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Columnista - 18 enero, 2014

Escribo por amor… a la utopía

Ella entiende mucho menos. Ahora recorre el camino inverso gestionando, confrontando y discutiendo para que le cambien nuevamente el corazón a Julio y le pongan el que tenía.

Por Leonardo José Maya

La estrella

A los siete años mi mamá me regaló una gaviota, un telescopio, un libro y señaló en el cielo una estrella grande, brillante y apartada de las otras que supuestamente era para mí: esto es para que aprendas a volar, me dijo, esto para que ames la ciencia y esto es para que aprendas a escribir.

-Y ¿esa? Le dije señalando un punto luminoso en el cielo.

– Para que aprendas que no necesitas ser una estrella para iluminar el camino de otros.

Memoria celular

Julio, el pintor de brocha gorda más fiel del mundo, tenía 35 años de casado, no tomaba, no fumaba, llegaba a casa temprano y era feliz al lado de su mujer, dirigente del sindicato de enfermeras del hospital local, hasta que una enfermedad progresiva le fue dilatando el corazón y en menos de un año lo tenía postrado sin aliento ni para servirse un vaso de agua. Los doctores dijeron que la solución era un trasplante.

Su mujer, aguerrida como ninguna, recorrió todas las instancias de salud en orden jerárquico: peleó con el alcalde, reclamó ante el gobernador, se enfrentó a las autoridades de salud más encumbradas llegando a confrontar al mismo Ministro de la Protección Social, así logró que fuera puesto en lista de espera en la Dirección Nacional de Trasplantes.

La mujer todos los días llamaba, discutía y confrontaba exigiendo la rápida intervención de su marido. Hasta amenazó con llevar el caso a instancias internacionales.

Sus reclamos fueron escuchados y un avión ambulancia trasladó al moribundo a la capital. En efecto, se le trasplantó un nuevo corazón enérgico. La intervención fue un éxito total.

Las confusiones aparecieron dos semanas después cuando el paciente dijo a sus doctores que le provocaba una budweiser bien fría, al recuperarse del todo abandonó su música folclórica y se interesó por el rock heavy de guitarras estridentes y para empeorar las cosas no volvió a mirar a su mujer. Andaba pendiente de chicas de gafas de sol y jeans ajustados.

La señora, evidentemente contrariada, consiguió lo imposible. Que los médicos le revelaran ciertos secretos del donante. Se enteró que se trataba de un joven motociclista de 21 años, amante de las cervezas y el rock. Los doctores le dijeron: no entendemos muy bien lo que sucede, el trastorno se llama memoria celular y aparece en ciertos pacientes trasplantados.

Ella entiende mucho menos. Ahora recorre el camino inverso gestionando, confrontando y discutiendo para que le cambien nuevamente el corazón a Julio y le pongan el que tenía.

Columnista
18 enero, 2014

Escribo por amor… a la utopía

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

Ella entiende mucho menos. Ahora recorre el camino inverso gestionando, confrontando y discutiendo para que le cambien nuevamente el corazón a Julio y le pongan el que tenía.


Por Leonardo José Maya

La estrella

A los siete años mi mamá me regaló una gaviota, un telescopio, un libro y señaló en el cielo una estrella grande, brillante y apartada de las otras que supuestamente era para mí: esto es para que aprendas a volar, me dijo, esto para que ames la ciencia y esto es para que aprendas a escribir.

-Y ¿esa? Le dije señalando un punto luminoso en el cielo.

– Para que aprendas que no necesitas ser una estrella para iluminar el camino de otros.

Memoria celular

Julio, el pintor de brocha gorda más fiel del mundo, tenía 35 años de casado, no tomaba, no fumaba, llegaba a casa temprano y era feliz al lado de su mujer, dirigente del sindicato de enfermeras del hospital local, hasta que una enfermedad progresiva le fue dilatando el corazón y en menos de un año lo tenía postrado sin aliento ni para servirse un vaso de agua. Los doctores dijeron que la solución era un trasplante.

Su mujer, aguerrida como ninguna, recorrió todas las instancias de salud en orden jerárquico: peleó con el alcalde, reclamó ante el gobernador, se enfrentó a las autoridades de salud más encumbradas llegando a confrontar al mismo Ministro de la Protección Social, así logró que fuera puesto en lista de espera en la Dirección Nacional de Trasplantes.

La mujer todos los días llamaba, discutía y confrontaba exigiendo la rápida intervención de su marido. Hasta amenazó con llevar el caso a instancias internacionales.

Sus reclamos fueron escuchados y un avión ambulancia trasladó al moribundo a la capital. En efecto, se le trasplantó un nuevo corazón enérgico. La intervención fue un éxito total.

Las confusiones aparecieron dos semanas después cuando el paciente dijo a sus doctores que le provocaba una budweiser bien fría, al recuperarse del todo abandonó su música folclórica y se interesó por el rock heavy de guitarras estridentes y para empeorar las cosas no volvió a mirar a su mujer. Andaba pendiente de chicas de gafas de sol y jeans ajustados.

La señora, evidentemente contrariada, consiguió lo imposible. Que los médicos le revelaran ciertos secretos del donante. Se enteró que se trataba de un joven motociclista de 21 años, amante de las cervezas y el rock. Los doctores le dijeron: no entendemos muy bien lo que sucede, el trastorno se llama memoria celular y aparece en ciertos pacientes trasplantados.

Ella entiende mucho menos. Ahora recorre el camino inverso gestionando, confrontando y discutiendo para que le cambien nuevamente el corazón a Julio y le pongan el que tenía.