Con mucha desconfianza se han recibido en el país, los mensajes de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el sentido de acabar la práctica del secuestro y buscar escenarios de diálogos y reconciliación para buscarle una salida política al conflicto armado que vive Colombia. La carta de alias Timochenco, jefe de esa […]
Con mucha desconfianza se han recibido en el país, los mensajes de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el sentido de acabar la práctica del secuestro y buscar escenarios de diálogos y reconciliación para buscarle una salida política al conflicto armado que vive Colombia.
La carta de alias Timochenco, jefe de esa organización, a la señora Marleni Orjuela, de Asfamipaz, y algunos otros mensajes de alias Iván Márquez, muestran, de una u otra forma, un cambio de actitud de las FARC frente al conflicto y los escenarios de la guerra que ellos vienen librando.
Los mensajes de las FARC deben ser leídos e interpretados con mucha precisión. Es cierto que hay un problema de confianza y creado por ellos mismos luego del proceso del Caguán, durante el gobierno del Presidente Andrés Pastrana Arango, cuando el Estado y la sociedad colombiana le dieron una gran amplitud a una negociación abierta y sincera con esa organización, que desaprovechó esa oportunidad histórica de negociar una salida política.
Es amplia la literatura que nos recuerda que no fue la primera vez que las FARC hacen lo mismo, en el caso del gobierno de Belisario Betancur también fue tímida su actitud frente al diálogo y en medio de ese proceso a medias se produjo el exterminio de la Unión Patriótica, por parte de los grupos de extrema derecha y el paramilitarismo.
Después de Betancur vino el gobierno de Turbay Ayala y el país optó por la mano fuerte, la salida solo militar. El Presidente Barco se la jugó también por la salida negociada y algunos grupos, entre ellos el M-19 fue el más importante, le apostaron a la negociación y todavía hoy están recogiendo sus frutos: llegaron a la Constituyente del 91, al Congreso, a Ministerios y hoy tienen la Alcaldía de Bogotá, considerado el segundo cargo más importante del país.
Después de Pastrana, llegó Uribe Vélez y volvimos a la política de mano dura y a insistir en la opción exclusivamente militar, política que ha rendido sus frutos en materia de seguridad pero que no logró acabar con las FARC, que era el gran objetivo.
Teniendo en cuenta esos antecedentes, como bien lo han anotado un grupo de intelectuales progresistas, con el Presidente Juan Manuel Santos, y ante los escenarios que abren las FARC, se puede explorar, insistimos, con la debida discreción y prudencia unos escenarios de negociación con esa agrupación guerrillera y también con el autodenominado Ejército de Liberación Nacional.
Consideramos que el tema de la solución a ese conflicto armado, no se puede dejar caer en el falso dilema de salida militar o negociación política, como se dice popularmente las propuestas de halcones (militaristas) o palomas (pacifistas), sino que se debe estructurar una política que sin debilitar el accionar militar, dentro del respeto a la Constitución, la ley y las normas del derecho internacional humanitario, tenga a la mano la opción de la negociación política, como puede ser el caso en la actual coyuntura. Por supuesto, sin incurrir en ingenuidades…
Sólo en parte tiene razón el señor Presidente de la República, cuando dice que la llave de la paz está en su bolsillo; es cierto, es él quien puede dar un paso político en ese sentido. Pero la construcción de la paz, luego de una negociación con las FARC, el ELN y quizás otros grupos, es un tema complejo, costoso y difícil que implica muchos cambios en la visión y el accionar del Estado colombiano, en su conjunto, y de algunos sacrificios de la sociedad en temas de apertura política, cambios económicos y equidad social. El asunto, reiteramos, no se puede llevar al esquema simplista de halcones o palomas. Por el contrario, debe ser una política integral militar, jurídica y social que le brinde legitimidad al Estado y a su rol es una sociedad post-conflicto y estos escenarios no están a la vuelta de la esquina.
Con mucha desconfianza se han recibido en el país, los mensajes de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el sentido de acabar la práctica del secuestro y buscar escenarios de diálogos y reconciliación para buscarle una salida política al conflicto armado que vive Colombia. La carta de alias Timochenco, jefe de esa […]
Con mucha desconfianza se han recibido en el país, los mensajes de las autodenominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en el sentido de acabar la práctica del secuestro y buscar escenarios de diálogos y reconciliación para buscarle una salida política al conflicto armado que vive Colombia.
La carta de alias Timochenco, jefe de esa organización, a la señora Marleni Orjuela, de Asfamipaz, y algunos otros mensajes de alias Iván Márquez, muestran, de una u otra forma, un cambio de actitud de las FARC frente al conflicto y los escenarios de la guerra que ellos vienen librando.
Los mensajes de las FARC deben ser leídos e interpretados con mucha precisión. Es cierto que hay un problema de confianza y creado por ellos mismos luego del proceso del Caguán, durante el gobierno del Presidente Andrés Pastrana Arango, cuando el Estado y la sociedad colombiana le dieron una gran amplitud a una negociación abierta y sincera con esa organización, que desaprovechó esa oportunidad histórica de negociar una salida política.
Es amplia la literatura que nos recuerda que no fue la primera vez que las FARC hacen lo mismo, en el caso del gobierno de Belisario Betancur también fue tímida su actitud frente al diálogo y en medio de ese proceso a medias se produjo el exterminio de la Unión Patriótica, por parte de los grupos de extrema derecha y el paramilitarismo.
Después de Betancur vino el gobierno de Turbay Ayala y el país optó por la mano fuerte, la salida solo militar. El Presidente Barco se la jugó también por la salida negociada y algunos grupos, entre ellos el M-19 fue el más importante, le apostaron a la negociación y todavía hoy están recogiendo sus frutos: llegaron a la Constituyente del 91, al Congreso, a Ministerios y hoy tienen la Alcaldía de Bogotá, considerado el segundo cargo más importante del país.
Después de Pastrana, llegó Uribe Vélez y volvimos a la política de mano dura y a insistir en la opción exclusivamente militar, política que ha rendido sus frutos en materia de seguridad pero que no logró acabar con las FARC, que era el gran objetivo.
Teniendo en cuenta esos antecedentes, como bien lo han anotado un grupo de intelectuales progresistas, con el Presidente Juan Manuel Santos, y ante los escenarios que abren las FARC, se puede explorar, insistimos, con la debida discreción y prudencia unos escenarios de negociación con esa agrupación guerrillera y también con el autodenominado Ejército de Liberación Nacional.
Consideramos que el tema de la solución a ese conflicto armado, no se puede dejar caer en el falso dilema de salida militar o negociación política, como se dice popularmente las propuestas de halcones (militaristas) o palomas (pacifistas), sino que se debe estructurar una política que sin debilitar el accionar militar, dentro del respeto a la Constitución, la ley y las normas del derecho internacional humanitario, tenga a la mano la opción de la negociación política, como puede ser el caso en la actual coyuntura. Por supuesto, sin incurrir en ingenuidades…
Sólo en parte tiene razón el señor Presidente de la República, cuando dice que la llave de la paz está en su bolsillo; es cierto, es él quien puede dar un paso político en ese sentido. Pero la construcción de la paz, luego de una negociación con las FARC, el ELN y quizás otros grupos, es un tema complejo, costoso y difícil que implica muchos cambios en la visión y el accionar del Estado colombiano, en su conjunto, y de algunos sacrificios de la sociedad en temas de apertura política, cambios económicos y equidad social. El asunto, reiteramos, no se puede llevar al esquema simplista de halcones o palomas. Por el contrario, debe ser una política integral militar, jurídica y social que le brinde legitimidad al Estado y a su rol es una sociedad post-conflicto y estos escenarios no están a la vuelta de la esquina.