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Columnista - 12 septiembre, 2021

¿Extraterrestres en Barranquilla?

La noticia más importante de aquel 9 de septiembre en Barranquilla la conocí durante una jornada de trabajo en Santa Marta. Confieso que la reunión estaba algo tediosa, llevábamos varias horas con los perturbadores tapabocas puestos revisando el mismo tema, mirando presentaciones y cuadros de Excel. La jornada había iniciado a las siete de la […]

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La noticia más importante de aquel 9 de septiembre en Barranquilla la conocí durante una jornada de trabajo en Santa Marta. Confieso que la reunión estaba algo tediosa, llevábamos varias horas con los perturbadores tapabocas puestos revisando el mismo tema, mirando presentaciones y cuadros de Excel. La jornada había iniciado a las siete de la mañana y ya eran las dos y treinta de la tarde; el almuerzo había sido un rápido sándwich, con un café cargado.

No obstante, la modorra estaba en su apogeo. En un momento de desespero y buscando huida del letargo, decidí revisar mi WhatsApp. Al abrir la aplicación comenzaron a llegar los mensajes represados de toda la mañana y de inmediato me fue evidente que algo raro estaba ocurriendo. Había una noticia que compartían de forma apremiante en todos mis grupos y que me enviaban también contactos cercanos. Se trataba del anuncio de un presunto meteorito que había aparecido en Villas de San Pablo, una populosa urbanización de la ciudad de Barranquilla.

La conmoción era total en el sitio, y la noticia, mediática en demasía. Le conté a mis compañeros de reunión sobre el impactante hecho, todos soltaron una sonora carcajada. De repente uno de ellos, sin dejar su ampulosa sonrisa, anota en tono reflexivo: “Pensándolo bien, no sería nada extraño, están ocurriendo cosas impensables, o que antes lucían imposibles en el mundo. Tecnología mágica y desbordada; vivimos una hijueputa pandemia; ahora que no caiga un meteorito… claro que es posible”.

Pero más allá de la manera jocosa con que se asumió el acontecimiento, lo que más me llama la atención es ver cómo terminan saliendo personas, vecinos del sector, que dan fe de la caída de la piedra. Se le escuchó decir para un medio nacional, a una de las asistentes al sitió:

“Esa piedra no es normal, no es de aquí, esa piedra cayó, eso se sintió, yo dije, ¿esa vaina qué es? Se sintió el ‘prapapa’, pero ningún vecino salió, tú sabes… el tiempo de lluvia. Y lo que aparece en la piedra… quien se va a poner a escribir esas letras así, son como estilo egipcias. Fue como a las 9:45 de la noche. Los bomberos terminaron de apagar el fuego como las tres de la madrugada”. Otro vecino dijo: “Yo lo que sentí fue el relámpago en mi cuarto”.

La revolución intergaláctica solo duró 6 horas y fueron suficientes para que la noticia visitara varios continentes. Al final se supo que se trataba de una campaña propagandística en favor de la organización social NU3, que trabaja con niños, adultos mayores y mujeres cabezas de hogar, cuyo objeto es que mucha gente se vincule al proyecto y done, pues buscan la construcción de un complejo social para la comunidad de Villas de San Pablo que generará empleo y oportunidades para que tengan una mejor calidad de vida.

El reto para la agencia de publicidad que lideró la iniciativa fue enorme, se trataba de organizar una estrategia publicitaria, que sin recursos económicos pudiera llegar a las multitudes. Lo lograron con creces. Ahora, se espera que comiencen a llegar los patrocinadores de esta importante obra.

Recuerdo una entrevista a Mario Vargas Llosa en donde señaló que le parecía fascinante el proceso de mitificación que ocurría en el ámbito de lo que ha sido llamado la opinión pública. Que la opinión pública realiza extrañas operaciones que producen resultados curiosos: las mentiras pasan a ser verdades y las verdades pasan a ser mentiras. Que es algo muy frecuente en todas partes, pero es más común en territorios con tradición antidemocrática, donde se siente con mayor énfasis la expresión demagógica.

Hoy, varios días después, restos de la afamada piedra reposan en algunas casas como el recordatorio de un día loco. Y otras personas, que aún no se enteran de la teatralidad del suceso, siguen conservando en un lugar seguro su fragmento, quizá esperanzados en que puedan encontrarle poderes sobrenaturales, o al menos para que se valorice y les pueda representar alguna utilidad.

En todo caso, un gran reconocimiento a Eduardo Ortega y su agencia de publicidad Populí, por generar iniciativas como estas, que permiten que por un momento nos desconectemos de la realidad y vivamos en mundos que solo son posibles a través de la fantasía, donde los meteoritos caen sin hacer daño, sirven para materializar obras sociales y agitar el corazón alegre de un pueblo, que en medio de sus necesidades, sabe sacarle provecho a todos los acontecimientos, por inauditos que parezcan.

Entonces me tomo un momento para reflexionar y concluyo que un suceso como este era propicio solo en la costa Caribe, ocurrió justo donde más valor tendría, en la capital mundial del mamagallismo (lugar donde la burla, la sátira, la creatividad y la espontaneidad, tienen residencia permanente). Por mi parte, creo que todo fue verdad, que el meteorito sí cayó y que Eduardo Ortega no es más que un alienígena que no habla como nosotros, finge normalidad y desmiente su llegada en la roca espacial, y no sabemos con qué fin. A él y a su equipo hay que hacerles especial seguimiento, ojo.

Por: Rodney Castro Gullo

Columnista
12 septiembre, 2021

¿Extraterrestres en Barranquilla?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodney Castro Gullo

La noticia más importante de aquel 9 de septiembre en Barranquilla la conocí durante una jornada de trabajo en Santa Marta. Confieso que la reunión estaba algo tediosa, llevábamos varias horas con los perturbadores tapabocas puestos revisando el mismo tema, mirando presentaciones y cuadros de Excel. La jornada había iniciado a las siete de la […]


La noticia más importante de aquel 9 de septiembre en Barranquilla la conocí durante una jornada de trabajo en Santa Marta. Confieso que la reunión estaba algo tediosa, llevábamos varias horas con los perturbadores tapabocas puestos revisando el mismo tema, mirando presentaciones y cuadros de Excel. La jornada había iniciado a las siete de la mañana y ya eran las dos y treinta de la tarde; el almuerzo había sido un rápido sándwich, con un café cargado.

No obstante, la modorra estaba en su apogeo. En un momento de desespero y buscando huida del letargo, decidí revisar mi WhatsApp. Al abrir la aplicación comenzaron a llegar los mensajes represados de toda la mañana y de inmediato me fue evidente que algo raro estaba ocurriendo. Había una noticia que compartían de forma apremiante en todos mis grupos y que me enviaban también contactos cercanos. Se trataba del anuncio de un presunto meteorito que había aparecido en Villas de San Pablo, una populosa urbanización de la ciudad de Barranquilla.

La conmoción era total en el sitio, y la noticia, mediática en demasía. Le conté a mis compañeros de reunión sobre el impactante hecho, todos soltaron una sonora carcajada. De repente uno de ellos, sin dejar su ampulosa sonrisa, anota en tono reflexivo: “Pensándolo bien, no sería nada extraño, están ocurriendo cosas impensables, o que antes lucían imposibles en el mundo. Tecnología mágica y desbordada; vivimos una hijueputa pandemia; ahora que no caiga un meteorito… claro que es posible”.

Pero más allá de la manera jocosa con que se asumió el acontecimiento, lo que más me llama la atención es ver cómo terminan saliendo personas, vecinos del sector, que dan fe de la caída de la piedra. Se le escuchó decir para un medio nacional, a una de las asistentes al sitió:

“Esa piedra no es normal, no es de aquí, esa piedra cayó, eso se sintió, yo dije, ¿esa vaina qué es? Se sintió el ‘prapapa’, pero ningún vecino salió, tú sabes… el tiempo de lluvia. Y lo que aparece en la piedra… quien se va a poner a escribir esas letras así, son como estilo egipcias. Fue como a las 9:45 de la noche. Los bomberos terminaron de apagar el fuego como las tres de la madrugada”. Otro vecino dijo: “Yo lo que sentí fue el relámpago en mi cuarto”.

La revolución intergaláctica solo duró 6 horas y fueron suficientes para que la noticia visitara varios continentes. Al final se supo que se trataba de una campaña propagandística en favor de la organización social NU3, que trabaja con niños, adultos mayores y mujeres cabezas de hogar, cuyo objeto es que mucha gente se vincule al proyecto y done, pues buscan la construcción de un complejo social para la comunidad de Villas de San Pablo que generará empleo y oportunidades para que tengan una mejor calidad de vida.

El reto para la agencia de publicidad que lideró la iniciativa fue enorme, se trataba de organizar una estrategia publicitaria, que sin recursos económicos pudiera llegar a las multitudes. Lo lograron con creces. Ahora, se espera que comiencen a llegar los patrocinadores de esta importante obra.

Recuerdo una entrevista a Mario Vargas Llosa en donde señaló que le parecía fascinante el proceso de mitificación que ocurría en el ámbito de lo que ha sido llamado la opinión pública. Que la opinión pública realiza extrañas operaciones que producen resultados curiosos: las mentiras pasan a ser verdades y las verdades pasan a ser mentiras. Que es algo muy frecuente en todas partes, pero es más común en territorios con tradición antidemocrática, donde se siente con mayor énfasis la expresión demagógica.

Hoy, varios días después, restos de la afamada piedra reposan en algunas casas como el recordatorio de un día loco. Y otras personas, que aún no se enteran de la teatralidad del suceso, siguen conservando en un lugar seguro su fragmento, quizá esperanzados en que puedan encontrarle poderes sobrenaturales, o al menos para que se valorice y les pueda representar alguna utilidad.

En todo caso, un gran reconocimiento a Eduardo Ortega y su agencia de publicidad Populí, por generar iniciativas como estas, que permiten que por un momento nos desconectemos de la realidad y vivamos en mundos que solo son posibles a través de la fantasía, donde los meteoritos caen sin hacer daño, sirven para materializar obras sociales y agitar el corazón alegre de un pueblo, que en medio de sus necesidades, sabe sacarle provecho a todos los acontecimientos, por inauditos que parezcan.

Entonces me tomo un momento para reflexionar y concluyo que un suceso como este era propicio solo en la costa Caribe, ocurrió justo donde más valor tendría, en la capital mundial del mamagallismo (lugar donde la burla, la sátira, la creatividad y la espontaneidad, tienen residencia permanente). Por mi parte, creo que todo fue verdad, que el meteorito sí cayó y que Eduardo Ortega no es más que un alienígena que no habla como nosotros, finge normalidad y desmiente su llegada en la roca espacial, y no sabemos con qué fin. A él y a su equipo hay que hacerles especial seguimiento, ojo.

Por: Rodney Castro Gullo