El escritor vallenato Rodrigo Zalabata Vega escribe hoy sobre el compositor y acordeonero Emiliano Zuleta Díaz, en su 80 cumpleaños.
Nadie mejor que el maestro Juan Gossaín, gramático del lenguaje emocional, para atesorar en el diccionario del tiempo el significado real del vallenato: “El vallenato no es un género musical, es un género literario”.
Definición que comprende el historial narrado en la música vallenata, transmitido cada mensaje voz a voz en el eco literal de una tradición oral.
La historia comienza mucho antes de que se la atribuyan los historiadores, ya que no se origina en una razón para cantar sino en una necesidad de vivir, porque quien siembra ‘Amor, amor’ al terminar la jornada el canto germina su vida en la tierra.
Sucedió en el valle mediterráneo anclado en la costa Caribe, asentado desde tiempos prehispánicos, atribuido al gobierno del cacique Upar, una planicie en la que descansa un régimen montañoso formado a su alrededor, separado del mar que redondea la Tierra, habitado por una comunidad aldeana, enclavada en su geografía, cuya fuente de subsistencia se alimentaba de una vigorosa comunicación que les proveyera la ruta para adentrarse en la historia.
Al ser su razón de ser el lugar que habitaban, una vez llegaron los foráneos al gran valle, venidos del mar mediterráneo circundado por continentes, confluyeron sus soledades en un mismo destino. Con ellos llegó el acordeón, presto a contar historias, surcado por las arrugas de la vieja Europa, la que abandonaban al partir y llevarían grabada en el pecho para renacer su vida en el nuevo mundo.
Lo cierto es que esta historia provincial del vallenato unió del canto al canto a Europa y América, y conjuntó al ritmo del tiempo tres continentes musicales.
Así creció el vallenato, un pueblo que nació en el campo y sin más hizo del laboreo acostumbrado su expresión musical en las rondas infantiles de la juglaría por el Valle. Sus campesinos, asombrados de tener en sus manos su propio mundo, al desbrozar el camino que los llevara al universo iluminado de la modernidad crearon su lugar mitológico en la dimensión de un realismo mágico.
El vallenato, patronímico de una familia musical, comprende la identidad cultural de su pueblo. Desde adentro del valle, al filo de la palabra, labraron verso a verso su destino. El paso a paso de su historia se halla narrado en páginas musicales.
Esta aventura pudo quedar anónima en el epicentro del valle, si no hubieran abierto la senda aquellos hombres primordiales de entre montañas, de patas pintá y acordeón al pecho, que llevaban mensajes al canto. Los mismos que al salir al mundo no les merecían un nombre y antes los señalaban: “ese es nato del valle”; luego sin mencionarlo lo llamaban: “¡vallenato!”.
El vallenato narra la vida de un pueblo creado en tiempo real, tocado en el mundo renaciente descrito en Cien Años de Soledad, en el que “muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Escrita su historia en cantos, bien vale parafrasear la definición del maestro Juan Gossaín: “El vallenato nace como género literario y crece como género musical”.
Cantada la narrativa con la que se animaba la soledad del gran valle, al paso del tiempo la juglaría de acordeón al pecho creaba una mitología vernácula que se dio a vivificar en sus aires musicales.
Al recorrer sus edades, el vallenato adquiere su identidad, aquel improviso mensajero que animaba los relatos de su tradición oral. En su vivida musicalidad, sobre la estructura rítmica de sus cuatro aires, su círculo armónico y sentido melódico grababa el sentimiento vívido en sus letras.
Del tiempo legendario de la juglaría los historiadores rescatan muchos nombres: Pedro Nolasco Martínez, su hijo Samuelito, ‘Pacho’ Rada, Sebastián Guerra, Eusebio Ayala, Abel Antonio Villa, Alejo Durán, Juancho Polo Valencia, Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta ‘El viejo’, entre quienes marcaron su huella.
Destaca el pilar que constituyó Francisco Irenio ‘Chico’ Bolaños, al que atribuyen el dominio en la ejecución del instrumento melódico vallenato, en sus notas altas en acorde con los marcantes de bajos en el compás rítmico en los cuatro aires.
Entre tantos, levantarían el nombre de quien marcaría un antes y un después en la interpretación del acordeón vallenato: Luis Enrique Martínez.
Los acordeoneros que lo siguieron, en clave con sus investigadores, coinciden en exaltar al maestro que transformó la ejecución del acordeón en la interpretación vallenata, cuya armonización va ajustada a la idea narrativa de la canción, a la cual agregó, o desagregó, la digresión de notas que florecen de la melodía sembrada en la canción, a la vez que definen el estilo florido en cada intérprete.
Como registro grabado de esta evolución está la magistral interpretación de “Jardines de Fundación”, en la que desembrolla los giros melódicos concatenados con su cadencia a la melodía original de la composición.
Se trata de la primera gran revolución del vallenato en su interpretación musical, porque no se ceñía al sentido melódico en la compresión literaria hecha canción; aunque seguía la característica que le había dado su identidad: la comunicación de su vida cotidiana narrada en versos; pero ahora se permitía notar la obra en el acordeón con matices de notas libres de su tenor literal.
Hasta la llegada de Luis Enrique Martínez, el vallenato, definido en sus cuatro aires o ritmos, narraba los sucesos de toda índole, pero su estructura musical se mantenía rígida en el sentido melódico impreso en la composición literaria, en la que, si bien estaba presente el sentimiento poético, primaba la cuadratura armónica del aire escogido en que se componía.
Una canción que puede ejemplificar este período es “El siniestro de Ovejas”, en la que se narra una tragedia terrible en que murieron varias personas quemadas, que hasta los santos lloraron; pero, salvo un detenido análisis literario, su sentir musical puede escucharse como un alegre merengue vallenato.
A partir de Luis Enrique Martínez, el sentido melódico del mensaje literario impreso en la composición, encuadrado en el aire vallenato escogido para expresarse, recibiría unos adornos de notas, como el papel que envuelve el regalo, que ya corresponde al sentimiento musical con que entrega el intérprete la obra.
Aquello causaba la gran revolución en el vallenato, porque emparejaba la historia que narraba su tradición oral con su misma expresión musical, logrando que su notación literal fuera matizada con notas aditivas en la versión del intérprete.
De este segundo aire que tomaba el acordeón sobresalieron aquellos que se matricularon en la escuela del gran maestro Luis Enrique Martínez, en virtud del cual se formaron los grandes acordeoneros que alcanzaron la madurez del vallenato en su ejecución instrumental. Los que sacaron mejor nota: Miguel Antonio López, Nicolás “Colacho” Mendoza, consagrados en discos.
Caso especial significa Alfredo Gutiérrez. Vital, purista al momento de respetar los cánones del vallenato tradicional, el único coronado tres veces rey, alumno aplicado de Luis Enrique; pero rebelde, al tiempo, a adaptarse a la literalidad musical del vallenato. Su genialidad lo llevó a explorar caminos distintos, en géneros musicales acoplados a armonías instrumentales, basados en la cumbia, el porro, el fandango, interpretados en las pequeñas orquestas populares llamadas “bandas papayeras”, de cuya hibridación con el acordeón surgió “Los corraleros del majagual”, de la mano con grandes músicos; Calixto Ochoa, Lisandro Meza, César Castro; renegados –como él– a la ortodoxia que ordenaba la circunscripción cultural vallenata, cuyo templo de celebración es el Festival Vallenato.
Hasta aquí, el vallenato traía la tradición oral de un pueblo que animaba en versos su acontecer diario, contado en noticias musicadas; pasado el tiempo, con diversas influencias se formó como música popular en sus cuatro aires representativos, cuya ejecución seguía obediente la guía melódica de la canción, la historia contada en su exterioridad. Salvo el sacudón que había causado Luis Enrique a la estructura rígida del ritmo que regía el marco armónico de la composición literaria / musical, al incorporarle las digresiones melódicas en su interpretación, el vallenato era ante todo un género literario.
Pero algo grandioso estaba por suceder al interior del acordeón vallenato que evolucionaría ser género musical.
Si aceptamos que el vallenato nació como género literario, integrado a su ser cultural, no podríamos separarlo de su historia cantada.
Pero una cosa es tomar la música como medio para contar la historia y otra distinta que la propia música interprete su misma historia.
Es allí donde ocurre la segunda gran revolución del acordeón vallenato, el prodigio de conjugar la letra de la canción con la melodía manifestada en su interpretación; cuando deja de ser el instrumento músico utilizado en acompañar narraciones, para convertirse en intérprete musical de la intimidad de la obra literaria que canta.
Semejante proeza artística se dio en las manos de Emiliano Alcides Zuleta Díaz: Emilianito.
En todo tiempo de la historia, los trascendidos revolucionarios son en realidad grandes intérpretes del momento histórico que los ha tocado. Porque toman en sus manos los fenómenos que sacuden su alrededor. Con mayor coincidencia el vallenato, cuya tradición verseada creó su género musical.
Al ser de naturaleza literaria, en el vallenato brotó un fenómeno poético que tendría que ser interpretado en forma musical: la lírica. Esa creación poética que se duele al nacer el sentimiento; más que contarlo se extiende en hacerlo sentir.
Ese rapto enamorado en el vallenato se hizo en las letras y melodías de un poeta fundacional de la nueva realidad creada: Gustavo Gutiérrez Cabello.
Movimiento literario que estaba llamado a abrazarse con el vallenato tradicional, si nacía del mismo vientre cultural de su madre tierra. En ese momento y lugar aparece el genio creativo de Emilianito como su traductor musical.
Así como Luis Enrique Martínez revolucionó la ejecución del acordeón vallenato al darle el discernimiento melódico a la armonía que estructura la melodía que compone la canción, Emilianito convirtió el acordeón vallenato en un intérprete de la obra poética.
Poder armonizar la poesía vallenata en notas musicales daba la universalidad a los sucesos cotidianos más humanos de su aldea, y la educación sentimental para contar su historia desnudando su ser.
Emilianito parece tejer con notas de filigrana las fibras más íntimas del sentimiento vallenato. Sus primeras impresiones discográficas revelan un joven diestro que tomó atenta nota de los pioneros acordeoneros trashumantes, pero su genialidad precoz descubre que en aquellos grandes pilares había que construir las obras creativas que dejaran grabada con lujo de detalles toda esa historia, para que quienes las visitaran en el futuro sintieran que desde el pasado se había interpretado su razón de ser en notas jeroglíficas.
Así mismo el tiempo lo fue esculpiendo como el gran maestro a quien todos escuchan para conocer la historia. A Emilianito se le debe la argumentación de notas que interpretan aquello que la composición poética quiere transmitir, con la estructura clásica narrativa: introducción, puentes de notas dialogantes que comunican las estrofas y desenlace conclusivo, cuyo círculo armónico guarda el sentimiento que trae la obra. Esto significó un salto cualitativo en la evolución interpretativa del vallenato, ya que antes de él se ejecutaba el sentido melódico del ritmo, en paseo, merengue, son o puya, con la cadencia que le daba el intérprete, más no se desarrollaba el motivo poético de la obra en sí.
Por ello crea la introducción musical que sienta al escucha de manera cómoda en su propia expectativa, igual a la composición sinfónica, en el preludio que anuncia el espíritu de la obra. Lo cual se distingue en lo sustancial de lo logrado antes, incluso si valoramos las ejecuciones introductorias de Luis Enrique que adornaron con digresiones melódicas la armonía apegada al tenor literal de la canción. Tal revolución contenida en el pecho del acordeón permitió el desarrollo –sobre todo– del paseo romántico moderno, con el cual el género vallenato le pudo brindar a cada quien un sentimiento en particular.
Desde lo creado por Luis Enrique, Emilianito llevó a su máximo esplendor el clasicismo en la música vallenata, al lograr unir el pasado que contaba las noticias cotidianas al paso de la juglaría, a un tiempo presente en que el vallenato testimonia la huella sentimental que graba a su paso la historia rural de Colombia.
Al lograr traducir en lenguaje musical el sentimiento escrito en la poesía vallenata le permitió ser heredero de su mismo legado, ya que nos regaló otra faceta grandiosa, la de compositor. Sus canciones están brotadas en la inocencia fresca de quien descubre el amor. Desde agradecer la herencia musical de su padre (La herencia), pedir perdón a sus amigos parranderos por no poder beber licor (No bebo más), agradecer la batalla de la vida al lado de su hermano (Mi hermano y yo), pedir un besito a su amada como si le hablara a la primera novia en su pueblo (Mañanitas de invierno), hasta profesar culto de adoración al amigo con el que se ha abrazado y sonreído en la vida: el acordeón (Mi acordeón); por ese consagrado motivo, la casa Honner bautizó con su nombre un hijo de su gran amigo.
Acorde con sus sentimientos, nos toca en el pecho la multiplicidad de notas de su acordeón. Al enlazar el sentido poético de la canción con la nota que interpreta, Emilianito nos regaló en cada disco grabado una nueva versión de sí mismo, conservando el registro digital en su estilo.
Con sus manos diestras esculpió en el aire obras musicales que significaron una manera distinta en la interpretación vallenata, las que observan escuelas de jóvenes discípulos. Podríamos escuchar todas las veces “Carmen Díaz”, sin evitar cada vez el asombro, ante su deslumbrante introducción, su perfecta digitación, sus fugas melódicas en alabanza a este himno de la infidelidad amorosa; “Olvídame”, sin olvidar su pulsada nota ‘picada’, la más difícil, como pintar un cuadro del Puntillismo francés, forjó la aparición del ingenio vivaz de su hermano Héctor; “Mal entendido”, una nota suplicante que revela el propósito de enmienda del marido que maltrató a su esposa, marcó un hito en la ejecución del paseo lento, pues se tenía que el virtuosismo se desarrollaba en los ritmos rápidos.
El tono menor lo hizo clarividente; “El cóndor legendario” levanta un lamento profundo para alcanzar las alturas del silencio y la soledad final de la existencia humana, en una obra simbólica que le da a la vejez alas de perennidad; “Tierra de cantores” vierte el jolgorio de la fiesta patronal en abrazos de fraternidad; “El robo”, contado por su padre, hace la transcripción musical de una exacta crónica; “La vecina de Chavita” anuncia con un rumor de notas los augurios de la vieja chismosa del pueblo. En su repertorio, la nota “Colibrí” le da la finura de un silbido sinfónico a agudos registros. De tiempo en tiempo, nos dejó escuchar sus silencios reflexivos entre nota y nota. Así, sorprende cada divertimento de sus interpretaciones, en las que nos revela el secreto poético de las canciones.
Lograr la transliteración del sentimiento poético en la obra a notas interpretativas del acordeón significó el paso del vallenato clásico, desde el tiempo errante de la juglaría, a su modernidad musical. Para tocar con su encanto el canto vallenato que toca el corazón de quien lo escucha.
El tránsito de ese legado sucedió en las manos de Emiliano Zuleta Díaz, Emilianito, genio creativo, quien dio al vallenato que viajaba al lomo de noticias cantadas el destino de llegar al alma de la canción en su ser íntimo, para que el mundo escuchara a un pueblo que vive lo que canta, y la historia no quedara en letras de los historiadores, sino que por primera vez tuvieran la oportunidad los poetas de contar la historia por dentro.
Por: Rodrigo Zalabata Vega.
El escritor vallenato Rodrigo Zalabata Vega escribe hoy sobre el compositor y acordeonero Emiliano Zuleta Díaz, en su 80 cumpleaños.
Nadie mejor que el maestro Juan Gossaín, gramático del lenguaje emocional, para atesorar en el diccionario del tiempo el significado real del vallenato: “El vallenato no es un género musical, es un género literario”.
Definición que comprende el historial narrado en la música vallenata, transmitido cada mensaje voz a voz en el eco literal de una tradición oral.
La historia comienza mucho antes de que se la atribuyan los historiadores, ya que no se origina en una razón para cantar sino en una necesidad de vivir, porque quien siembra ‘Amor, amor’ al terminar la jornada el canto germina su vida en la tierra.
Sucedió en el valle mediterráneo anclado en la costa Caribe, asentado desde tiempos prehispánicos, atribuido al gobierno del cacique Upar, una planicie en la que descansa un régimen montañoso formado a su alrededor, separado del mar que redondea la Tierra, habitado por una comunidad aldeana, enclavada en su geografía, cuya fuente de subsistencia se alimentaba de una vigorosa comunicación que les proveyera la ruta para adentrarse en la historia.
Al ser su razón de ser el lugar que habitaban, una vez llegaron los foráneos al gran valle, venidos del mar mediterráneo circundado por continentes, confluyeron sus soledades en un mismo destino. Con ellos llegó el acordeón, presto a contar historias, surcado por las arrugas de la vieja Europa, la que abandonaban al partir y llevarían grabada en el pecho para renacer su vida en el nuevo mundo.
Lo cierto es que esta historia provincial del vallenato unió del canto al canto a Europa y América, y conjuntó al ritmo del tiempo tres continentes musicales.
Así creció el vallenato, un pueblo que nació en el campo y sin más hizo del laboreo acostumbrado su expresión musical en las rondas infantiles de la juglaría por el Valle. Sus campesinos, asombrados de tener en sus manos su propio mundo, al desbrozar el camino que los llevara al universo iluminado de la modernidad crearon su lugar mitológico en la dimensión de un realismo mágico.
El vallenato, patronímico de una familia musical, comprende la identidad cultural de su pueblo. Desde adentro del valle, al filo de la palabra, labraron verso a verso su destino. El paso a paso de su historia se halla narrado en páginas musicales.
Esta aventura pudo quedar anónima en el epicentro del valle, si no hubieran abierto la senda aquellos hombres primordiales de entre montañas, de patas pintá y acordeón al pecho, que llevaban mensajes al canto. Los mismos que al salir al mundo no les merecían un nombre y antes los señalaban: “ese es nato del valle”; luego sin mencionarlo lo llamaban: “¡vallenato!”.
El vallenato narra la vida de un pueblo creado en tiempo real, tocado en el mundo renaciente descrito en Cien Años de Soledad, en el que “muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Escrita su historia en cantos, bien vale parafrasear la definición del maestro Juan Gossaín: “El vallenato nace como género literario y crece como género musical”.
Cantada la narrativa con la que se animaba la soledad del gran valle, al paso del tiempo la juglaría de acordeón al pecho creaba una mitología vernácula que se dio a vivificar en sus aires musicales.
Al recorrer sus edades, el vallenato adquiere su identidad, aquel improviso mensajero que animaba los relatos de su tradición oral. En su vivida musicalidad, sobre la estructura rítmica de sus cuatro aires, su círculo armónico y sentido melódico grababa el sentimiento vívido en sus letras.
Del tiempo legendario de la juglaría los historiadores rescatan muchos nombres: Pedro Nolasco Martínez, su hijo Samuelito, ‘Pacho’ Rada, Sebastián Guerra, Eusebio Ayala, Abel Antonio Villa, Alejo Durán, Juancho Polo Valencia, Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta ‘El viejo’, entre quienes marcaron su huella.
Destaca el pilar que constituyó Francisco Irenio ‘Chico’ Bolaños, al que atribuyen el dominio en la ejecución del instrumento melódico vallenato, en sus notas altas en acorde con los marcantes de bajos en el compás rítmico en los cuatro aires.
Entre tantos, levantarían el nombre de quien marcaría un antes y un después en la interpretación del acordeón vallenato: Luis Enrique Martínez.
Los acordeoneros que lo siguieron, en clave con sus investigadores, coinciden en exaltar al maestro que transformó la ejecución del acordeón en la interpretación vallenata, cuya armonización va ajustada a la idea narrativa de la canción, a la cual agregó, o desagregó, la digresión de notas que florecen de la melodía sembrada en la canción, a la vez que definen el estilo florido en cada intérprete.
Como registro grabado de esta evolución está la magistral interpretación de “Jardines de Fundación”, en la que desembrolla los giros melódicos concatenados con su cadencia a la melodía original de la composición.
Se trata de la primera gran revolución del vallenato en su interpretación musical, porque no se ceñía al sentido melódico en la compresión literaria hecha canción; aunque seguía la característica que le había dado su identidad: la comunicación de su vida cotidiana narrada en versos; pero ahora se permitía notar la obra en el acordeón con matices de notas libres de su tenor literal.
Hasta la llegada de Luis Enrique Martínez, el vallenato, definido en sus cuatro aires o ritmos, narraba los sucesos de toda índole, pero su estructura musical se mantenía rígida en el sentido melódico impreso en la composición literaria, en la que, si bien estaba presente el sentimiento poético, primaba la cuadratura armónica del aire escogido en que se componía.
Una canción que puede ejemplificar este período es “El siniestro de Ovejas”, en la que se narra una tragedia terrible en que murieron varias personas quemadas, que hasta los santos lloraron; pero, salvo un detenido análisis literario, su sentir musical puede escucharse como un alegre merengue vallenato.
A partir de Luis Enrique Martínez, el sentido melódico del mensaje literario impreso en la composición, encuadrado en el aire vallenato escogido para expresarse, recibiría unos adornos de notas, como el papel que envuelve el regalo, que ya corresponde al sentimiento musical con que entrega el intérprete la obra.
Aquello causaba la gran revolución en el vallenato, porque emparejaba la historia que narraba su tradición oral con su misma expresión musical, logrando que su notación literal fuera matizada con notas aditivas en la versión del intérprete.
De este segundo aire que tomaba el acordeón sobresalieron aquellos que se matricularon en la escuela del gran maestro Luis Enrique Martínez, en virtud del cual se formaron los grandes acordeoneros que alcanzaron la madurez del vallenato en su ejecución instrumental. Los que sacaron mejor nota: Miguel Antonio López, Nicolás “Colacho” Mendoza, consagrados en discos.
Caso especial significa Alfredo Gutiérrez. Vital, purista al momento de respetar los cánones del vallenato tradicional, el único coronado tres veces rey, alumno aplicado de Luis Enrique; pero rebelde, al tiempo, a adaptarse a la literalidad musical del vallenato. Su genialidad lo llevó a explorar caminos distintos, en géneros musicales acoplados a armonías instrumentales, basados en la cumbia, el porro, el fandango, interpretados en las pequeñas orquestas populares llamadas “bandas papayeras”, de cuya hibridación con el acordeón surgió “Los corraleros del majagual”, de la mano con grandes músicos; Calixto Ochoa, Lisandro Meza, César Castro; renegados –como él– a la ortodoxia que ordenaba la circunscripción cultural vallenata, cuyo templo de celebración es el Festival Vallenato.
Hasta aquí, el vallenato traía la tradición oral de un pueblo que animaba en versos su acontecer diario, contado en noticias musicadas; pasado el tiempo, con diversas influencias se formó como música popular en sus cuatro aires representativos, cuya ejecución seguía obediente la guía melódica de la canción, la historia contada en su exterioridad. Salvo el sacudón que había causado Luis Enrique a la estructura rígida del ritmo que regía el marco armónico de la composición literaria / musical, al incorporarle las digresiones melódicas en su interpretación, el vallenato era ante todo un género literario.
Pero algo grandioso estaba por suceder al interior del acordeón vallenato que evolucionaría ser género musical.
Si aceptamos que el vallenato nació como género literario, integrado a su ser cultural, no podríamos separarlo de su historia cantada.
Pero una cosa es tomar la música como medio para contar la historia y otra distinta que la propia música interprete su misma historia.
Es allí donde ocurre la segunda gran revolución del acordeón vallenato, el prodigio de conjugar la letra de la canción con la melodía manifestada en su interpretación; cuando deja de ser el instrumento músico utilizado en acompañar narraciones, para convertirse en intérprete musical de la intimidad de la obra literaria que canta.
Semejante proeza artística se dio en las manos de Emiliano Alcides Zuleta Díaz: Emilianito.
En todo tiempo de la historia, los trascendidos revolucionarios son en realidad grandes intérpretes del momento histórico que los ha tocado. Porque toman en sus manos los fenómenos que sacuden su alrededor. Con mayor coincidencia el vallenato, cuya tradición verseada creó su género musical.
Al ser de naturaleza literaria, en el vallenato brotó un fenómeno poético que tendría que ser interpretado en forma musical: la lírica. Esa creación poética que se duele al nacer el sentimiento; más que contarlo se extiende en hacerlo sentir.
Ese rapto enamorado en el vallenato se hizo en las letras y melodías de un poeta fundacional de la nueva realidad creada: Gustavo Gutiérrez Cabello.
Movimiento literario que estaba llamado a abrazarse con el vallenato tradicional, si nacía del mismo vientre cultural de su madre tierra. En ese momento y lugar aparece el genio creativo de Emilianito como su traductor musical.
Así como Luis Enrique Martínez revolucionó la ejecución del acordeón vallenato al darle el discernimiento melódico a la armonía que estructura la melodía que compone la canción, Emilianito convirtió el acordeón vallenato en un intérprete de la obra poética.
Poder armonizar la poesía vallenata en notas musicales daba la universalidad a los sucesos cotidianos más humanos de su aldea, y la educación sentimental para contar su historia desnudando su ser.
Emilianito parece tejer con notas de filigrana las fibras más íntimas del sentimiento vallenato. Sus primeras impresiones discográficas revelan un joven diestro que tomó atenta nota de los pioneros acordeoneros trashumantes, pero su genialidad precoz descubre que en aquellos grandes pilares había que construir las obras creativas que dejaran grabada con lujo de detalles toda esa historia, para que quienes las visitaran en el futuro sintieran que desde el pasado se había interpretado su razón de ser en notas jeroglíficas.
Así mismo el tiempo lo fue esculpiendo como el gran maestro a quien todos escuchan para conocer la historia. A Emilianito se le debe la argumentación de notas que interpretan aquello que la composición poética quiere transmitir, con la estructura clásica narrativa: introducción, puentes de notas dialogantes que comunican las estrofas y desenlace conclusivo, cuyo círculo armónico guarda el sentimiento que trae la obra. Esto significó un salto cualitativo en la evolución interpretativa del vallenato, ya que antes de él se ejecutaba el sentido melódico del ritmo, en paseo, merengue, son o puya, con la cadencia que le daba el intérprete, más no se desarrollaba el motivo poético de la obra en sí.
Por ello crea la introducción musical que sienta al escucha de manera cómoda en su propia expectativa, igual a la composición sinfónica, en el preludio que anuncia el espíritu de la obra. Lo cual se distingue en lo sustancial de lo logrado antes, incluso si valoramos las ejecuciones introductorias de Luis Enrique que adornaron con digresiones melódicas la armonía apegada al tenor literal de la canción. Tal revolución contenida en el pecho del acordeón permitió el desarrollo –sobre todo– del paseo romántico moderno, con el cual el género vallenato le pudo brindar a cada quien un sentimiento en particular.
Desde lo creado por Luis Enrique, Emilianito llevó a su máximo esplendor el clasicismo en la música vallenata, al lograr unir el pasado que contaba las noticias cotidianas al paso de la juglaría, a un tiempo presente en que el vallenato testimonia la huella sentimental que graba a su paso la historia rural de Colombia.
Al lograr traducir en lenguaje musical el sentimiento escrito en la poesía vallenata le permitió ser heredero de su mismo legado, ya que nos regaló otra faceta grandiosa, la de compositor. Sus canciones están brotadas en la inocencia fresca de quien descubre el amor. Desde agradecer la herencia musical de su padre (La herencia), pedir perdón a sus amigos parranderos por no poder beber licor (No bebo más), agradecer la batalla de la vida al lado de su hermano (Mi hermano y yo), pedir un besito a su amada como si le hablara a la primera novia en su pueblo (Mañanitas de invierno), hasta profesar culto de adoración al amigo con el que se ha abrazado y sonreído en la vida: el acordeón (Mi acordeón); por ese consagrado motivo, la casa Honner bautizó con su nombre un hijo de su gran amigo.
Acorde con sus sentimientos, nos toca en el pecho la multiplicidad de notas de su acordeón. Al enlazar el sentido poético de la canción con la nota que interpreta, Emilianito nos regaló en cada disco grabado una nueva versión de sí mismo, conservando el registro digital en su estilo.
Con sus manos diestras esculpió en el aire obras musicales que significaron una manera distinta en la interpretación vallenata, las que observan escuelas de jóvenes discípulos. Podríamos escuchar todas las veces “Carmen Díaz”, sin evitar cada vez el asombro, ante su deslumbrante introducción, su perfecta digitación, sus fugas melódicas en alabanza a este himno de la infidelidad amorosa; “Olvídame”, sin olvidar su pulsada nota ‘picada’, la más difícil, como pintar un cuadro del Puntillismo francés, forjó la aparición del ingenio vivaz de su hermano Héctor; “Mal entendido”, una nota suplicante que revela el propósito de enmienda del marido que maltrató a su esposa, marcó un hito en la ejecución del paseo lento, pues se tenía que el virtuosismo se desarrollaba en los ritmos rápidos.
El tono menor lo hizo clarividente; “El cóndor legendario” levanta un lamento profundo para alcanzar las alturas del silencio y la soledad final de la existencia humana, en una obra simbólica que le da a la vejez alas de perennidad; “Tierra de cantores” vierte el jolgorio de la fiesta patronal en abrazos de fraternidad; “El robo”, contado por su padre, hace la transcripción musical de una exacta crónica; “La vecina de Chavita” anuncia con un rumor de notas los augurios de la vieja chismosa del pueblo. En su repertorio, la nota “Colibrí” le da la finura de un silbido sinfónico a agudos registros. De tiempo en tiempo, nos dejó escuchar sus silencios reflexivos entre nota y nota. Así, sorprende cada divertimento de sus interpretaciones, en las que nos revela el secreto poético de las canciones.
Lograr la transliteración del sentimiento poético en la obra a notas interpretativas del acordeón significó el paso del vallenato clásico, desde el tiempo errante de la juglaría, a su modernidad musical. Para tocar con su encanto el canto vallenato que toca el corazón de quien lo escucha.
El tránsito de ese legado sucedió en las manos de Emiliano Zuleta Díaz, Emilianito, genio creativo, quien dio al vallenato que viajaba al lomo de noticias cantadas el destino de llegar al alma de la canción en su ser íntimo, para que el mundo escuchara a un pueblo que vive lo que canta, y la historia no quedara en letras de los historiadores, sino que por primera vez tuvieran la oportunidad los poetas de contar la historia por dentro.
Por: Rodrigo Zalabata Vega.