Hace unos días escribí que la Semana Mayor misteriosamente viene acompañada de eventos catastróficos, haciéndonos recapacitar acerca de la verdadera vocación que le damos a nuestras vidas, además de evaluar si tantos odios, vanidades, complejos, egoísmos, caprichos, resentimientos y demás ataduras, realmente sirven para algo en nuestro corto paso por el mundo terrenal. Infortunadamente esta […]
Hace unos días escribí que la Semana Mayor misteriosamente viene acompañada de eventos catastróficos, haciéndonos recapacitar acerca de la verdadera vocación que le damos a nuestras vidas, además de evaluar si tantos odios, vanidades, complejos, egoísmos, caprichos, resentimientos y demás ataduras, realmente sirven para algo en nuestro corto paso por el mundo terrenal. Infortunadamente esta vez no fue la excepción y el Viernes Santo, casi a la misma hora que falleció nuestro Señor Jesucristo, la tragedia se llevó al querido por todos, Martín Elías Díaz.
Pocos minutos pasaron desde que se difundió la noticia del accidente y la confirmación de su muerte. Los paros cardiorrespiratorios se turnaron con las unidades de sangre trasfundidas, hasta que un quirófano lo vio partir al sexto intento por reanimarlo. La ciencia médica no pudo hacer nada porque Dios lo llamó a su lado.
Generacionalmente no coincidimos. En muy contadas ocasiones tuvimos algún tipo de contacto, mucho menos me mencionó en alguna de sus canciones, así que no es la amistad la que me lleva a escribir estas cortas líneas de reconocimiento a un artista que en vida rindió tributo a la nobleza, a la humildad, al respeto por los demás, a la solidaridad, a la organización, al profesionalismo, al talento, a la amistad y a todos los buenos sentimientos que alberga el corazón de un hombre convencido de que el rencor solo sirve para envenenarnos, mientras equivocadamente pensamos con éste aplastar a los adversarios.
Por eso nunca vio a sus colegas como competencia. Cultivó con todos una amistad entrañable que valió incluso para que algunos lo nombraran padrino de sus hijos. Con su conjunto fue igual de amigo, entendió que ese equipo era el soporte de su éxito. Alguna vez me contaba un compañero suyo que nunca tuvo distingos, por ejemplo, en los aeropuertos cuando llegaban a un restaurante mandaba a ubicar una gran mesa para poder compartir los alimentos con todo el grupo.
Y así fue su comportamiento con familiares, amigos y con quien necesitara de una voz de aliento o de un apoyo económico para resolver una situación difícil, por esto acá no opera el aforismo de que ‘todo muerto es bueno’, Martín Elías realmente era un buen hombre. Lo sentí cuando vi a mis hijas llorando; cuando niños, jóvenes y adultos solo tenían palabras para ponderar los dotes del excelente ser humano. Lo vio todo el mundo cuando Carlos Vives en Nueva York irrumpió al escenario apoyado en las imágenes del hijo de Diomedes y Patricia, que luego masificó su esposa Claudia Elena en las redes sociales.
Hoy el folclor vallenato está incompleto, falta la presencia física del joven exitoso que se hizo famoso cuando su padre, ‘El Cacique’ Diomedes Díaz, ilusionado con el nacimiento de su añorada hija Olga Patricia, la nombraba acompañando a sus hijos ya nacidos, el diagnóstico médico falló y en su reemplazo nació para nunca morir el gran Martín Elías. Paz en su tumba. Un abrazo.
Por ANTONIO MARÍA ARAÚJO CALDERÓN
Hace unos días escribí que la Semana Mayor misteriosamente viene acompañada de eventos catastróficos, haciéndonos recapacitar acerca de la verdadera vocación que le damos a nuestras vidas, además de evaluar si tantos odios, vanidades, complejos, egoísmos, caprichos, resentimientos y demás ataduras, realmente sirven para algo en nuestro corto paso por el mundo terrenal. Infortunadamente esta […]
Hace unos días escribí que la Semana Mayor misteriosamente viene acompañada de eventos catastróficos, haciéndonos recapacitar acerca de la verdadera vocación que le damos a nuestras vidas, además de evaluar si tantos odios, vanidades, complejos, egoísmos, caprichos, resentimientos y demás ataduras, realmente sirven para algo en nuestro corto paso por el mundo terrenal. Infortunadamente esta vez no fue la excepción y el Viernes Santo, casi a la misma hora que falleció nuestro Señor Jesucristo, la tragedia se llevó al querido por todos, Martín Elías Díaz.
Pocos minutos pasaron desde que se difundió la noticia del accidente y la confirmación de su muerte. Los paros cardiorrespiratorios se turnaron con las unidades de sangre trasfundidas, hasta que un quirófano lo vio partir al sexto intento por reanimarlo. La ciencia médica no pudo hacer nada porque Dios lo llamó a su lado.
Generacionalmente no coincidimos. En muy contadas ocasiones tuvimos algún tipo de contacto, mucho menos me mencionó en alguna de sus canciones, así que no es la amistad la que me lleva a escribir estas cortas líneas de reconocimiento a un artista que en vida rindió tributo a la nobleza, a la humildad, al respeto por los demás, a la solidaridad, a la organización, al profesionalismo, al talento, a la amistad y a todos los buenos sentimientos que alberga el corazón de un hombre convencido de que el rencor solo sirve para envenenarnos, mientras equivocadamente pensamos con éste aplastar a los adversarios.
Por eso nunca vio a sus colegas como competencia. Cultivó con todos una amistad entrañable que valió incluso para que algunos lo nombraran padrino de sus hijos. Con su conjunto fue igual de amigo, entendió que ese equipo era el soporte de su éxito. Alguna vez me contaba un compañero suyo que nunca tuvo distingos, por ejemplo, en los aeropuertos cuando llegaban a un restaurante mandaba a ubicar una gran mesa para poder compartir los alimentos con todo el grupo.
Y así fue su comportamiento con familiares, amigos y con quien necesitara de una voz de aliento o de un apoyo económico para resolver una situación difícil, por esto acá no opera el aforismo de que ‘todo muerto es bueno’, Martín Elías realmente era un buen hombre. Lo sentí cuando vi a mis hijas llorando; cuando niños, jóvenes y adultos solo tenían palabras para ponderar los dotes del excelente ser humano. Lo vio todo el mundo cuando Carlos Vives en Nueva York irrumpió al escenario apoyado en las imágenes del hijo de Diomedes y Patricia, que luego masificó su esposa Claudia Elena en las redes sociales.
Hoy el folclor vallenato está incompleto, falta la presencia física del joven exitoso que se hizo famoso cuando su padre, ‘El Cacique’ Diomedes Díaz, ilusionado con el nacimiento de su añorada hija Olga Patricia, la nombraba acompañando a sus hijos ya nacidos, el diagnóstico médico falló y en su reemplazo nació para nunca morir el gran Martín Elías. Paz en su tumba. Un abrazo.
Por ANTONIO MARÍA ARAÚJO CALDERÓN