Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 10 febrero, 2013

Encanto que no envejece

Por Mary Daza Orozco   Da gusto encontrarse, en medio de un pasillo lleno de dolor, quejidos, reclamos, plegarias por la salud, por la vida, rostros adustos de  enfermeras, camillas que  hacen malabares para abrirse paso ante la gente hacinada, olor amalgamado de medicinas, sudores, perfumes baratos, deseos de salir corriendo ante la indeclinable realidad […]

Boton Wpp

Por Mary Daza Orozco

 

Da gusto encontrarse, en medio de un pasillo lleno de dolor, quejidos, reclamos, plegarias por la salud, por la vida, rostros adustos de  enfermeras, camillas que  hacen malabares para abrirse paso ante la gente hacinada, olor amalgamado de medicinas, sudores, perfumes baratos, deseos de salir corriendo ante la indeclinable realidad de que cualquier día, cualquier momento, puede ser uno el que esté esperando, con paciencia infinita, a que lo atiendan por un malestar pasajero o ante la gravedad y la muerte inminente, sí, da gusto encontrar al médico que se vuelve esperanza, que habla claro, con la seguridad que le da su inteligencia, su sabiduría, su vida dedicada a reconocer el mal, sanarlo y hacer acopio de humanidad para, buscar las palabras precisas para animar ante la desilusión de familiares o amigos de sus pacientes.

Es más, este médico amigo (adulto niño) no pierde la oportunidad de buscar  un descansito, para hablarnos de lo que él sabe que nos gusta y así, de improviso nos  cite a Antoine de Saint Exupéry, el mismo que en la dedicatoria de su libro nos asoma a la inquietud de querer ser niños por siempre, ¿o adultos niños?, así: “A León Werth: Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo pues mi dedicatoria…”, y además, ahonde en comentarios sobre El Principito y diga tajante: “Es un libro que debe leerse todos los días” y sonría mientras se va por el pasillo del dolor y la esperanza.

Y allí, en medio de la angustia por el amigo que enfermó de repente, ante la imagen sublime del hijo besándolo con tanta ternura que hizo que enfermeras y pacientes que lo vieron secaran sus lágrimas de emoción o quién sabe de qué conmoción soterrada de esas que taladran muy adentro, sí,  allí, en el lugar menos adecuado pensarán algunos, o quizás el más adecuado, dirán otros,  volví a reafirmar mi concepto de que  El Principito tiene un encanto que nunca envejece. Muchas veces me he preguntado el porqué de la magia del pequeño libro y encuentro varias respuestas, pero no la definitiva, la ando buscando, ese es otro de sus encantos que lo hacen eterno: no dejar que su fuerza aunada a la ternura se puedan manosear, solo recordarlo en afirmaciones como: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”; pero su encanto, su magia,  que son  y serán eternos, puede estar en la contundencia de afirmaciones como esta: “…Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.- Lo esencial es invisible para los ojos – repitió el principito para acordarse…”

 

Columnista
10 febrero, 2013

Encanto que no envejece

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Por Mary Daza Orozco   Da gusto encontrarse, en medio de un pasillo lleno de dolor, quejidos, reclamos, plegarias por la salud, por la vida, rostros adustos de  enfermeras, camillas que  hacen malabares para abrirse paso ante la gente hacinada, olor amalgamado de medicinas, sudores, perfumes baratos, deseos de salir corriendo ante la indeclinable realidad […]


Por Mary Daza Orozco

 

Da gusto encontrarse, en medio de un pasillo lleno de dolor, quejidos, reclamos, plegarias por la salud, por la vida, rostros adustos de  enfermeras, camillas que  hacen malabares para abrirse paso ante la gente hacinada, olor amalgamado de medicinas, sudores, perfumes baratos, deseos de salir corriendo ante la indeclinable realidad de que cualquier día, cualquier momento, puede ser uno el que esté esperando, con paciencia infinita, a que lo atiendan por un malestar pasajero o ante la gravedad y la muerte inminente, sí, da gusto encontrar al médico que se vuelve esperanza, que habla claro, con la seguridad que le da su inteligencia, su sabiduría, su vida dedicada a reconocer el mal, sanarlo y hacer acopio de humanidad para, buscar las palabras precisas para animar ante la desilusión de familiares o amigos de sus pacientes.

Es más, este médico amigo (adulto niño) no pierde la oportunidad de buscar  un descansito, para hablarnos de lo que él sabe que nos gusta y así, de improviso nos  cite a Antoine de Saint Exupéry, el mismo que en la dedicatoria de su libro nos asoma a la inquietud de querer ser niños por siempre, ¿o adultos niños?, así: “A León Werth: Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de entenderlo todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Verdaderamente necesita consuelo. Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo pues mi dedicatoria…”, y además, ahonde en comentarios sobre El Principito y diga tajante: “Es un libro que debe leerse todos los días” y sonría mientras se va por el pasillo del dolor y la esperanza.

Y allí, en medio de la angustia por el amigo que enfermó de repente, ante la imagen sublime del hijo besándolo con tanta ternura que hizo que enfermeras y pacientes que lo vieron secaran sus lágrimas de emoción o quién sabe de qué conmoción soterrada de esas que taladran muy adentro, sí,  allí, en el lugar menos adecuado pensarán algunos, o quizás el más adecuado, dirán otros,  volví a reafirmar mi concepto de que  El Principito tiene un encanto que nunca envejece. Muchas veces me he preguntado el porqué de la magia del pequeño libro y encuentro varias respuestas, pero no la definitiva, la ando buscando, ese es otro de sus encantos que lo hacen eterno: no dejar que su fuerza aunada a la ternura se puedan manosear, solo recordarlo en afirmaciones como: “Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”; pero su encanto, su magia,  que son  y serán eternos, puede estar en la contundencia de afirmaciones como esta: “…Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.- Lo esencial es invisible para los ojos – repitió el principito para acordarse…”