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Columnista - 15 abril, 2025

Gabo e Iván Zuleta: disparidad entre el nobel y el cirujano oncólogo 

No es descabellado afirmar que el inmortal escritor Gabriel García Márquez fue un médico frustrado, y hasta solía decir que “el bisturí era la prueba mayor del fracaso de la medicina”.

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No es descabellado afirmar que el inmortal escritor Gabriel García Márquez fue un médico frustrado, y hasta solía decir que “el bisturí era la prueba mayor del fracaso de la medicina”. No era entendible, para el diestro médico cirujano José Manuel Romero Churio, semejante afirmación, porque desnaturalizaba las maravillas que se pueden lograr en un quirófano.

A mi parecer, eran charadas o ocurrencias del nobel, porque con el bisturí hace milagros el nacido en La Paz y talentoso médico cirujano oncólogo Iván Zuleta Oñate, una especie de albricia —portador de buenas noticias— al extirpar y superar una infinidad de casos de cáncer, patología a la que nos hemos acostumbrado y a la que estamos condenados, la presente y futura generación, durante los próximos 50 años, porque la naturaleza pasa factura. 

El enterramiento de los químicos del algodón, especialmente en Codazzi y El Copey, hizo estragos y produjo un desequilibrio ecológico, lo que explicó en la desaparecida Clínica Ana María del Seguro Social de Valledupar uno de los primeros médicos hematólogos que pisó esta tierra: el guajiro Leandro Barros.

Y en los decires propios de la jerga galénica, a la grafía que utilizan los médicos en las recetas, Gabo la denomina “garabatos crípticos”.

A las vísceras las menciona por su nombre, añadiéndoles un calificativo exacto y expresivo: corazón “insomne”; hígado “misterioso”; páncreas “hermético”.

Siguiendo un concepto medieval, manifiesta que la diabetes “es demasiado lenta para acabar con los ricos”; que “la pobreza es el mejor remedio para acabar con la diabetes”; y que los edulcorantes artificiales son “azúcar, pero sin azúcar, algo así como repicar, pero sin campanas”. 

De la vejez decía que “es un estado indecente que debe impedirse a tiempo”. Además, que “las enfermedades mortales tienen un olor propio, pero ninguno tan específico como el de la vejez”.

Refiriéndose a la ética, uno de sus personajes médicos socarronamente expresa: “La ética cree que los médicos somos de palo”. 

En alguna ocasión, Gabo confesó que Sófocles y Defoe lo habían dejado marcado para siempre.

Además de las pestes, el nobel echó mano de gran número de patologías médicas, de vocablos y decires, y puso a desfilar a cultores de la medicina como personajes centrales de sus narraciones, siendo el más caracterizado el doctor Juvenal Urbino. 

Sólo un médico —y poeta, además— podía describir de manera tan bella y detallada el transcurrir profesional de un colega tan peculiar como este. Pero lo más llamativo para el lector acucioso es que registra una serie de máximas, de consejos, de descripciones técnicas, de profundas reflexiones médicas no encontradas antes en ningún autor, a tal punto que tiene que aceptarse que Gabo fue también un filósofo y un poeta en el ámbito de la medicina. 

Fernando Sánchez Cristo, miembro honorario y expresidente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, publicó en 2015 un artículo sobre la medicina en la obra de Gabriel García Márquez, documentando esta posible vocación del nobel en la lectura de su obra, donde, de alguna manera, se expresan los sentimientos del autor laureado. 

Por: Miguel Aroca Yepes.

Columnista
15 abril, 2025

Gabo e Iván Zuleta: disparidad entre el nobel y el cirujano oncólogo 

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Miguel Aroca Yepez

No es descabellado afirmar que el inmortal escritor Gabriel García Márquez fue un médico frustrado, y hasta solía decir que “el bisturí era la prueba mayor del fracaso de la medicina”.


No es descabellado afirmar que el inmortal escritor Gabriel García Márquez fue un médico frustrado, y hasta solía decir que “el bisturí era la prueba mayor del fracaso de la medicina”. No era entendible, para el diestro médico cirujano José Manuel Romero Churio, semejante afirmación, porque desnaturalizaba las maravillas que se pueden lograr en un quirófano.

A mi parecer, eran charadas o ocurrencias del nobel, porque con el bisturí hace milagros el nacido en La Paz y talentoso médico cirujano oncólogo Iván Zuleta Oñate, una especie de albricia —portador de buenas noticias— al extirpar y superar una infinidad de casos de cáncer, patología a la que nos hemos acostumbrado y a la que estamos condenados, la presente y futura generación, durante los próximos 50 años, porque la naturaleza pasa factura. 

El enterramiento de los químicos del algodón, especialmente en Codazzi y El Copey, hizo estragos y produjo un desequilibrio ecológico, lo que explicó en la desaparecida Clínica Ana María del Seguro Social de Valledupar uno de los primeros médicos hematólogos que pisó esta tierra: el guajiro Leandro Barros.

Y en los decires propios de la jerga galénica, a la grafía que utilizan los médicos en las recetas, Gabo la denomina “garabatos crípticos”.

A las vísceras las menciona por su nombre, añadiéndoles un calificativo exacto y expresivo: corazón “insomne”; hígado “misterioso”; páncreas “hermético”.

Siguiendo un concepto medieval, manifiesta que la diabetes “es demasiado lenta para acabar con los ricos”; que “la pobreza es el mejor remedio para acabar con la diabetes”; y que los edulcorantes artificiales son “azúcar, pero sin azúcar, algo así como repicar, pero sin campanas”. 

De la vejez decía que “es un estado indecente que debe impedirse a tiempo”. Además, que “las enfermedades mortales tienen un olor propio, pero ninguno tan específico como el de la vejez”.

Refiriéndose a la ética, uno de sus personajes médicos socarronamente expresa: “La ética cree que los médicos somos de palo”. 

En alguna ocasión, Gabo confesó que Sófocles y Defoe lo habían dejado marcado para siempre.

Además de las pestes, el nobel echó mano de gran número de patologías médicas, de vocablos y decires, y puso a desfilar a cultores de la medicina como personajes centrales de sus narraciones, siendo el más caracterizado el doctor Juvenal Urbino. 

Sólo un médico —y poeta, además— podía describir de manera tan bella y detallada el transcurrir profesional de un colega tan peculiar como este. Pero lo más llamativo para el lector acucioso es que registra una serie de máximas, de consejos, de descripciones técnicas, de profundas reflexiones médicas no encontradas antes en ningún autor, a tal punto que tiene que aceptarse que Gabo fue también un filósofo y un poeta en el ámbito de la medicina. 

Fernando Sánchez Cristo, miembro honorario y expresidente de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, publicó en 2015 un artículo sobre la medicina en la obra de Gabriel García Márquez, documentando esta posible vocación del nobel en la lectura de su obra, donde, de alguna manera, se expresan los sentimientos del autor laureado. 

Por: Miguel Aroca Yepes.