Es una expresión proveniente del siglo XVIII, con la que se colonizaría ideológicamente lo que más tarde serían las ideas liberales.
Es decir, dejen hacer, dejen pasar. Es una expresión proveniente del siglo XVIII, con la que se colonizaría ideológicamente lo que más tarde serían las ideas liberales. O sea, nació de la mano del modelo económico cimentado en las teorías del liberalismo, propaladas por Smith.
El quid de la cosa de entonces, era la ingenuidad perversa de quitarle al Estado la regulación de la vida dentro de una comunidad, bajo el criterio de creerlo mal administrador, específicamente en lo productivo. Pues bien, aquello, que se cocinó en la paila de los fisiócratas, que lo magnificó el padre del capitalismo y lo exacerbaron los neoliberales, y han llevado a su “fase superior” los neoliberales salvajes como castigo de la mano invisible que lo regulaba, – para no llegar al sacrilegio extremo de que era Dios quien guiaría al capitalismo, como dieron a entender sus precursores- , serviría para que, por acción u omisión, se extendiera a todo.
En sociedades como la nuestra, y “sin querer queriendo”, la susodicha expresión, puede decirse que, desde después del advenimiento de la república, hizo coba, si nos atenemos a lo acontecido y contado por la madre historia, y el “dejen hacer, dejen pasar”, hizo metástasis en todos sus órganos, en especial en el tejido social.
¿O es que, en esta nación, encomendada al Sagrado corazón de Jesús, no han sucedido las cosas más inverosímiles, difíciles de encontrar y cuantificar hasta en las sociedades que transitaron el oscurantismo, de las que en el mundo han existido? Desde las superadas cincuenta guerras civiles, tras el tratado de Neerlandia, que cita García Márquez, pasando por los asesinatos de candidatos presidenciales, el exterminio de partidos políticos, la encomienda de aplicación de la justicia a fuerzas extralegales (y legales, cerca de 10 mil asesinatos de inocentes, que se inscribieron en el vocabulario de la violencia en Colombia como falsos positivos), etc., hasta la toma de las instituciones, en todas sus ramas, por lo peor del crimen y el delito organizados, con patente de corso para eliminar contrarios, son el producto de ese laissez faire, laissez passer impune, social y legalmente tolerado.
Por ello ponen a muchos que conocen del tema, con cara de no me creas tonto, las rasgaduras de vestimentas de quienes, sabiendo también el origen de todo, posan de sorprendidos. O, lo que es peor, no se sonrojan al sindicar al gobernante de hoy de ser el responsable, mientras las matrices de opinión y el poder mediático opositor hacen su agosto, poniendo en ascuas al conjunto de la sociedad.
De suerte que, para no establecer a otros de ejemplo, la convivencia e impudicia de esa realidad la hemos presentido unos, dicho otros, y el resto visto, en nuestra misma ciudad, donde hace unos días oímos trepidar fusiles en plena calle, y no en cualquier calle, que nos recordó la bella obra de Coppola, recreada en el Nueva York del 45. (Como el mencionado hecho, ya habíamos sido testigos de otro parecido, en la esquina de la novena con la dieciséis, al lado del Hotel Sicarare, donde vomitaron plomo las ametralladoras, a principios de los 70s, también, por el eufemístico “ajustes de cuenta”, como se dice hoy). ¿Y la sociedad y las autoridades? ¡Bien, gracias!
Pedro Perales Téllez
Es una expresión proveniente del siglo XVIII, con la que se colonizaría ideológicamente lo que más tarde serían las ideas liberales.
Es decir, dejen hacer, dejen pasar. Es una expresión proveniente del siglo XVIII, con la que se colonizaría ideológicamente lo que más tarde serían las ideas liberales. O sea, nació de la mano del modelo económico cimentado en las teorías del liberalismo, propaladas por Smith.
El quid de la cosa de entonces, era la ingenuidad perversa de quitarle al Estado la regulación de la vida dentro de una comunidad, bajo el criterio de creerlo mal administrador, específicamente en lo productivo. Pues bien, aquello, que se cocinó en la paila de los fisiócratas, que lo magnificó el padre del capitalismo y lo exacerbaron los neoliberales, y han llevado a su “fase superior” los neoliberales salvajes como castigo de la mano invisible que lo regulaba, – para no llegar al sacrilegio extremo de que era Dios quien guiaría al capitalismo, como dieron a entender sus precursores- , serviría para que, por acción u omisión, se extendiera a todo.
En sociedades como la nuestra, y “sin querer queriendo”, la susodicha expresión, puede decirse que, desde después del advenimiento de la república, hizo coba, si nos atenemos a lo acontecido y contado por la madre historia, y el “dejen hacer, dejen pasar”, hizo metástasis en todos sus órganos, en especial en el tejido social.
¿O es que, en esta nación, encomendada al Sagrado corazón de Jesús, no han sucedido las cosas más inverosímiles, difíciles de encontrar y cuantificar hasta en las sociedades que transitaron el oscurantismo, de las que en el mundo han existido? Desde las superadas cincuenta guerras civiles, tras el tratado de Neerlandia, que cita García Márquez, pasando por los asesinatos de candidatos presidenciales, el exterminio de partidos políticos, la encomienda de aplicación de la justicia a fuerzas extralegales (y legales, cerca de 10 mil asesinatos de inocentes, que se inscribieron en el vocabulario de la violencia en Colombia como falsos positivos), etc., hasta la toma de las instituciones, en todas sus ramas, por lo peor del crimen y el delito organizados, con patente de corso para eliminar contrarios, son el producto de ese laissez faire, laissez passer impune, social y legalmente tolerado.
Por ello ponen a muchos que conocen del tema, con cara de no me creas tonto, las rasgaduras de vestimentas de quienes, sabiendo también el origen de todo, posan de sorprendidos. O, lo que es peor, no se sonrojan al sindicar al gobernante de hoy de ser el responsable, mientras las matrices de opinión y el poder mediático opositor hacen su agosto, poniendo en ascuas al conjunto de la sociedad.
De suerte que, para no establecer a otros de ejemplo, la convivencia e impudicia de esa realidad la hemos presentido unos, dicho otros, y el resto visto, en nuestra misma ciudad, donde hace unos días oímos trepidar fusiles en plena calle, y no en cualquier calle, que nos recordó la bella obra de Coppola, recreada en el Nueva York del 45. (Como el mencionado hecho, ya habíamos sido testigos de otro parecido, en la esquina de la novena con la dieciséis, al lado del Hotel Sicarare, donde vomitaron plomo las ametralladoras, a principios de los 70s, también, por el eufemístico “ajustes de cuenta”, como se dice hoy). ¿Y la sociedad y las autoridades? ¡Bien, gracias!
Pedro Perales Téllez