Y ADEMAS Por: ALBERTO HERAZO PALMERA Niño Dios: Hay tantas cosas que pedirte… Imposible y muy difícil resumir en el espacio limitado de una columna tantas cosas que hay que pedirle al Niño Dios. Lástima que la dictadura del espacio no lo permita. Estamos a escasos tres días de la Nochebuena, la noche del 24 […]
Y ADEMAS
Por: ALBERTO HERAZO PALMERA
Niño Dios: Hay tantas cosas que pedirte…
Imposible y muy difícil resumir en el espacio limitado de una columna tantas cosas que hay que pedirle al Niño Dios. Lástima que la dictadura del espacio no lo permita.
Estamos a escasos tres días de la Nochebuena, la noche del 24 de diciembre, la mayoría cristiana de colombianos y en especial el pueblo vallenato celebrará la Navidad en el calor de sus hogares. Las luces, los regalos y las fiestas son sólo una cara de esta festividad religiosa que evoca el nacimiento de Jesús en medio de la pobreza, la humildad y la falta de solidaridad.
Para aquellos que gozan de la presencia de sus seres queridos que ésta sea una época de dialogo y cercanía, para los que por distintas circunstancias no están al lado de los suyos, que la navidad refuerce los lazos familiares, de amistad y fortaleza.
Este año no ha sido fácil para muchos de nosotros y para muchos colombianos que han sufrido a causa del gran desastre invernal que azota al país y en especial en algunas zonas como el alud de La Graciela, en Bello y en la Costa. El devastador invierno no sólo ha dejado desolación, sufrimientos y pérdidas económicas incalculables, sino pueblos inundados, muertos y viviendas destruidas. Mientras estos sufren con esta tragedia, otros colombianos sobreviven en medio del desempleo, la incertidumbre del secuestro, la presión de las pensiones escolares, el dolor de la pérdida de un ser querido, los altos costos de las enfermedades y demás tribulaciones cotidianas.
Muchos también reciben este fin de año con talantes sombríos y actitud pesimista ante el futuro, sin mayores esperanzas de cambio. Es el momento que las raíces más profundas de las celebraciones navideñas renazcan y recuperen su significado. El débil tejido social en el que vivimos los vallenatos, amenazados por el desarraigo, el egoísmo, la envidia y la inequidad, necesitan de los valores cristianos, católicos y no católicos. La Navidad de este año debe invitar a la reflexión que permita volver realidad una sociedad madura, capaz de manejar inteligentemente y pacíficamente los conflictos que la aquejan.
Pasar estos días festivos en medio de la bruma alcohólica y el desorden solo contribuirá a un guayabo pesado el próximo año y a la continuación viciosa del pesimismo y la sin salida. La noche del 24 no es para escapar de la cruda realidad, sino para reforzar los lazos familiares y aunar fuerzas y espíritu con el fin de enfrentar el nuevo año.
Pedimos reflexión y unión para los vallenatos. No tanto odio. Pedimos que las esperanzas de empleo, salud y estabilidad alegren los hogares que hoy viven la certidumbre y la desesperación y que los secuestrados vuelvan a sus familias. ¡FELIZ NAVIDAD!.
Aquí hay muchos funcionarios que se molestan cuando se les hace una recomendación sana o se les cuestiona de manera constructiva su gestión. Me pregunto…¿para qué se meten al barro del fragor político?., quién se mete debe aceptar que su gestión entre en la “zaranda” de las controversias. El hombre público no tiene vida privada. Siempre está en la vitrina. Los ojos fiscalizadores lo flechan desde sus movimientos, desde las primeras luces de la mañana, hasta el último resplandor de la noche. Sus gestos, sus palabras, sus amistades, las faldas clandestinas que lo esperan, el mundo de sus negocios, sus horas de descanso, sus evasiones transitorias, sus rabietas temperamentales, sus confidencias de negociados, todo absolutamente todo entra en la contabilidad de sus críticos. Quien oficia en el altar de la política debe saber que está colocado en una tarima que lo hace notorio de todos los vallenatos. Para unos sus actitudes son expresiones de una vida que trasluce virtudes excelsas. Para otros esas mismas manifestaciones, tienen el peligroso cariz de la hipocresía. Por eso son tan antagónicos los juicios sobre los funcionarios. Mientras unos los ensalzan, otros lo denigran hasta reducirlo a la pequeñez de una molécula. La controversia cubre todo sus actos. Quien elige esta angustiosa profesión ha de saber que cosechará más amarguras que satisfacciones. Su vida discurrirá entre paradojas inescrutables. Oscila entre el aplauso y la diatriba. Entre el elogio y el escarnio. Ese es el signo del hombre público.
Y ADEMAS Por: ALBERTO HERAZO PALMERA Niño Dios: Hay tantas cosas que pedirte… Imposible y muy difícil resumir en el espacio limitado de una columna tantas cosas que hay que pedirle al Niño Dios. Lástima que la dictadura del espacio no lo permita. Estamos a escasos tres días de la Nochebuena, la noche del 24 […]
Y ADEMAS
Por: ALBERTO HERAZO PALMERA
Niño Dios: Hay tantas cosas que pedirte…
Imposible y muy difícil resumir en el espacio limitado de una columna tantas cosas que hay que pedirle al Niño Dios. Lástima que la dictadura del espacio no lo permita.
Estamos a escasos tres días de la Nochebuena, la noche del 24 de diciembre, la mayoría cristiana de colombianos y en especial el pueblo vallenato celebrará la Navidad en el calor de sus hogares. Las luces, los regalos y las fiestas son sólo una cara de esta festividad religiosa que evoca el nacimiento de Jesús en medio de la pobreza, la humildad y la falta de solidaridad.
Para aquellos que gozan de la presencia de sus seres queridos que ésta sea una época de dialogo y cercanía, para los que por distintas circunstancias no están al lado de los suyos, que la navidad refuerce los lazos familiares, de amistad y fortaleza.
Este año no ha sido fácil para muchos de nosotros y para muchos colombianos que han sufrido a causa del gran desastre invernal que azota al país y en especial en algunas zonas como el alud de La Graciela, en Bello y en la Costa. El devastador invierno no sólo ha dejado desolación, sufrimientos y pérdidas económicas incalculables, sino pueblos inundados, muertos y viviendas destruidas. Mientras estos sufren con esta tragedia, otros colombianos sobreviven en medio del desempleo, la incertidumbre del secuestro, la presión de las pensiones escolares, el dolor de la pérdida de un ser querido, los altos costos de las enfermedades y demás tribulaciones cotidianas.
Muchos también reciben este fin de año con talantes sombríos y actitud pesimista ante el futuro, sin mayores esperanzas de cambio. Es el momento que las raíces más profundas de las celebraciones navideñas renazcan y recuperen su significado. El débil tejido social en el que vivimos los vallenatos, amenazados por el desarraigo, el egoísmo, la envidia y la inequidad, necesitan de los valores cristianos, católicos y no católicos. La Navidad de este año debe invitar a la reflexión que permita volver realidad una sociedad madura, capaz de manejar inteligentemente y pacíficamente los conflictos que la aquejan.
Pasar estos días festivos en medio de la bruma alcohólica y el desorden solo contribuirá a un guayabo pesado el próximo año y a la continuación viciosa del pesimismo y la sin salida. La noche del 24 no es para escapar de la cruda realidad, sino para reforzar los lazos familiares y aunar fuerzas y espíritu con el fin de enfrentar el nuevo año.
Pedimos reflexión y unión para los vallenatos. No tanto odio. Pedimos que las esperanzas de empleo, salud y estabilidad alegren los hogares que hoy viven la certidumbre y la desesperación y que los secuestrados vuelvan a sus familias. ¡FELIZ NAVIDAD!.
Aquí hay muchos funcionarios que se molestan cuando se les hace una recomendación sana o se les cuestiona de manera constructiva su gestión. Me pregunto…¿para qué se meten al barro del fragor político?., quién se mete debe aceptar que su gestión entre en la “zaranda” de las controversias. El hombre público no tiene vida privada. Siempre está en la vitrina. Los ojos fiscalizadores lo flechan desde sus movimientos, desde las primeras luces de la mañana, hasta el último resplandor de la noche. Sus gestos, sus palabras, sus amistades, las faldas clandestinas que lo esperan, el mundo de sus negocios, sus horas de descanso, sus evasiones transitorias, sus rabietas temperamentales, sus confidencias de negociados, todo absolutamente todo entra en la contabilidad de sus críticos. Quien oficia en el altar de la política debe saber que está colocado en una tarima que lo hace notorio de todos los vallenatos. Para unos sus actitudes son expresiones de una vida que trasluce virtudes excelsas. Para otros esas mismas manifestaciones, tienen el peligroso cariz de la hipocresía. Por eso son tan antagónicos los juicios sobre los funcionarios. Mientras unos los ensalzan, otros lo denigran hasta reducirlo a la pequeñez de una molécula. La controversia cubre todo sus actos. Quien elige esta angustiosa profesión ha de saber que cosechará más amarguras que satisfacciones. Su vida discurrirá entre paradojas inescrutables. Oscila entre el aplauso y la diatriba. Entre el elogio y el escarnio. Ese es el signo del hombre público.