Esta semana la Fiscalía General de la Nación envió a la JEP el informe sobre 1.080 casos sobre abuso sexual cometidos por las Farc y el Ejército en el marco del conflicto armado. El ente acusador manifestó en cabeza de la Vicefiscal María Paulina Riveros que este informe tan solo devela una parte “de lo […]
Esta semana la Fiscalía General de la Nación envió a la JEP el informe sobre 1.080 casos sobre abuso sexual cometidos por las Farc y el Ejército en el marco del conflicto armado. El ente acusador manifestó en cabeza de la Vicefiscal María Paulina Riveros que este informe tan solo devela una parte “de lo que seguramente es un fenómeno mucho más extendido y doloroso”. Entre Farc y agentes del Estado el informe estima 1.246 víctimas.
Yo confío en que la JEP no cometa el error histórico y humano de juzgar los casos de abuso de menores dentro del mismo marco, claramente ni de menores ni de mayores, porque la violación no debe pertenecer a “la combinación de todas las formas de lucha”. Seguramente en muchos de esos casos hombres y mujeres, portadores de uno y otro uniforme, vieron con horror lo que sus compañeros hacían a los pequeños, el horror del sometimiento.
Quien violenta a alguien sexualmente comete un delito, es cierto, y también está enfermo. He dicho enfermo, no sin conciencia frente a su acto. No puedo dejar de pensar en esto como la gran desgracia de la humanidad. En la intimidad del ser de un niño violado lo que ocurre es la ruptura del yo, por eso las consecuencias son nefastas: desde el suicidio hasta convertirse en violadores, drogadicción, alcoholismo, prostitución, obesidad y un largo etcétera que siempre buscará la autodestrucción porque por dentro ya lo han matado.
Frente a esto el delito se juzga y se condena, pero no salvará al niño. Por eso en muchos países, en Argentina para no ir lejos, el depredador es sometido a terapia y, si es familiar de la víctima, la terapia puede ser incluso conjunta. La cárcel vigila y castiga, pero no sana.
Por eso lo mínimo siempre será la condena y la cárcel, pero a lo que debe aspirar la sociedad es a la sanación. El Estado debe procurar entonces que los niños abusados sean sanados.
¿Ha hecho algo para esto?. Ha hecho muy poco. Quienes más han hecho son las mujeres. Lo que uno descubre detrás de tantas puestas en escena y tanto arte colectivo de estas poblaciones es la búsqueda de esa sanación. Han sido valientes. Pero hay que poner el foco en los cientos de niños y niñas para restaurarles su yo y frenar así esta gran desgracia que nos degrada como los seres racionales y espirituales que somos.
A propósito: recibieron al Papa Francisco en Irlanda con miles de casos de abusos cometidos a niños por parte de los sacerdotes de la iglesia. El Papa pide perdón cuando los abusos han sido destapados, pero no ha sido él quien los ha destapado y, seguramente, siempre ha sabido de ellos.
Por María Angélica Pumarejo
Esta semana la Fiscalía General de la Nación envió a la JEP el informe sobre 1.080 casos sobre abuso sexual cometidos por las Farc y el Ejército en el marco del conflicto armado. El ente acusador manifestó en cabeza de la Vicefiscal María Paulina Riveros que este informe tan solo devela una parte “de lo […]
Esta semana la Fiscalía General de la Nación envió a la JEP el informe sobre 1.080 casos sobre abuso sexual cometidos por las Farc y el Ejército en el marco del conflicto armado. El ente acusador manifestó en cabeza de la Vicefiscal María Paulina Riveros que este informe tan solo devela una parte “de lo que seguramente es un fenómeno mucho más extendido y doloroso”. Entre Farc y agentes del Estado el informe estima 1.246 víctimas.
Yo confío en que la JEP no cometa el error histórico y humano de juzgar los casos de abuso de menores dentro del mismo marco, claramente ni de menores ni de mayores, porque la violación no debe pertenecer a “la combinación de todas las formas de lucha”. Seguramente en muchos de esos casos hombres y mujeres, portadores de uno y otro uniforme, vieron con horror lo que sus compañeros hacían a los pequeños, el horror del sometimiento.
Quien violenta a alguien sexualmente comete un delito, es cierto, y también está enfermo. He dicho enfermo, no sin conciencia frente a su acto. No puedo dejar de pensar en esto como la gran desgracia de la humanidad. En la intimidad del ser de un niño violado lo que ocurre es la ruptura del yo, por eso las consecuencias son nefastas: desde el suicidio hasta convertirse en violadores, drogadicción, alcoholismo, prostitución, obesidad y un largo etcétera que siempre buscará la autodestrucción porque por dentro ya lo han matado.
Frente a esto el delito se juzga y se condena, pero no salvará al niño. Por eso en muchos países, en Argentina para no ir lejos, el depredador es sometido a terapia y, si es familiar de la víctima, la terapia puede ser incluso conjunta. La cárcel vigila y castiga, pero no sana.
Por eso lo mínimo siempre será la condena y la cárcel, pero a lo que debe aspirar la sociedad es a la sanación. El Estado debe procurar entonces que los niños abusados sean sanados.
¿Ha hecho algo para esto?. Ha hecho muy poco. Quienes más han hecho son las mujeres. Lo que uno descubre detrás de tantas puestas en escena y tanto arte colectivo de estas poblaciones es la búsqueda de esa sanación. Han sido valientes. Pero hay que poner el foco en los cientos de niños y niñas para restaurarles su yo y frenar así esta gran desgracia que nos degrada como los seres racionales y espirituales que somos.
A propósito: recibieron al Papa Francisco en Irlanda con miles de casos de abusos cometidos a niños por parte de los sacerdotes de la iglesia. El Papa pide perdón cuando los abusos han sido destapados, pero no ha sido él quien los ha destapado y, seguramente, siempre ha sabido de ellos.
Por María Angélica Pumarejo