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Columnista - 11 abril, 2021

Encuentro con un libro

Tengo por costumbre leer lo que me recomiendan mis amigos. Uno de ellos lleva siempre consigo un libro, y a mí particularmente me genera curiosidad conocer en cada encuentro qué está leyendo. En una ocasión recuerdo que nos despedimos sin haberle hecho la pregunta de rigor, al punto que él, sin ser indagado, sacó de […]

Tengo por costumbre leer lo que me recomiendan mis amigos. Uno de ellos lleva siempre consigo un libro, y a mí particularmente me genera curiosidad conocer en cada encuentro qué está leyendo. En una ocasión recuerdo que nos despedimos sin haberle hecho la pregunta de rigor, al punto que él, sin ser indagado, sacó de su mochila un ejemplar en cuya carátula negra estaba dibujado un rostro enigmático, acompañado de unas letras blancas que resaltaban el nombre del autor, y en la parte inferior, en letras rojas se revelaba el título de la obra.

Antes de embarcarse en su carro, exhibiéndolo como un trofeo, sin vacilar, me expresó: “¡Es el mejor libro del mundo!”.
Durante años lo busqué de manera infructuosa, hasta que un día, como cualquier otro en Barranquilla, terminada mi jornada de Consultorio Jurídico, sin proponérmelo, caminando por unas de esas calles del centro de la ciudad, en unas repisas construidas improvisadamente y repletas de enciclopedias y libros de indistintos contenidos, lo divisé. Ahí estaba ese hallazgo afortunado que no dudé un instante en comprar y atesorar hasta el día de hoy.

Por fin tenía en mis manos ‘Cartas a su hijo’ de Lord Chesterfield, el compendio literario que con mayor brillo, sutileza y estética, ha abordado el tema de las buenas maneras, la cortesía y la urbanidad. Escrito en una prosa impecable que deleita, su lectura nos sumerge en un paisaje formativo, donde cada consejo para su hijo está revestido de una singular importancia que va revelando lo trascendente y útil que le serán para su desarrollo intelectual, moral y comportamental, a lo largo de su existencia.

Avanzaba la década de 1740 cuando Philip Stanhope, Conde de Chesterfield, se dirigía desde Londres a su hijo extramatrimonial del mismo nombre y residente en París, a través de cartas, pues era el único medio de contacto. Su condición de hijo ilegítimo impedía para esa época relacionarse físicamente y educarlo a través del ejemplo; por eso, entre los dos siempre existió un intercambio epistolar, en la que deja entrever el padre afectuoso que acompaña con paciente dulzura y valiosas instrucciones la formación de su hijo.

Como lector resulta necesario para el entendimiento integral de esta pieza literaria tener en cuenta el contexto cultural, social y político que imperaba en la Europa de entonces. Sin embargo, la mayoría de las recomendaciones e instrucciones impartidas en este breviario gozan hoy por hoy de una vigencia absoluta, como lo dijo el mismo autor en una de sus misivas: “Aunque varíen las costumbres, la esencia del carácter humano es el mismo desde el fondo de los tiempos”.

Quizás por hilos ocultos del destino esta copiosa correspondencia privada sale a la luz en 1774, otorgándole la fama póstuma a Lord Chesterfield y dejándonos como legado esa pasión para educar y formar en principios y valores -en una sociedad donde aún se hace culto a las malas costumbres-, recordándonos que somos orientadores de juventud, a la que debemos dejar en claro, -como lo decía Chesterfield-: “La vida compuesta exclusivamente de placeres es tan insípida como despreciable”.

Por José Jorge Molina Morales

Columnista
11 abril, 2021

Encuentro con un libro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jose Jorge Molina

Tengo por costumbre leer lo que me recomiendan mis amigos. Uno de ellos lleva siempre consigo un libro, y a mí particularmente me genera curiosidad conocer en cada encuentro qué está leyendo. En una ocasión recuerdo que nos despedimos sin haberle hecho la pregunta de rigor, al punto que él, sin ser indagado, sacó de […]


Tengo por costumbre leer lo que me recomiendan mis amigos. Uno de ellos lleva siempre consigo un libro, y a mí particularmente me genera curiosidad conocer en cada encuentro qué está leyendo. En una ocasión recuerdo que nos despedimos sin haberle hecho la pregunta de rigor, al punto que él, sin ser indagado, sacó de su mochila un ejemplar en cuya carátula negra estaba dibujado un rostro enigmático, acompañado de unas letras blancas que resaltaban el nombre del autor, y en la parte inferior, en letras rojas se revelaba el título de la obra.

Antes de embarcarse en su carro, exhibiéndolo como un trofeo, sin vacilar, me expresó: “¡Es el mejor libro del mundo!”.
Durante años lo busqué de manera infructuosa, hasta que un día, como cualquier otro en Barranquilla, terminada mi jornada de Consultorio Jurídico, sin proponérmelo, caminando por unas de esas calles del centro de la ciudad, en unas repisas construidas improvisadamente y repletas de enciclopedias y libros de indistintos contenidos, lo divisé. Ahí estaba ese hallazgo afortunado que no dudé un instante en comprar y atesorar hasta el día de hoy.

Por fin tenía en mis manos ‘Cartas a su hijo’ de Lord Chesterfield, el compendio literario que con mayor brillo, sutileza y estética, ha abordado el tema de las buenas maneras, la cortesía y la urbanidad. Escrito en una prosa impecable que deleita, su lectura nos sumerge en un paisaje formativo, donde cada consejo para su hijo está revestido de una singular importancia que va revelando lo trascendente y útil que le serán para su desarrollo intelectual, moral y comportamental, a lo largo de su existencia.

Avanzaba la década de 1740 cuando Philip Stanhope, Conde de Chesterfield, se dirigía desde Londres a su hijo extramatrimonial del mismo nombre y residente en París, a través de cartas, pues era el único medio de contacto. Su condición de hijo ilegítimo impedía para esa época relacionarse físicamente y educarlo a través del ejemplo; por eso, entre los dos siempre existió un intercambio epistolar, en la que deja entrever el padre afectuoso que acompaña con paciente dulzura y valiosas instrucciones la formación de su hijo.

Como lector resulta necesario para el entendimiento integral de esta pieza literaria tener en cuenta el contexto cultural, social y político que imperaba en la Europa de entonces. Sin embargo, la mayoría de las recomendaciones e instrucciones impartidas en este breviario gozan hoy por hoy de una vigencia absoluta, como lo dijo el mismo autor en una de sus misivas: “Aunque varíen las costumbres, la esencia del carácter humano es el mismo desde el fondo de los tiempos”.

Quizás por hilos ocultos del destino esta copiosa correspondencia privada sale a la luz en 1774, otorgándole la fama póstuma a Lord Chesterfield y dejándonos como legado esa pasión para educar y formar en principios y valores -en una sociedad donde aún se hace culto a las malas costumbres-, recordándonos que somos orientadores de juventud, a la que debemos dejar en claro, -como lo decía Chesterfield-: “La vida compuesta exclusivamente de placeres es tan insípida como despreciable”.

Por José Jorge Molina Morales