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Columnista - 9 marzo, 2014

Espero que no…

Desde el pasado miércoles de ceniza se inició en la Iglesia un nuevo tiempo: La Cuaresma. Estos cuarenta días, que hacen antesala a la celebración de la Semana Santa, recuerdan los cuarenta años que el pueblo Israelita caminó por el desierto hacia la tierra prometida y constituyen un momento privilegiado para la penitencia, la meditación […]

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Desde el pasado miércoles de ceniza se inició en la Iglesia un nuevo tiempo: La Cuaresma. Estos cuarenta días, que hacen antesala a la celebración de la Semana Santa, recuerdan los cuarenta años que el pueblo Israelita caminó por el desierto hacia la tierra prometida y constituyen un momento privilegiado para la penitencia, la meditación y la caridad. En efecto, desde muy antiguo los cristianos conceden gran importancia a esta cuarentena y se preparan diligentemente con el ayuno, la oración y la limosna para celebrar, purificados y llenos de gozo, el acontecimiento central de la historia humana: El Hijo eterno de Dios extendió sus brazos entre cielo y tierra y trazó con ellos el signo indeleble de la alianza.

Llegados a este punto – y so pena de quedarnos en consideraciones históricas tal vez muy románticas, pero poco o nada existenciales – es preciso plantearnos algunas preguntas: ¿Realmente el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús aporta algo a mi existencia? ¿O es simplemente la reminiscencia de un acontecimiento, cuya historicidad es afirmada por muchos, pero cuya objetividad se hunde en la penumbra del tiempo? ¿Qué significa en la vida práctica que el Hijo de Dios haya muerto por mí? ¿Constituye esta realidad el derrotero que guía mis actos, o es simplemente un hecho del pasado, que acepto porque muchos lo hacen, pero que no aporta nada a mi forma de vivir? ¿Cómo me preparo para celebrar el amor de un Dios que prefirió morir en mi lugar antes de verme sufrir?

Si la Pascua de Jesús, que es también la Pascua de la humanidad, no representa para nosotros nada más que tradiciones, entonces no hay necesidad de prepararse para celebrar su conmemoración anual. Pero si, por el contrario, nos sentimos realmente redimidos y perdonados gracias al Dios que murió en la cruz por sus creaturas, es necesario disponer nuestros corazones para festejar que nuestras vidas no son guiadas por los caprichos de un destino ciego, sino por el plan amoroso de quien un día suplicó por nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

El mismo Jesús nos propone tres acciones útiles para disponernos de la mejor manera, en la eventualidad de que la Semana Santa tenga para nosotros un real significado salvífico y no un mero sentido de asueto: el ayuno, la oración y la limosna. Dedicaré mis tres artículos siguientes a cada una de estas poderosas armas.

Ahora simplemente diré que, fruto del anacronismo, la desinformación y la pereza racional para buscar respuestas convincentes, muchos contemporáneos consideran esta triada (ayuno, oración y limosna) como instrumentos útiles para manipular a Dios. ¿Habrá comenzado ya el proceso de involución que algunos profetas de la desgracia (o del realismo) han predicho? Espero que no.

 

Columnista
9 marzo, 2014

Espero que no…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Desde el pasado miércoles de ceniza se inició en la Iglesia un nuevo tiempo: La Cuaresma. Estos cuarenta días, que hacen antesala a la celebración de la Semana Santa, recuerdan los cuarenta años que el pueblo Israelita caminó por el desierto hacia la tierra prometida y constituyen un momento privilegiado para la penitencia, la meditación […]


Desde el pasado miércoles de ceniza se inició en la Iglesia un nuevo tiempo: La Cuaresma. Estos cuarenta días, que hacen antesala a la celebración de la Semana Santa, recuerdan los cuarenta años que el pueblo Israelita caminó por el desierto hacia la tierra prometida y constituyen un momento privilegiado para la penitencia, la meditación y la caridad. En efecto, desde muy antiguo los cristianos conceden gran importancia a esta cuarentena y se preparan diligentemente con el ayuno, la oración y la limosna para celebrar, purificados y llenos de gozo, el acontecimiento central de la historia humana: El Hijo eterno de Dios extendió sus brazos entre cielo y tierra y trazó con ellos el signo indeleble de la alianza.

Llegados a este punto – y so pena de quedarnos en consideraciones históricas tal vez muy románticas, pero poco o nada existenciales – es preciso plantearnos algunas preguntas: ¿Realmente el acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús aporta algo a mi existencia? ¿O es simplemente la reminiscencia de un acontecimiento, cuya historicidad es afirmada por muchos, pero cuya objetividad se hunde en la penumbra del tiempo? ¿Qué significa en la vida práctica que el Hijo de Dios haya muerto por mí? ¿Constituye esta realidad el derrotero que guía mis actos, o es simplemente un hecho del pasado, que acepto porque muchos lo hacen, pero que no aporta nada a mi forma de vivir? ¿Cómo me preparo para celebrar el amor de un Dios que prefirió morir en mi lugar antes de verme sufrir?

Si la Pascua de Jesús, que es también la Pascua de la humanidad, no representa para nosotros nada más que tradiciones, entonces no hay necesidad de prepararse para celebrar su conmemoración anual. Pero si, por el contrario, nos sentimos realmente redimidos y perdonados gracias al Dios que murió en la cruz por sus creaturas, es necesario disponer nuestros corazones para festejar que nuestras vidas no son guiadas por los caprichos de un destino ciego, sino por el plan amoroso de quien un día suplicó por nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

El mismo Jesús nos propone tres acciones útiles para disponernos de la mejor manera, en la eventualidad de que la Semana Santa tenga para nosotros un real significado salvífico y no un mero sentido de asueto: el ayuno, la oración y la limosna. Dedicaré mis tres artículos siguientes a cada una de estas poderosas armas.

Ahora simplemente diré que, fruto del anacronismo, la desinformación y la pereza racional para buscar respuestas convincentes, muchos contemporáneos consideran esta triada (ayuno, oración y limosna) como instrumentos útiles para manipular a Dios. ¿Habrá comenzado ya el proceso de involución que algunos profetas de la desgracia (o del realismo) han predicho? Espero que no.