Las parrandas típicas vallenatas que se hacen en algunas casas en épocas de Festival Vallenato, son de las pocas que sobrevive el resto del año en nuestro entorno regional; las historias de las canciones, los cuentos, los versos, y las costumbres propias de nuestro folclore han ido desapareciendo lentamente. Momentos inolvidables los tengo presente para […]
Las parrandas típicas vallenatas que se hacen en algunas casas en épocas de Festival Vallenato, son de las pocas que sobrevive el resto del año en nuestro entorno regional; las historias de las canciones, los cuentos, los versos, y las costumbres propias de nuestro folclore han ido desapareciendo lentamente. Momentos inolvidables los tengo presente para contarlos, cuando tuve la oportunidad de compartir con muchos juglares de nuestra tierra al lado de mi familia de sangre musical.
Era un domingo, tres días previos a celebrarse la final del Festival de la Leyenda Vallenata del año 97, como de costumbre llegaba Andrés Becerra en horas de la mañana a visitar a mi papá, y de paso a departir unos tragos de whisky al son de una mera ranchera. Mi hermano ‘Poncho’ y yo, acompañamos la tertulia, y escuchábamos los cuentos que refería el papá del ‘Paye’ Becerra.
Después de pasado el medio día, Andrés nos propuso pasarnos el resto de la tarde en la casa de Leandro Díaz, pero mi papá no le cogió la caña; mi hermano y yo sí arrancamos con él para el barrio San Fernando, diagonal a la casa de mi abuelo ‘Poncho’ Cotes.
Al entrar al patio de la casa, estaban Leandro, y ‘Colacho’ acompañado de su acordeón cantaba el merengue “de domingo a domingo”, dedicado a Ricardo Gutiérrez. ‘Cola’ terminó la canción y por su emoción al saludarnos, tropezó con una botella de whisky que se encontraba al pie del taburete, de vaina no se quebró; de inmediato noté que tenía el mismo grado de sobriedad que nosotros.
Después de un largo rato, decidimos sentarnos afuera, en la terraza de la casa; Leandro caminó solito, con los ojos del alma merodeaba la casa, guiado de su extraordinaria memoria; nos acomodamos en un jardín fresco. Andrés Becerra tomó la palabra, relató una breve historia de aquellas épocas doradas de El Plan y comenzó a cantar “el compadre Simón” de Escalona, luego “la bruja”, y “el aburrío” del viejo Emiliano; las repitió tantas veces hasta que me las aprendí. Mi hermano ‘Poncho’ cantó su canción ganadora del Festival Vallenato del año 96, “la cabeza de Pavajeau” y el paseo “Andrés” que participaba en el concurso de canción inédita en aquel entonces. Recuerdo los cantos de Leandro, merenguió toda la tarde, comenzó con “horas felices”, “el mal herido” y cerró con un paseo que me gusta mucho, “los tres amigos”.
Transcurría el concurso Rey de Reyes del Festival Vallenato, y Colacho sería uno de los jurados de la final. Dentro de la tertulia, relataba sobre el modo en que deseaba que los finalistas ejecutaran cada ritmo; y puntualizó diciendo que el acordeonero que digitara un ‘solo de bajos’ en la puya, le daba puntaje negativo para descalificación de inmediato. Era estricto al calificar la ejecución de cada aire, y tampoco le gustaba que los participantes corrieran en la puya. Posteriormente, varios finalistas no cumplieron con sus expectativas, unos iban a millón y otros se lucieron haciendo pases con los bajos en la puya.
Pasamos una tarde amena, de esas que muchos desearon haber compartido en esos valiosos momentos; nadie nos interrumpió, deleitamos cada segundo de una verdadera composición vallenata, y a Leandro solo le alcanzó el día para contar algunas historias de San Diego. Hoy camina en el cielo, con los ojos del alma.
Las parrandas típicas vallenatas que se hacen en algunas casas en épocas de Festival Vallenato, son de las pocas que sobrevive el resto del año en nuestro entorno regional; las historias de las canciones, los cuentos, los versos, y las costumbres propias de nuestro folclore han ido desapareciendo lentamente. Momentos inolvidables los tengo presente para […]
Las parrandas típicas vallenatas que se hacen en algunas casas en épocas de Festival Vallenato, son de las pocas que sobrevive el resto del año en nuestro entorno regional; las historias de las canciones, los cuentos, los versos, y las costumbres propias de nuestro folclore han ido desapareciendo lentamente. Momentos inolvidables los tengo presente para contarlos, cuando tuve la oportunidad de compartir con muchos juglares de nuestra tierra al lado de mi familia de sangre musical.
Era un domingo, tres días previos a celebrarse la final del Festival de la Leyenda Vallenata del año 97, como de costumbre llegaba Andrés Becerra en horas de la mañana a visitar a mi papá, y de paso a departir unos tragos de whisky al son de una mera ranchera. Mi hermano ‘Poncho’ y yo, acompañamos la tertulia, y escuchábamos los cuentos que refería el papá del ‘Paye’ Becerra.
Después de pasado el medio día, Andrés nos propuso pasarnos el resto de la tarde en la casa de Leandro Díaz, pero mi papá no le cogió la caña; mi hermano y yo sí arrancamos con él para el barrio San Fernando, diagonal a la casa de mi abuelo ‘Poncho’ Cotes.
Al entrar al patio de la casa, estaban Leandro, y ‘Colacho’ acompañado de su acordeón cantaba el merengue “de domingo a domingo”, dedicado a Ricardo Gutiérrez. ‘Cola’ terminó la canción y por su emoción al saludarnos, tropezó con una botella de whisky que se encontraba al pie del taburete, de vaina no se quebró; de inmediato noté que tenía el mismo grado de sobriedad que nosotros.
Después de un largo rato, decidimos sentarnos afuera, en la terraza de la casa; Leandro caminó solito, con los ojos del alma merodeaba la casa, guiado de su extraordinaria memoria; nos acomodamos en un jardín fresco. Andrés Becerra tomó la palabra, relató una breve historia de aquellas épocas doradas de El Plan y comenzó a cantar “el compadre Simón” de Escalona, luego “la bruja”, y “el aburrío” del viejo Emiliano; las repitió tantas veces hasta que me las aprendí. Mi hermano ‘Poncho’ cantó su canción ganadora del Festival Vallenato del año 96, “la cabeza de Pavajeau” y el paseo “Andrés” que participaba en el concurso de canción inédita en aquel entonces. Recuerdo los cantos de Leandro, merenguió toda la tarde, comenzó con “horas felices”, “el mal herido” y cerró con un paseo que me gusta mucho, “los tres amigos”.
Transcurría el concurso Rey de Reyes del Festival Vallenato, y Colacho sería uno de los jurados de la final. Dentro de la tertulia, relataba sobre el modo en que deseaba que los finalistas ejecutaran cada ritmo; y puntualizó diciendo que el acordeonero que digitara un ‘solo de bajos’ en la puya, le daba puntaje negativo para descalificación de inmediato. Era estricto al calificar la ejecución de cada aire, y tampoco le gustaba que los participantes corrieran en la puya. Posteriormente, varios finalistas no cumplieron con sus expectativas, unos iban a millón y otros se lucieron haciendo pases con los bajos en la puya.
Pasamos una tarde amena, de esas que muchos desearon haber compartido en esos valiosos momentos; nadie nos interrumpió, deleitamos cada segundo de una verdadera composición vallenata, y a Leandro solo le alcanzó el día para contar algunas historias de San Diego. Hoy camina en el cielo, con los ojos del alma.