Antes de sentirse cómodo para leer este fútil homenaje encienda la emisora, seguro una canción de Diomedes suena, para que entienda que en lo escrito al genio solo hay realidad, no halagos. El amigo de todos, sacó una sonrisa para su fanaticada incluso en los peores momentos. Sonrisa en la que maquilló los vacíos de […]
Antes de sentirse cómodo para leer este fútil homenaje encienda la emisora, seguro una canción de Diomedes suena, para que entienda que en lo escrito al genio solo hay realidad, no halagos.
El amigo de todos, sacó una sonrisa para su fanaticada incluso en los peores momentos. Sonrisa en la que maquilló los vacíos de tener millones de seguidores y dinero. El terco y dictador más carismático; el más grande compositor de la música vallenata, Diomedes Díaz Maestre no nació el 26 de mayo, el 26 de mayo nació con Diomedes y sus canciones.
La Carrizal de soles de verano, calles amarillas y casas de barro que nunca le temieron al viento, vio nacer al compositor y cantante hace 61 años en la nada material y la fortuna de una familia. El hijo de Elvira Maestre y Rafael María Díaz. No era nadie más.
En sus canciones está escrita la mejor biografía. “Esta es la historia que quiero contarles a mis seguidores”, inicia cantando en ‘Experiencias vividas’, el hombre que a sus cinco años “empezó a comprender la vida”.
En lo mejor y peor de Diomedes estaba la marca de su tierra, un guajiro que compartió todo, incluso el amor. Amó a las mujeres, primero a mamá Elvira, a la Virgen del Carmen y a Patricia Acosta, protagonistas e inspiración de sus canciones. El dinero no estuvo el día de su nacimiento, por eso, quizás nunca lo amó.
Juventud de Diomedes y en la Junta, Guajira, las calles eran polvo de día y oscuras de noche, excepto en la casa de su amigo el estudiante de arquitectura donde prendían el único motor de electricidad del pueblo. Con el amigo universitario que años después le construiría una casa, se puso por primera vez un blazer.
El de pantalones cortos y calzoncillos largos que nadie conocía en La Junta iba de ceremonia a cacetas, de galleras a parrandas intentando ganarse la vida para ayudar en la casa. “Yo aprendí a trabajá’ desde pelao, por eso es que yo estoy acostumbrao’ siempre a vivir con plata”.
La historia poco suele reconocerle al campesino que siembra la semilla. Esa cosecha de líricas del Cacique empezó en el querer de un tío a su sobrino. Era Martín Maestre un hombre de poco enojarse, amante de lo que hoy conocemos como folclor y las mujeres. En la prensa lo llaman “El padre musical de Diomedes”, reduciendo las instrucciones y adiestramiento de un hombre que forjó el carácter del Cacique.
El mismo carácter terco que no dio brazo a torcer hasta conquistar a la joven Patricia Acosta; el carácter del hombre terco y de ley propia; el carácter del artista vigoroso que lloraba en depresión a cada uno de los que partían para siempre, como aquel miércoles primero de agosto de 1979 cuando un accidente de tránsito lo separó del tío Martín Maestre. Así, cuando murió Rafael María, Juancho Rois, le huyó al dolor para vivir de falsas ilusiones: “Oiga compadre no fui a su entierro porque no quise verlo enterrá’, porque así yo me hago la idea de que usted está viajando lejos”.
Antes del cantante, estaba el pintor que retractó como nadie la vida en esta región de las parrandas interminables, los desamores de tierra caliente y la gente amable.
De mil amores, su vida de contento enamorado, sin ley más que las emociones, la justificó en que así lo hizo Dios. Pagó en vida cada uno de sus errores, en una cama postrado sin poder moverse encerrado entre cuatro paredes. Sin embargo, nunca mermó la devoción de una fanaticada a la que le dio más de lo que la salud le permitía. “Y cuando estaba allá arriba, me mandaron de picada, de suerte caí en las manos de mi gran fanaticada. De esa gente que me quiere y que yo quiero con el alma”.
Su época en la cárcel, culpa de una “mala jugada”, lo cambió. El cóndor que alguna vez en su vuelo no conoció los límites, estaba encerrado en cuatro paredes sin poder volar, sin ser libre, pero siempre amado. “Soy un cuerpo sin movimiento, producto de una enfermedad, a veces me pongo a llorar, pero nada gano con eso”.
De todas las contradicciones del Cacique, la mayor fueron sus últimos años, envuelto entre las disputas a las que le huyó toda la vida, con nuevas familias, nuevos amigos. Los viejos amigos juzgaron a la gente con que lo rodeó “porque lo explotaron”; los nuevos amigos se exculpaban diciendo “que ellos estuvieron en sus peores momentos”.
“Todo el mundo pelea si dejo una herencia”, advirtió el Cacique, por eso en vano intentó gastar la plata que cayó en sus manos en mujeres, bebida y bailando porque hoy nadie discute su legado cultural, pero sí su herencia.
Nada más grande en el folclor colombiano que el legado musical de Diomedes.
“Por eso Rafael Santos yo quiero dejarte dicho en esta canción que si te inspiras ser zapatero, solo quiero que seas el mejor, porque de nada sirve el doctor si es el ejemplo malo del pueblo”.
Antes de sentirse cómodo para leer este fútil homenaje encienda la emisora, seguro una canción de Diomedes suena, para que entienda que en lo escrito al genio solo hay realidad, no halagos. El amigo de todos, sacó una sonrisa para su fanaticada incluso en los peores momentos. Sonrisa en la que maquilló los vacíos de […]
Antes de sentirse cómodo para leer este fútil homenaje encienda la emisora, seguro una canción de Diomedes suena, para que entienda que en lo escrito al genio solo hay realidad, no halagos.
El amigo de todos, sacó una sonrisa para su fanaticada incluso en los peores momentos. Sonrisa en la que maquilló los vacíos de tener millones de seguidores y dinero. El terco y dictador más carismático; el más grande compositor de la música vallenata, Diomedes Díaz Maestre no nació el 26 de mayo, el 26 de mayo nació con Diomedes y sus canciones.
La Carrizal de soles de verano, calles amarillas y casas de barro que nunca le temieron al viento, vio nacer al compositor y cantante hace 61 años en la nada material y la fortuna de una familia. El hijo de Elvira Maestre y Rafael María Díaz. No era nadie más.
En sus canciones está escrita la mejor biografía. “Esta es la historia que quiero contarles a mis seguidores”, inicia cantando en ‘Experiencias vividas’, el hombre que a sus cinco años “empezó a comprender la vida”.
En lo mejor y peor de Diomedes estaba la marca de su tierra, un guajiro que compartió todo, incluso el amor. Amó a las mujeres, primero a mamá Elvira, a la Virgen del Carmen y a Patricia Acosta, protagonistas e inspiración de sus canciones. El dinero no estuvo el día de su nacimiento, por eso, quizás nunca lo amó.
Juventud de Diomedes y en la Junta, Guajira, las calles eran polvo de día y oscuras de noche, excepto en la casa de su amigo el estudiante de arquitectura donde prendían el único motor de electricidad del pueblo. Con el amigo universitario que años después le construiría una casa, se puso por primera vez un blazer.
El de pantalones cortos y calzoncillos largos que nadie conocía en La Junta iba de ceremonia a cacetas, de galleras a parrandas intentando ganarse la vida para ayudar en la casa. “Yo aprendí a trabajá’ desde pelao, por eso es que yo estoy acostumbrao’ siempre a vivir con plata”.
La historia poco suele reconocerle al campesino que siembra la semilla. Esa cosecha de líricas del Cacique empezó en el querer de un tío a su sobrino. Era Martín Maestre un hombre de poco enojarse, amante de lo que hoy conocemos como folclor y las mujeres. En la prensa lo llaman “El padre musical de Diomedes”, reduciendo las instrucciones y adiestramiento de un hombre que forjó el carácter del Cacique.
El mismo carácter terco que no dio brazo a torcer hasta conquistar a la joven Patricia Acosta; el carácter del hombre terco y de ley propia; el carácter del artista vigoroso que lloraba en depresión a cada uno de los que partían para siempre, como aquel miércoles primero de agosto de 1979 cuando un accidente de tránsito lo separó del tío Martín Maestre. Así, cuando murió Rafael María, Juancho Rois, le huyó al dolor para vivir de falsas ilusiones: “Oiga compadre no fui a su entierro porque no quise verlo enterrá’, porque así yo me hago la idea de que usted está viajando lejos”.
Antes del cantante, estaba el pintor que retractó como nadie la vida en esta región de las parrandas interminables, los desamores de tierra caliente y la gente amable.
De mil amores, su vida de contento enamorado, sin ley más que las emociones, la justificó en que así lo hizo Dios. Pagó en vida cada uno de sus errores, en una cama postrado sin poder moverse encerrado entre cuatro paredes. Sin embargo, nunca mermó la devoción de una fanaticada a la que le dio más de lo que la salud le permitía. “Y cuando estaba allá arriba, me mandaron de picada, de suerte caí en las manos de mi gran fanaticada. De esa gente que me quiere y que yo quiero con el alma”.
Su época en la cárcel, culpa de una “mala jugada”, lo cambió. El cóndor que alguna vez en su vuelo no conoció los límites, estaba encerrado en cuatro paredes sin poder volar, sin ser libre, pero siempre amado. “Soy un cuerpo sin movimiento, producto de una enfermedad, a veces me pongo a llorar, pero nada gano con eso”.
De todas las contradicciones del Cacique, la mayor fueron sus últimos años, envuelto entre las disputas a las que le huyó toda la vida, con nuevas familias, nuevos amigos. Los viejos amigos juzgaron a la gente con que lo rodeó “porque lo explotaron”; los nuevos amigos se exculpaban diciendo “que ellos estuvieron en sus peores momentos”.
“Todo el mundo pelea si dejo una herencia”, advirtió el Cacique, por eso en vano intentó gastar la plata que cayó en sus manos en mujeres, bebida y bailando porque hoy nadie discute su legado cultural, pero sí su herencia.
Nada más grande en el folclor colombiano que el legado musical de Diomedes.
“Por eso Rafael Santos yo quiero dejarte dicho en esta canción que si te inspiras ser zapatero, solo quiero que seas el mejor, porque de nada sirve el doctor si es el ejemplo malo del pueblo”.