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Columnista - 21 febrero, 2013

Érase una vez un planeta

Por: Raúl Bermúdez Márquez Espeluznantes son los más recientes informes sobre la emisión de CO2 a la atmósfera. La gravedad del asunto se trató en la pasada cumbre climática en Doha (Catar), donde se extendió el Protocolo de Kioto hasta el 2020. Acuerdo que como siempre, los más grandes contribuyentes de gases: China, Estados Unidos, […]

Por: Raúl Bermúdez Márquez

Espeluznantes son los más recientes informes sobre la emisión de CO2 a la atmósfera. La gravedad del asunto se trató en la pasada cumbre climática en Doha (Catar), donde se extendió el Protocolo de Kioto hasta el 2020. Acuerdo que como siempre, los más grandes contribuyentes de gases: China, Estados Unidos, Rusia, Canadá y Japón no quisieron firmar. Los efectos son dramáticos; por ejemplo, desde principios de este mes una densa nube de contaminación cubre 1.3 millones de km cuadrados de China, es decir, el 13% de ese inmenso país; así mismo, la temperatura promedio de la tierra ha subido en 0.7°C y se estima que para el fin de siglo el incremento supere los 2°C. China vierte 9.700 millones de toneladas de ese gas de invernadero a la atmósfera (28,53% y 6 toneladas por persona), Estados Unidos 5.420 (16,27% y 18 toneladas por persona), India 1.970, Rusia 1.830 y Japón 1.240. El resto del mundo produce el 27,97% de CO2, porcentaje al que Colombia contribuye con un 0,23% con 44 millones de toneladas al año. El hombre, en su vocación suicida, parece dispuesto a acortar la vida del planeta. El cambio climático provoca la fusión de porciones del hielo polar, el nivel del mar aumenta, se altera su ecosistema extinguiéndose grandes cantidades de especies marinas, la magnitud y frecuencia de las lluvias también crece debido al incremento en la evaporación de los cuerpos de agua superficiales produciendo inundaciones severas y erosión del suelo. El fenómeno trae también como consecuencia un aumento en las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, las enfermedades infecciosas causadas por mosquitos y plagas tropicales, y en la postración y deshidratación debida al calor.  Los sistemas cardiovascular y respiratorio se afectan debido a que bajo condiciones de calor, la persona debe ejercer un esfuerzo mayor para realizar cualquier actividad, poniendo mayor presión sobre dichos sistemas. Por otra parte, como las zonas tropicales se extienden hacia latitudes más altas, los mosquitos y otras plagas responsables del dengue, la malaria, el cólera y la fiebre amarilla en los trópicos afectan a una porción mayor de la población del mundo, subiendo el número de muertes a causa de estas enfermedades. A pesar de que se incrementa la magnitud y frecuencia de eventos de lluvia, el nivel de agua en los lagos y ríos disminuye debido a la evaporación adicional causada por el aumento en la temperatura. Algunos ríos de flujo permanente se secan durante épocas del año, y muchos cuyas aguas se utilizan para la generación de energía eléctrica sufren una reducción en productividad.  El aumento en temperatura dispara la demanda de agua potable, pero reduce los niveles de producción de los embalses ya que los niveles de agua bajan. Al disminuir el nivel de agua en lagos, embalses, ríos y quebradas, el efecto potencial de los contaminantes es mayor, dado que aumenta su concentración relativa.  Los suelos se tornan más secos y pierden nutrientes con mayor facilidad al ser removidos por la escorrentía.  Esto cambia las características del suelo, haciendolos menos fértiles. La necesidad de recurrir a la irrigación es esencial durante las épocas de sequía. Al alterarse la vegetación característica de muchas reservas naturales, estas dejan de ser el hábitat ideal para las especies de fauna amenazadas, ocasionándose así su extinción. Y…todo eso se sabe; sin embargo, como en la crónica de una muerte anunciada, sabemos el desenlace, pero quien sabe por qué designio, permanecemos como unos simples espectadores de la película que lleva por título: “Érase una vez, un planeta llamado Tierra”.

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Columnista
21 febrero, 2013

Érase una vez un planeta

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Por: Raúl Bermúdez Márquez Espeluznantes son los más recientes informes sobre la emisión de CO2 a la atmósfera. La gravedad del asunto se trató en la pasada cumbre climática en Doha (Catar), donde se extendió el Protocolo de Kioto hasta el 2020. Acuerdo que como siempre, los más grandes contribuyentes de gases: China, Estados Unidos, […]


Por: Raúl Bermúdez Márquez

Espeluznantes son los más recientes informes sobre la emisión de CO2 a la atmósfera. La gravedad del asunto se trató en la pasada cumbre climática en Doha (Catar), donde se extendió el Protocolo de Kioto hasta el 2020. Acuerdo que como siempre, los más grandes contribuyentes de gases: China, Estados Unidos, Rusia, Canadá y Japón no quisieron firmar. Los efectos son dramáticos; por ejemplo, desde principios de este mes una densa nube de contaminación cubre 1.3 millones de km cuadrados de China, es decir, el 13% de ese inmenso país; así mismo, la temperatura promedio de la tierra ha subido en 0.7°C y se estima que para el fin de siglo el incremento supere los 2°C. China vierte 9.700 millones de toneladas de ese gas de invernadero a la atmósfera (28,53% y 6 toneladas por persona), Estados Unidos 5.420 (16,27% y 18 toneladas por persona), India 1.970, Rusia 1.830 y Japón 1.240. El resto del mundo produce el 27,97% de CO2, porcentaje al que Colombia contribuye con un 0,23% con 44 millones de toneladas al año. El hombre, en su vocación suicida, parece dispuesto a acortar la vida del planeta. El cambio climático provoca la fusión de porciones del hielo polar, el nivel del mar aumenta, se altera su ecosistema extinguiéndose grandes cantidades de especies marinas, la magnitud y frecuencia de las lluvias también crece debido al incremento en la evaporación de los cuerpos de agua superficiales produciendo inundaciones severas y erosión del suelo. El fenómeno trae también como consecuencia un aumento en las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, las enfermedades infecciosas causadas por mosquitos y plagas tropicales, y en la postración y deshidratación debida al calor.  Los sistemas cardiovascular y respiratorio se afectan debido a que bajo condiciones de calor, la persona debe ejercer un esfuerzo mayor para realizar cualquier actividad, poniendo mayor presión sobre dichos sistemas. Por otra parte, como las zonas tropicales se extienden hacia latitudes más altas, los mosquitos y otras plagas responsables del dengue, la malaria, el cólera y la fiebre amarilla en los trópicos afectan a una porción mayor de la población del mundo, subiendo el número de muertes a causa de estas enfermedades. A pesar de que se incrementa la magnitud y frecuencia de eventos de lluvia, el nivel de agua en los lagos y ríos disminuye debido a la evaporación adicional causada por el aumento en la temperatura. Algunos ríos de flujo permanente se secan durante épocas del año, y muchos cuyas aguas se utilizan para la generación de energía eléctrica sufren una reducción en productividad.  El aumento en temperatura dispara la demanda de agua potable, pero reduce los niveles de producción de los embalses ya que los niveles de agua bajan. Al disminuir el nivel de agua en lagos, embalses, ríos y quebradas, el efecto potencial de los contaminantes es mayor, dado que aumenta su concentración relativa.  Los suelos se tornan más secos y pierden nutrientes con mayor facilidad al ser removidos por la escorrentía.  Esto cambia las características del suelo, haciendolos menos fértiles. La necesidad de recurrir a la irrigación es esencial durante las épocas de sequía. Al alterarse la vegetación característica de muchas reservas naturales, estas dejan de ser el hábitat ideal para las especies de fauna amenazadas, ocasionándose así su extinción. Y…todo eso se sabe; sin embargo, como en la crónica de una muerte anunciada, sabemos el desenlace, pero quien sabe por qué designio, permanecemos como unos simples espectadores de la película que lleva por título: “Érase una vez, un planeta llamado Tierra”.

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