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Columnista - 12 enero, 2014

Era que estaba

A Luis XIV, el Rey Sol, cuyo largo y glorioso mandato coincidió con la época de mayor esplendor de las letras y las artes francesas, se le atribuye la expresión “la puntualidad es la cortesía de los reyes”. Los norteamericanos, objetivos y prácticos, pregonan que el tiempo es oro (time is gold).

Por Luis Augusto González Pimienta

A Luis XIV, el Rey Sol, cuyo largo y glorioso mandato coincidió con la época de mayor esplendor de las letras y las artes francesas, se le atribuye la expresión “la puntualidad es la cortesía de los reyes”. Los norteamericanos, objetivos y prácticos, pregonan que el tiempo es oro (time is gold).

Para los caballeros la puntualidad es un deber. Para los hombres de negocios una necesidad. Llegar tarde a una cita puede significar la pérdida de una considerable suma de dinero. Incluso, lleva aparejada la percepción de irrespeto por el tiempo ajeno. Viene al caso la alusión, por el hábito que tienen algunas personas de llegar siempre tarde a donde son invitados o convocados.

La conducta de la persona cachazuda es la misma: finge pena por llegar tarde, y antes de que se le indague el motivo de su retraso se anticipa a decir, era que estaba haciendo tal cosa, o tal otra; o, se paró el reloj; se me pinchó una llanta; me atrapó una manifestación callejera; al tiempo de salir me llegó una visita o me llamaron del colegio de mi hijo. La sarta de excusas es inagotable.

En nuestro medio se recuerda el caso de un gobernador del departamento cuyo estilo estaba marcado por la impuntualidad. Jamás llegó a tiempo a ningún sitio.

Hasta que una vez, algunos periodistas convocados para una rueda de prensa, cansados de esperar, se marcharon dejando al gobernante incumplido con los crespos hechos. No sobra contar que eso no lo arredró para seguir incumpliendo las citas.

Pero ¿qué se puede esperar de personas que ni siquiera llegan a tiempo a una fiesta? Se supone que para el jolgorio la disposición de ánimo es muy superior de la que se tiene para acudir a una cita de trabajo.

Y sin embargo hay que ver las caras descompuestas de los anfitriones cuando advierten que todos los esfuerzos que han hecho para organizar con lujo de detalles el festín, se derrumba ante la falla del detalle primero: los invitados no aparecen.

Es más crítica la situación si se trata de una fiesta de quince años. Al padre le toca bailar el vals con su hija en completa orfandad, rodeado solo de los familiares, porque a los jóvenes invitados, tanto mujeres como hombres, les parece muy lobo llegar a las ocho de la noche, cuando lo ‘chic’, lo ‘in’, es llegar después de las once.

Doy gracias a Dios porque no tengo hijas, porque les juro que si me llegara a suceder un caso similar, cerraba la puerta después de transcurrido un tiempo prudencial respecto de la hora señalada en la tarjeta de invitación, y a todo aquel que intentara ingresar tardíamente se lo impediría diciéndole: “Lo siento, era que la fiesta estaba programada para las 8”.

Columnista
12 enero, 2014

Era que estaba

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

A Luis XIV, el Rey Sol, cuyo largo y glorioso mandato coincidió con la época de mayor esplendor de las letras y las artes francesas, se le atribuye la expresión “la puntualidad es la cortesía de los reyes”. Los norteamericanos, objetivos y prácticos, pregonan que el tiempo es oro (time is gold).


Por Luis Augusto González Pimienta

A Luis XIV, el Rey Sol, cuyo largo y glorioso mandato coincidió con la época de mayor esplendor de las letras y las artes francesas, se le atribuye la expresión “la puntualidad es la cortesía de los reyes”. Los norteamericanos, objetivos y prácticos, pregonan que el tiempo es oro (time is gold).

Para los caballeros la puntualidad es un deber. Para los hombres de negocios una necesidad. Llegar tarde a una cita puede significar la pérdida de una considerable suma de dinero. Incluso, lleva aparejada la percepción de irrespeto por el tiempo ajeno. Viene al caso la alusión, por el hábito que tienen algunas personas de llegar siempre tarde a donde son invitados o convocados.

La conducta de la persona cachazuda es la misma: finge pena por llegar tarde, y antes de que se le indague el motivo de su retraso se anticipa a decir, era que estaba haciendo tal cosa, o tal otra; o, se paró el reloj; se me pinchó una llanta; me atrapó una manifestación callejera; al tiempo de salir me llegó una visita o me llamaron del colegio de mi hijo. La sarta de excusas es inagotable.

En nuestro medio se recuerda el caso de un gobernador del departamento cuyo estilo estaba marcado por la impuntualidad. Jamás llegó a tiempo a ningún sitio.

Hasta que una vez, algunos periodistas convocados para una rueda de prensa, cansados de esperar, se marcharon dejando al gobernante incumplido con los crespos hechos. No sobra contar que eso no lo arredró para seguir incumpliendo las citas.

Pero ¿qué se puede esperar de personas que ni siquiera llegan a tiempo a una fiesta? Se supone que para el jolgorio la disposición de ánimo es muy superior de la que se tiene para acudir a una cita de trabajo.

Y sin embargo hay que ver las caras descompuestas de los anfitriones cuando advierten que todos los esfuerzos que han hecho para organizar con lujo de detalles el festín, se derrumba ante la falla del detalle primero: los invitados no aparecen.

Es más crítica la situación si se trata de una fiesta de quince años. Al padre le toca bailar el vals con su hija en completa orfandad, rodeado solo de los familiares, porque a los jóvenes invitados, tanto mujeres como hombres, les parece muy lobo llegar a las ocho de la noche, cuando lo ‘chic’, lo ‘in’, es llegar después de las once.

Doy gracias a Dios porque no tengo hijas, porque les juro que si me llegara a suceder un caso similar, cerraba la puerta después de transcurrido un tiempo prudencial respecto de la hora señalada en la tarjeta de invitación, y a todo aquel que intentara ingresar tardíamente se lo impediría diciéndole: “Lo siento, era que la fiesta estaba programada para las 8”.