los medios de comunicación proclaman, sin tragar entero. Rumiar los acontecimientos, para digerirlos mejor, y vomitarlos de ser necesario.

Odio lo que no me gusta, por eso no tengo empleo y la idea de tener un hijo me hace estremecer del pánico. Nunca he tenido la insensatez suficiente como para plantearme un futuro seguro. Vivo y defiendo mis argumentos con hechos, soy un vago que trabaja para sí mismo. He tenido y quiero tener dinero, pero no he permitido que esa debilidad me doblegue al punto de convertirme en alguien evidentemente útil a la sociedad, en un “bueno para algo”.
A los periodistas les gusta la novedad, a los políticos el poder, a los médicos la enfermedad les da de comer, los abogados existen gracias al delito. A mí me gusta garabatear, lo necesito a un punto que a veces ni yo mismo lo entiendo. He oído apagarse a las voces más poderosas de mi época asfixiadas por la codicia, talentos maravillosos ahogados por el egoísmo y la miseria, muertos prematuros en un intento desesperado por vivir con dignidad.

Personalidades de hierro aplastadas por maquinarias bajo la bóveda estrellada de quienes, llenos de tatuajes y cicatrices y con un tono profundo y bajo, asaltaron transeúntes, droguerías y mini supermercados después de inhalar químicos en la claridad superficial de los callejones oscuros de la ciudad. Voces que expusieron su alma al infinito y recibieron plomo como respuesta.

Tengo cuerpo de blanco, alma de negro y espíritu de indio, o viceversa. Para los cachacos soy invisible, los costeños me ven como cachaco y para los indios soy un arijuna más. He sufrido las tres razas. Muchas veces me han discriminado por no ser lo esperado, aunque ese mismo estado me ha hecho ser apreciado por hombres y mujeres que notaron en mí algo por fuera del molde. Soy antirreligioso por convicción pero, como a los sacerdotes y chamanes, me gusta elevarme y permanecer en lo más alto.

No intento ufanarme al considerarme una verdad comprensible, soy producto de mis genes, mi tiempo y mis condiciones. He sido yo cada instante de esta vida que a veces me gusta. Uso lo que tengo y mientras más lo gasto más bonito se pone, soy de una geografía diversa: la costa, el desierto y la sierra. Y aunque todo esto no quiera decir nada, aparte de llamar la atención, esa es mi manera de pasarla. No hablo de lo que no me interesa, porque para eso tengo un silencio infalible.

Columnista
19 julio, 2015

Grito de Independencia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Frente a la rutina de la vida ordinaria, en medio de los mediáticos escándalos de nuestro habitual noti- drama nacional, hay artículos que alguien tiene que escribir. Olvidar los sucesos explosivos que diariamente sacuden nuestra existencia y, sin darle importancia a las opiniones que eso pudiera suscitar, desnudarse y narrar con palabras prescindibles su momento […]


Frente a la rutina de la vida ordinaria, en medio de los mediáticos escándalos de nuestro habitual noti- drama nacional, hay artículos que alguien tiene que escribir. Olvidar los sucesos explosivos que diariamente sacuden nuestra existencia y, sin darle importancia a las opiniones que eso pudiera suscitar, desnudarse y narrar con palabras prescindibles su momento vital. Ver, oír y sufrir el país, pero asimilarlo desde una perspectiva propia, sin dejarse llevar por lo que los medios de comunicación proclaman, sin tragar entero. Rumiar los acontecimientos, para digerirlos mejor, y vomitarlos de ser necesario.

Odio lo que no me gusta, por eso no tengo empleo y la idea de tener un hijo me hace estremecer del pánico. Nunca he tenido la insensatez suficiente como para plantearme un futuro seguro. Vivo y defiendo mis argumentos con hechos, soy un vago que trabaja para sí mismo. He tenido y quiero tener dinero, pero no he permitido que esa debilidad me doblegue al punto de convertirme en alguien evidentemente útil a la sociedad, en un “bueno para algo”.
A los periodistas les gusta la novedad, a los políticos el poder, a los médicos la enfermedad les da de comer, los abogados existen gracias al delito. A mí me gusta garabatear, lo necesito a un punto que a veces ni yo mismo lo entiendo. He oído apagarse a las voces más poderosas de mi época asfixiadas por la codicia, talentos maravillosos ahogados por el egoísmo y la miseria, muertos prematuros en un intento desesperado por vivir con dignidad.

Personalidades de hierro aplastadas por maquinarias bajo la bóveda estrellada de quienes, llenos de tatuajes y cicatrices y con un tono profundo y bajo, asaltaron transeúntes, droguerías y mini supermercados después de inhalar químicos en la claridad superficial de los callejones oscuros de la ciudad. Voces que expusieron su alma al infinito y recibieron plomo como respuesta.

Tengo cuerpo de blanco, alma de negro y espíritu de indio, o viceversa. Para los cachacos soy invisible, los costeños me ven como cachaco y para los indios soy un arijuna más. He sufrido las tres razas. Muchas veces me han discriminado por no ser lo esperado, aunque ese mismo estado me ha hecho ser apreciado por hombres y mujeres que notaron en mí algo por fuera del molde. Soy antirreligioso por convicción pero, como a los sacerdotes y chamanes, me gusta elevarme y permanecer en lo más alto.

No intento ufanarme al considerarme una verdad comprensible, soy producto de mis genes, mi tiempo y mis condiciones. He sido yo cada instante de esta vida que a veces me gusta. Uso lo que tengo y mientras más lo gasto más bonito se pone, soy de una geografía diversa: la costa, el desierto y la sierra. Y aunque todo esto no quiera decir nada, aparte de llamar la atención, esa es mi manera de pasarla. No hablo de lo que no me interesa, porque para eso tengo un silencio infalible.