Por Jarol Ferreira Acosta 1. La crónica se inicia con el inconfundible paisaje biche que se degrada mientras avanza por la carretera que conduce de Villanueva al centro cultural de Riohacha, lugar de encuentro del tercer taller del laboratorio de creación. Cada cierto tiempo se encuentra uno con un retén custodiado por soldados rasos vestidos […]
Por Jarol Ferreira Acosta
1. La crónica se inicia con el inconfundible paisaje biche que se degrada mientras avanza por la carretera que conduce de Villanueva al centro cultural de Riohacha, lugar de encuentro del tercer taller del laboratorio de creación. Cada cierto tiempo se encuentra uno con un retén custodiado por soldados rasos vestidos con el camuflado oficial de verdes pixelados; al borde de la carretera esperan al buen samaritano que les ofrende una gaseosa. De repente sobrepasa una camioneta “doblecabina” con placas del estado Zulia y en ese instante confirma uno que recorre una carretera guajira.
2. En La Guajira es más fácil oír decir “voy a Venezuela” que oír decir “voy a Bogotá”, el contrabando tiene suficientes motivos para ejercer su existencia lejos del núcleo centralista en un territorio en el que no hay empresa pero si gente dispuesta a traer, desde donde sea, lo necesario para satisfacer las necesidades creadas por la cultura local y los medios masivos de comunicación globales. Esto lo explica aunque no lo justifica porque, como me dijo alguna vez Gonzales de Zubiría:“los fenómenos económicos se explican, no se justifican”.
3. La llegada a la capital departamental parece Irak en una escena de película hollywoodense de bajo presupuesto. El calor golpea apenas el “carrito” de transporte colectivo intermunicipal puerta a puerta baja el vidrio polarizado para marcar tarjeta en la oficina de la cooperativa donde reserva su turno de salida para hacer el recorrido en dirección contraria luego de “despachar” a sus pasajeros recién llegados en las direcciones solicitadas. “Un poema es una ciudad ardiendo”, dijo Bukowski; lo cierto es que la primera impresión de Riohacha es que es una ciudad que se chamusca entre el asfalto y la arena.
4. El vallenato hace de la cotidianidad riohachera una parranda para quienes en días de fuego se atreven a transitarla. Por motivos de promoción turística y desinformación, aún mucha gente cree que La Guajira es exclusivamente indígenas wayúu deambulando en guayucos y complementando su atuendo con raybans de vidrios verdes con marco dorado, sombrero de paja y guaireñas con suelas hechas del reciclaje de llantas Michelín o GoodYear.
5. Pero eso de sentirse uno en medio de una película no cesa al bajarse del carrito, a pocos pasos se encuentra uno con vigilantes “mata patos”, carros con placas fronterizas y microbuses colectivos para locales y turistas nacionales. Entonces oye uno decir: “Primo ¿va por toda La Primera?” y el aire se impregna de olor a mar guajiro y ya todo es Riohacha.
Por Jarol Ferreira Acosta 1. La crónica se inicia con el inconfundible paisaje biche que se degrada mientras avanza por la carretera que conduce de Villanueva al centro cultural de Riohacha, lugar de encuentro del tercer taller del laboratorio de creación. Cada cierto tiempo se encuentra uno con un retén custodiado por soldados rasos vestidos […]
Por Jarol Ferreira Acosta
1. La crónica se inicia con el inconfundible paisaje biche que se degrada mientras avanza por la carretera que conduce de Villanueva al centro cultural de Riohacha, lugar de encuentro del tercer taller del laboratorio de creación. Cada cierto tiempo se encuentra uno con un retén custodiado por soldados rasos vestidos con el camuflado oficial de verdes pixelados; al borde de la carretera esperan al buen samaritano que les ofrende una gaseosa. De repente sobrepasa una camioneta “doblecabina” con placas del estado Zulia y en ese instante confirma uno que recorre una carretera guajira.
2. En La Guajira es más fácil oír decir “voy a Venezuela” que oír decir “voy a Bogotá”, el contrabando tiene suficientes motivos para ejercer su existencia lejos del núcleo centralista en un territorio en el que no hay empresa pero si gente dispuesta a traer, desde donde sea, lo necesario para satisfacer las necesidades creadas por la cultura local y los medios masivos de comunicación globales. Esto lo explica aunque no lo justifica porque, como me dijo alguna vez Gonzales de Zubiría:“los fenómenos económicos se explican, no se justifican”.
3. La llegada a la capital departamental parece Irak en una escena de película hollywoodense de bajo presupuesto. El calor golpea apenas el “carrito” de transporte colectivo intermunicipal puerta a puerta baja el vidrio polarizado para marcar tarjeta en la oficina de la cooperativa donde reserva su turno de salida para hacer el recorrido en dirección contraria luego de “despachar” a sus pasajeros recién llegados en las direcciones solicitadas. “Un poema es una ciudad ardiendo”, dijo Bukowski; lo cierto es que la primera impresión de Riohacha es que es una ciudad que se chamusca entre el asfalto y la arena.
4. El vallenato hace de la cotidianidad riohachera una parranda para quienes en días de fuego se atreven a transitarla. Por motivos de promoción turística y desinformación, aún mucha gente cree que La Guajira es exclusivamente indígenas wayúu deambulando en guayucos y complementando su atuendo con raybans de vidrios verdes con marco dorado, sombrero de paja y guaireñas con suelas hechas del reciclaje de llantas Michelín o GoodYear.
5. Pero eso de sentirse uno en medio de una película no cesa al bajarse del carrito, a pocos pasos se encuentra uno con vigilantes “mata patos”, carros con placas fronterizas y microbuses colectivos para locales y turistas nacionales. Entonces oye uno decir: “Primo ¿va por toda La Primera?” y el aire se impregna de olor a mar guajiro y ya todo es Riohacha.