En abril 5-12 1999 (N° 303) la revista Cambio, de la cual Gabriel García Márquez era presidente del consejo editorial, publicó como primicia el primer capítulo de «En agosto nos vemos». Para entonces nuestro Nobel tenía 72 años y su memoria estaba aún intacta. Días antes de la aparición en la revista, Gabo cayó en la cuenta de que muchas de sus apartes podían mejorar. “Como en efecto lo hizo, luego de trabajarlo a fondo durante un día más. Esta es la versión definitiva”. Los primeros síntomas de ‘demencia senil’ se presentaron después de los 80 años. Tuvo, pues, al menos diez años para trabajar la novela. En suma, el libro que se acaba de publicar no está tan crudo como algunos creen.
García Márquez decía, en entrevistas que daba, que entre una novela y otra solían pasar siete años. Indica esto que su trabajo de revisión/edición era de acerado rigor. Quizá por eso el celo para no publicar en vida esta novela. No obstante, el documento, según se lee en la presentación, estaba ya perfectamente definido: “«En agosto nos vemos» es el primer cuento o, si se quiere, capítulo de una novela de 150 páginas que incluirá otros cuatro”. Los cinco relatos formarían un todo unitario protagonizado por Ana Magdalena Bach; que, como nos hemos dado cuenta, es una mujer culta, al borde de la tercera edad, pero aún bella.
Aparte de la primera aventura, lo que sucederá después, hasta el final, el autor lo tenía plenamente claro: “Cuando salga el libro se sabrá que Ana Magdalena regresó a su casa consciente de que era una persona distinta, una mujer que vivirá todo el año en un permanente sobresalto, convencida de que cuando vuelva en agosto a visitar la tumba de su madre, algo le pasará”.
Y hay un dato en la presentación que es bastante revelador sobre el trabajo del autor para esta fecha (1999). En efecto, no solo este primer capítulo estaba terminado, sino “que Gabo tiene todo prácticamente escrito”. Esta saga novelesca, dice el autor, “son historias de amor de gente mayor”. Nos hallamos, pues, ante una obra a la que solo le faltaban puntadas finales de edición, que para Gabo eran indispensables. Aun así, no estamos ante un fraude literario; en lo publicado está el Gabo que conocíamos, con sus imágenes y metáforas de esmerada impronta.
«Se llamaba Ana Magdalena Bach, había cumplido cincuenta y dos años de nacida y veintitrés de un matrimonio bien avenido con un hombre que la amaba, y con el cual se casó sin terminar la carrera de letras, todavía virgen y sin noviazgos anteriores». Esa es su prosa, en un realismo que gana verosimilitud gracias a su vuelo lírico. Y en tanto en cuanto lector, Gabo hace una ponderación, y guiño sugerente, sobre las virtudes de la novela corta: «Ana Magdalena había leído con rigor lo que más le gustaba, que eran las novelas cortas…, como el Lazarillo de Tormes, El viejo y el Mar, El extranjero»…
En abril 5-12 1999 (N° 303) la revista Cambio, de la cual Gabriel García Márquez era presidente del consejo editorial, publicó como primicia el primer capítulo de «En agosto nos vemos». Para entonces nuestro Nobel tenía 72 años y su memoria estaba aún intacta. Días antes de la aparición en la revista, Gabo cayó en la cuenta de que muchas de sus apartes podían mejorar. “Como en efecto lo hizo, luego de trabajarlo a fondo durante un día más. Esta es la versión definitiva”. Los primeros síntomas de ‘demencia senil’ se presentaron después de los 80 años. Tuvo, pues, al menos diez años para trabajar la novela. En suma, el libro que se acaba de publicar no está tan crudo como algunos creen.
García Márquez decía, en entrevistas que daba, que entre una novela y otra solían pasar siete años. Indica esto que su trabajo de revisión/edición era de acerado rigor. Quizá por eso el celo para no publicar en vida esta novela. No obstante, el documento, según se lee en la presentación, estaba ya perfectamente definido: “«En agosto nos vemos» es el primer cuento o, si se quiere, capítulo de una novela de 150 páginas que incluirá otros cuatro”. Los cinco relatos formarían un todo unitario protagonizado por Ana Magdalena Bach; que, como nos hemos dado cuenta, es una mujer culta, al borde de la tercera edad, pero aún bella.
Aparte de la primera aventura, lo que sucederá después, hasta el final, el autor lo tenía plenamente claro: “Cuando salga el libro se sabrá que Ana Magdalena regresó a su casa consciente de que era una persona distinta, una mujer que vivirá todo el año en un permanente sobresalto, convencida de que cuando vuelva en agosto a visitar la tumba de su madre, algo le pasará”.
Y hay un dato en la presentación que es bastante revelador sobre el trabajo del autor para esta fecha (1999). En efecto, no solo este primer capítulo estaba terminado, sino “que Gabo tiene todo prácticamente escrito”. Esta saga novelesca, dice el autor, “son historias de amor de gente mayor”. Nos hallamos, pues, ante una obra a la que solo le faltaban puntadas finales de edición, que para Gabo eran indispensables. Aun así, no estamos ante un fraude literario; en lo publicado está el Gabo que conocíamos, con sus imágenes y metáforas de esmerada impronta.
«Se llamaba Ana Magdalena Bach, había cumplido cincuenta y dos años de nacida y veintitrés de un matrimonio bien avenido con un hombre que la amaba, y con el cual se casó sin terminar la carrera de letras, todavía virgen y sin noviazgos anteriores». Esa es su prosa, en un realismo que gana verosimilitud gracias a su vuelo lírico. Y en tanto en cuanto lector, Gabo hace una ponderación, y guiño sugerente, sobre las virtudes de la novela corta: «Ana Magdalena había leído con rigor lo que más le gustaba, que eran las novelas cortas…, como el Lazarillo de Tormes, El viejo y el Mar, El extranjero»…