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Columnista - 30 mayo, 2013

Estaré Contigo

“Y yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” San Mateo 28:20

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Por: Valerio Mejía Araújo

La promesa de este pacto, siempre ha estado relacionada con la necesidad de valor que tiene el ser humano para enfrentar lo imposible. No hay dudas de que la presencia de Dios es lo que nos da consuelo y paz. Siempre fue prometida a sus hijos para darles seguridad al enfrentar las circunstancias cuando estas nos fueran desfavorables. 

La presencia de Dios debe hacerse real en cada momento y situación de nuestras vidas. Esto no significa que podamos manipular y utilizar su presencia para nuestros propios fines religiosos, sino que su presencia se mueve sobre nosotros y nos convierte así en colaboradores de Cristo. Entonces, lo invitamos a invadir las circunstancias que tenemos por delante. 

El patriarca Jacob, dormía al aire libre cuando tuvo un sueño que constituyó una de las revelaciones más asombrosas del Antiguo Testamento: Vio un cielo abierto y una escalera que unía el cielo con la tierra, en ella había ángeles que bajaban y subían. Dios en lo alto de ella, le prometió: “Yo estoy contigo…”.

Cuando despertó, sintió miedo y exclamó: “Ciertamente Dios está en este lugar, y yo no me había dado cuenta”. Esta frase refleja gran parte de lo que hemos estado viviendo: Dios está presente, pero muchos no tenemos conciencia de que está aquí. Hay personas que reconocen la presencia de Dios y cambian para siempre, otras ni siquiera se dan cuenta de lo que podría haber sido. 

Este sueño de Jacob nos presenta la primera mención de la Casa de Dios. Esta Casa contenía su presencia, una puerta al cielo, una escalera y ángeles que subían y bajaban entre el cielo y la tierra. Siglos después, Jesús confirmaría la revelación sobre la Casa de Dios, cuando afirmó que “el verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”, presentándose así como el Tabernáculo de Dios en la tierra. 

Seguir y obedecer la presencia de Dios, es algo muy similar a la forma en que Israel seguía la nube de la presencia de Dios en el desierto. Ellos no tenían control, Dios guiaba y el pueblo lo seguía y dondequiera que iba, se producían acontecimientos sobrenaturales.  
Ser un pueblo concentrado en su presencia significa que estamos dispuestos a vivir más allá de la razón. No impulsiva ni neciamente, porque estás son pobres imitaciones de la fe real. El ámbito que está más allá de la razón es el mundo de la obediencia a Dios.

La obediencia es una expresión de fe, y la fe es nuestro boleto de entrada al ámbito de Dios. Muchos de nosotros, no estamos acostumbrados a reconocer su presencia real y para rematar, en ocasiones, sin saberlo, lo rechazamos porque se presenta de una forma con la que no estamos familiarizados.  

Mi invitación hoy es a ejercitarnos en la presencia real de Jesús y a llevarla hacia un mundo en crisis. Dejémosle actuar en nuestras vidas y también a través de nuestras vidas. 

Saludos y bendiciones…

   

Columnista
30 mayo, 2013

Estaré Contigo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Y yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” San Mateo 28:20


Por: Valerio Mejía Araújo

La promesa de este pacto, siempre ha estado relacionada con la necesidad de valor que tiene el ser humano para enfrentar lo imposible. No hay dudas de que la presencia de Dios es lo que nos da consuelo y paz. Siempre fue prometida a sus hijos para darles seguridad al enfrentar las circunstancias cuando estas nos fueran desfavorables. 

La presencia de Dios debe hacerse real en cada momento y situación de nuestras vidas. Esto no significa que podamos manipular y utilizar su presencia para nuestros propios fines religiosos, sino que su presencia se mueve sobre nosotros y nos convierte así en colaboradores de Cristo. Entonces, lo invitamos a invadir las circunstancias que tenemos por delante. 

El patriarca Jacob, dormía al aire libre cuando tuvo un sueño que constituyó una de las revelaciones más asombrosas del Antiguo Testamento: Vio un cielo abierto y una escalera que unía el cielo con la tierra, en ella había ángeles que bajaban y subían. Dios en lo alto de ella, le prometió: “Yo estoy contigo…”.

Cuando despertó, sintió miedo y exclamó: “Ciertamente Dios está en este lugar, y yo no me había dado cuenta”. Esta frase refleja gran parte de lo que hemos estado viviendo: Dios está presente, pero muchos no tenemos conciencia de que está aquí. Hay personas que reconocen la presencia de Dios y cambian para siempre, otras ni siquiera se dan cuenta de lo que podría haber sido. 

Este sueño de Jacob nos presenta la primera mención de la Casa de Dios. Esta Casa contenía su presencia, una puerta al cielo, una escalera y ángeles que subían y bajaban entre el cielo y la tierra. Siglos después, Jesús confirmaría la revelación sobre la Casa de Dios, cuando afirmó que “el verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”, presentándose así como el Tabernáculo de Dios en la tierra. 

Seguir y obedecer la presencia de Dios, es algo muy similar a la forma en que Israel seguía la nube de la presencia de Dios en el desierto. Ellos no tenían control, Dios guiaba y el pueblo lo seguía y dondequiera que iba, se producían acontecimientos sobrenaturales.  
Ser un pueblo concentrado en su presencia significa que estamos dispuestos a vivir más allá de la razón. No impulsiva ni neciamente, porque estás son pobres imitaciones de la fe real. El ámbito que está más allá de la razón es el mundo de la obediencia a Dios.

La obediencia es una expresión de fe, y la fe es nuestro boleto de entrada al ámbito de Dios. Muchos de nosotros, no estamos acostumbrados a reconocer su presencia real y para rematar, en ocasiones, sin saberlo, lo rechazamos porque se presenta de una forma con la que no estamos familiarizados.  

Mi invitación hoy es a ejercitarnos en la presencia real de Jesús y a llevarla hacia un mundo en crisis. Dejémosle actuar en nuestras vidas y también a través de nuestras vidas. 

Saludos y bendiciones…